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Archive for agosto 2018

Otra vida

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Nunca deseé o imaginé otra vida. Desear otra vida significa que uno quiere ser otra persona. Que uno preferiría haber tenido otras experiencias. Que hubiera preferido conocer a otras personas. Que quiere saber otras cosas y no las que sabe. Y también que quiere olvidar otras cosas que aquéllas que uno no puede olvidar. Y es una idea insoportable, ¿no? La pregunta de qué hubiera sido de mí si hubiera conservado al niño por eso nunca me ha interesado. Otra persona hubiera sido, así de simple. Más no hay que decir al respecto. ¿Estoy satisfecha con la vida que tuve? Sí, lo estoy. Quiero conservar aquello que no puedo olvidar, el mayor tiempo que pueda, pues finalmente es lo que hace que yo sea yo.

Quien no se acuerda de nada, no tiene nada que perdonar.

Quiero conocer mi vida, no reinventarla.

Por eso te la conté…

– Hansjörg Schertenleib a través de su personaje, Niamh, en Orquesta de Lluvia.

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Tercia de oros

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Si al inicio de año me hubiesen preguntado, ¿volverás a competir en un torneo de jiujitsu?, hubiera respondido de forma negativa. Lo cierto, es que en 2017 fui a mi primer torneo de la disciplina y fue un desastre: quise cortar peso, me deshidraté, logré ese objetivo pero me vi sumamente débil en el combate, mi rival me arrastró durante 6 minutos, no encajé un sólo punto y , al final de todo, me había desgastado con horas y horas de cardio y entrenamiento para nada. Tardé casi un mes en reponerme, en los entrenamientos posteriores no tenía ganas de luchar y parecía que desisitiría pronto del jiujitsu. Me antepuse, recuperé mi confianza y seguí entrenando, aunque las competencias no volverían a llamar mi atención…

Hasta el 8 de enero de 2018; ese día, perdí a insecta, nos vimos obligados a separarnos. Horas después de verla partir, me topé con el anuncio del famoso torneo «Abu Dhabi», y lo primero en lo que pensé fue en recordarle a ella que no importaba la separación, que esperaría el tiempo necesario para volver a estar a su lado. Me puse a entrenar, pero también tuve un cierto disgusto con mi equipo y dejé de asistir las tres semanas previas al día del torneo. No avisé y me concentré en el estado óptimo de mi cuerpo: mucho cardio, pesas y mentalización. El día del evento, me hice acompañar sólo de uno de mis mejores amigos, me presenté y luché. Lo único que podía hacer previo a mi participación era mirar una fotografía de insecta que por ese entonces guardaba en mi cartera; mencionaron mi nombre por el altavoz, miré su foto una última vez, hice mis oraciones y me dirigí al tatami. A mitad del combate (sólo tenía que vencer a un rival para hacerme con el oro), estaba perdido: habían tomado mi espalda, y yo sólo defendía la inevitable sumisión; sin embargo, me dije para mis adentros «¿en verdad vas a decirle un día que sólo le pudiste dedicar una medalla de plata?», y entonces trabajé, revertí posición, pasé guardia, sometí. Me colocaron la medalla de oro en el podio y regresé a las gradas para pedirle a su mejor amiga que le comunicara la noticia, lo había logrado.

Cuatro meses después, era una realidad que había perdido a mi insecta. La vida, destino o como quieran llamarle, me la arrebató. Mis planes y sueños estaban por los suelos, me sentía indigno, débil, perdido. Se acercaba el torneo nacional de la Federación y, por algún motivo, sentía que debía ir ahí y demostrarme a mí mismo que podía seguir logrando algo aunque mi corazón y mente estuvieran en algún otro lado, perdidos en el limbo. No sé cómo lo hice, tal vez había tanta ira y frustración en mi interior, que cuando estuve ahí, frente a mis rivales, estallé; ninguno de los combates pasaron de la marca del minuto y medio. Me hice con el segundo campeonato nacional del año, lloré al dedicarle la medalla a mi papá pues era Día del Padre. Recuperé una parte de lo que se había ido con mi insecta.

Hace dos días, lo volví a hacer, en un tercer torneo nacional me coloqué en primer lugar. Lo cierto es que insecta nunca ha dejado de ser la motivación directa o indirecta para estas hazañas. Si bien en la primera ocasión fue para dedicárselo exclusivamente a ella, en la segunda fue con motivo de demostrarme que podía ser digno de su amor aún en mi peor etapa emocional. Ahora, sólo necesitaba del torneo para tener mi mente ocupada, para no pensar en ella cuando cada día la extraño más. Curioso fue recibir algunos mensajes suyos en los días previos a la competencia; que utilizara el apodo que me dio desde nuestros primeros días juntos, me llenó de confianza y ésta se tradujo en una victoria más. Debo decir que los combates fueron mucho más difíciles que en las etapas anteriores, pero de nuevo, mi corazón fungió como el catalizador de mi fuerza y habilidad.

Hoy, observo mis tres medallas doradas, bueno, sólo a dos de ellas porque la primera está en el lugar al que pertenece, con ella; y sonrío de saber que el 2018, a ocho meses de haber comenzado y sólo a cuatro de terminar, me trajo estas preseas que son prueba de que tengo valor para pararme ahí y enfrentar no sólo a mis rivales sino a mí mismo, que mi corazón es gigante y que aún lastimado me hace seguir presionando por un futuro en el que algún día llegue a viejo, mire mi legado y vea que sí existe. Hoy tengo la seguridad de que puedo enfrentar el reto que me pongan y que tengo corazón de sobra para salir de un millón de adversidades.

Sigo pensando en insecta cada que voy a combatir, mientras me traslado al lugar del evento, en los momentos previos y posteriores a la tormenta. Y también tengo la certeza de que seguiré brillando; brillaré tanto que ella no podrá evitar sentirse atraída por mi luz. Que si no debería basar mi motivación en otra persona que no sea en mí mismo tal vez sea una sentencia válida, pero me importa poco cuando pensar en ella es lo que me sirve.

¿Qué haría el Hombre Araña?

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