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Archive for abril 2020

Been there, read that (CXCV)

Carta breve para un largo adiós

Aut. Peter Handke

9788491046363-carta-breve-para-un-largo-adiosNo siempre tengo buena intuición con los libros, este fue el caso. No recuerdo cuándo, tendrá medio año si acaso, pero escuché el título de este libro, leí una reseña y me pasó lo que en ocasiones pasa con las portadas bonitas: me enamoré sin conocer realmente de qué iba el contenido. Pasó algo de tiempo antes de cruzarme con este libro e intenté un primer acercamiento al autor a través de La tarde de un escritor; acercamiento que resultó negativo pues me topé con una obra que no disfrute en absoluto y cuyo único placer fue terminarla para seguir adelante con otras lecturas.

Ahora bien, no es que no hay disfrutado la lectura de esta segunda obra de Peter Handke, simplemente no he logrado una conexión con el escritor. Las descripciones son perfectas, las reflexiones lo son más y, sin embargo, no encuentro ese chispazo que me hace desear otra y otra página más antes de continuar con cualesquiera que sean mis actividades pendientes del día.

Lo sé, él es un premio Nobel de literatura y yo soy un simple lector, pero vamos, de eso se tratan las reseñas (o mis intentos de reseñas, más bien). La breve carta y el largo adiós, capítulos de los que se compone la obra, nos ponen en los zapatos del protagonista británico y sus vivencias en Estados Unidos tras una ruptura con Judith, mujer que ahora desea asesinarlo. Lo que no queda claro es si el narrador es quien la busca incansablemente o si se encuentra huyendo del destino que ella representa. Anocheciendo en una ciudad y amaneciendo en otra, telefoneando a los hoteles en donde ella antes se ha hospedado y recibiendo amenazas de muerte a través de telegramas, el protagonista establece una dinámica descriptiva de los lugares que visita, las personas que observa y las reflexiones a las que llega. Encuentro tediosa tanta descripción.

No todo me provocó rechazo o prisa; sin duda, la reflexión que nuestro narrador hace con respecto a su ruptura es bellísima, muchos nos sentiremos identificados con esta parte de la historia. De igual manera, mis favoritas fueron las últimas páginas, cuando el reencuentro entre la víctima y su victimaria es inevitable y el desenlace se aproxima.

Carta breve es un libro que no recomendaría en general, siento que es algo que le platicaría a personas muy específicas que, pensándolo muy bien, ni siquiera sé cómo describirlas. En fin, esta fue mi segunda oportunidad con Handke y a partir de este momento, le digo adiós.

Un largo adiós

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»No nos separábamos porque ninguno de los dos quería abandonar. Pero no nos importaba tanto tener razón y demostrárselo al otro; lo más importante era, y eso era lo que buscábamos, hacer que el otro perdiera la razón por sí mismo después de esa demostración. Cuando se reprochaba algo a alguno se observaban después todos sus movimientos a fin de que él mismo se delatase. Lo peor era que no nos acusábamos ya el uno al otro, sino que, sin palabras, buscábamos situaciones en que el otro se sintiera culpable. No nos insultábamos ya: sólo queríamos humillar al otro. Por eso lavábamos otra vez la vajilla que el otro ya había lavado, recogíamos la mesa inmediatamente después de que se había levantado, hacíamos en secreto algún trabajo que el otro hacía normalmente, colocábamos algún objeto en su sitio cuando el otro lo había dejado fuera… Judith arrastraba de pronto cosas pesadas de cuarto en cuarto, y sacaba la basura todos los días, sin que pudiera ayudarla. “Ya lo hago yo”, decía. De esa forma intentábamos anticiparnos el uno al otro, y cada vez éramos más diligentes, más febriles. Cada uno pensaba en lo que podría hacer aún, no nos dábamos reposo, y las discusiones no se resolvían con argumentos, sino con el duelo de actividades a que nos dedicábamos inmediatamente después. Y lo que resultaba decisivo para el desenlace de esos duelos no era lo que se hacía, sino el orden en que se hacía. Un ritmo equivocado, un recorrido superfluo o un titubeo ante la actividad siguiente hacían que uno perdiera inmediatamente la partida. Ganaba siempre el que, para el trabajo que se había buscado, encontraba, sin pensarlo, el camino más corto. Así, por odio, nos movíamos en una especie de coreografía, con una gracia cada vez más rebuscada, y cuando alguna vez habíamos conseguido hacerlo todo nos tratábamos por algún tiempo de igual a igual.

»Entre nosotros no había más que algún roce de cuando en cuando. Con frecuencia Judith volvía la cara de repente, pero ya no lloraba como antes. Gastaba en seguida todo su dinero; se compraba cualquier cosa: una piel de oso polar, un gramófono al que había que dar cuerda con la mano, una flauta que sólo le atrajo porque tenía una tela de araña en la embocadura. Para comer se compraba únicamente cosas exquisitas y especialidades. A menudo volvía sin nada, porque no había visto exactamente lo que antes se había imaginado, y se indignaba por la estupidez de las vendedoras. Yo me impacientaba, y, sin embargo, sentía miedo por ella. Cuando se inclinaba fuera de la ventana me colocaba detrás, como si quisiera también mirar. La veía siempre tropezar y golpearse con las esquinas. Una vez, al ver una estantería de libros que ella había construido hacía años, me sobresalté realmente por el hecho de que todavía estuviera entera y en pie, y en ese instante me di cuenta de pronto de que consideraba ya perdida a Judith. Su rostro se hacía cada vez más pensativo, pero era una expresión que yo no podía soportar. Ahora sabes por qué, por ejemplo, estoy aquí.

– Peter Handke en Carta breve para un largo adiós.

Yennefer

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El brujo sintió cómo Chireadan le tocaba el hombro. Se dio la vuelta. El elfo le miró directamente a los ojos, luego bajó la vista.
—Vas allí porque… tienes que ir, ¿verdad?
Geralt titubeó. Le daba la sensación de que percibía un perfume a lila y grosella.
—Creo que sí —dijo de mala gana—. Tengo. Lo siento, Chireadan…
—No pidas perdón. Sé lo que sientes.
—Lo dudo. Porque y o mismo no lo sé.
El elfo sonrió. Su sonrisa tenía poco que ver con la alegría.
—Justamente de eso se trata, Geralt. Justamente de eso.

[…]

—¿Por qué Geralt se metió ahí? —gimió Jaskier—. ¿Por qué cojones? ¿Por qué se empeñó en salvar a esa hechicera? Voto al diablo, ¿por qué? ¿Chireadan, lo entiendes tú?
El elfo sonrió con tristeza.
—Lo entiendo, Jaskier —afirmó—. Lo entiendo.

[…]

—¿Morirán los dos? —aulló Jaskier—. ¿Cómo puede ser? Don Krepp, o como os llaméis… ¿Por qué? Si el brujo… ¿Por qué Geralt, su puta y reputa madre, no huye? ¿Por qué?  ¿Qué lo detiene allí? ¿Por qué no abandona a su suerte a esa jodida bruja y no huye? ¡Si él sabe que no tiene sentido!

Jaskier se quitó de la cabeza el sombrerito adornado con una pluma de garza, escupió en él, lo tiró al fango y lo pisoteó, repitiendo diversas palabras en diversos idiomas.
—Pero si él… —gimió de pronto—. ¡Tiene todavía un deseo de reserva! ¡Podría salvarla a ella y a sí mismo! ¡Don Krepp!
—No es tan fácil —se lo pensó el capellán—. Pero si… si expresara correctamente el deseo… si de algún modo uniera su destino con el destino de… No, no creo que se le ocurra. Y puede que sea mejor así.

[…]

Estaba junto a él, cubierta con el centelleante resplandor de la bola mágica, en la claridad de la magia, entre el brillo de los rayos que sujetaban al djinn, con el cabello encrespado y los ojos violetas ardiendo, enhiesta, esbelta, morena, terrible…
Y hermosa.
Se agachó violentamente, lo miró a los ojos, de cerca. Percibió el olor a lila y grosella.
—Callas —susurró—. ¿Qué es lo que anhelas entonces, brujo? ¿Cuál es tu más oculto sueño? ¿No lo sabes o es que no puedes decidirte? Busca en ti mismo, busca profunda y cuidadosamente, porque la Fuerza gira alrededor de ti, ¡no tendrás una segunda oportunidad!
Y de pronto él supo la verdad. Supo. Supo quién había sido ella antes. Lo que recordaba, lo que no podía olvidar, con lo que tenía que vivir. Quién había sido en realidad, antes de convertirse en hechicera.

El djinn abrió la boca y lanzó hacia ella sus garras. Y el brujo comprendió de pronto que ya sabía lo que deseaba.
Y pidió su deseo.

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—Espera —susurró—. Ese deseo tuyo… Escuché lo que deseaste. Me quedé pasmada, simplemente me quedé pasmada. Podría haberme esperado cualquier cosa, pero qué… ¿Qué te llevó a ello, Geralt? ¿Por qué… por qué yo?
—¿No lo sabes?
Se inclinó sobre él, lo tocó, sintió en el rostro la caricia de sus cabellos que olían a lila y grosella y supo de pronto que nunca iba a olvidar ese olor, ese débil roce, supo que nunca más iba a poder compararlo con otro perfume y con otras caricias. Yennefer lo besó y él comprendió que nunca más iba a desear otros labios que estos, blanditos y húmedos, dulces del pintalabios. Supo de pronto que desde ese momento existiría sólo ella, su cuello, sus hombros y pechos liberados del negro vestido, su delicada y fría piel, imposible de comparar con ninguna que tocara antes. Miró de cerca sus ojos violetas, los ojos más hermosos de todo el mundo, ojos que, como se temía, iban a convertirse para él en…
Todo. Lo sabía.
—Tu deseo —susurró con los labios pegados a su oreja—. No sé si tales deseos pueden realizarse. No sé si existe en la Naturaleza una Fuerza capaz de realizar tales deseos. Pero si es así, estás condenado. Condenado a mí.
Él la interrumpió con un beso, un abrazo, un halago, una caricia, muchas caricias y luego ya con todo, con él mismo por entero, cada pensamiento, un sólo pensamiento, con todo, con todo, con todo. Cortaron el silencio con suspiros y susurros de la ropa arrojada al suelo, cortaron el silencio muy delicadamente y fueron perezosos, y fueron cuidadosos y fueron atentos y sensibles, y aunque ambos no sabían muy bien qué era la atención ni la sensibilidad, lo consiguieron porque ambos lo querían con todas sus fuerzas. Y no tenían prisa alguna, y el mundo entero dejó de existir de pronto, dejó de existir por un pequeño, corto instante y a ellos les parecía que había transcurrido la eternidad toda, porque verdaderamente había transcurrido toda la eternidad.
Y luego el mundo comenzó a existir de nuevo, pero ahora era completamente distinto.
—¿Geralt?
—¿Humm?
—¿Y ahora qué?
—No sé.
—Yo tampoco sé. Porque sabes, y o… No estoy segura de si valió la pena ser condenado a mí. Yo no sé… Espera, qué haces… Quería decirte…
—Yennefer… Yen.
—Yen —repitió, capitulando por completo—. Nunca nadie me llamó así. Dilo otra vez, por favor.
—Yen.
—Geralt.

 

– Fragmento de El último deseo, de Andrzej Sapkowski.

Henry

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Fernanda Pivano: Oigo que Linda te llama Hank. ¿Por qué en los libros te haces llamar Charles y en la vida privada Hank?
Charles Bukowski: Bueno, entiéndelo, tendríamos que volver de nuevo a la vieja infancia. Mis padres me llamaban Henry.
Linda Lee: Bueno, dile tu nombre completo.
CB: Mi nombre completo es Henry Charles Bukowski Jr. Pero me he cansado mucho del Henry, sabes, Henry.
FP: ¿Por qué te has cansado?
CB: Porque mis padres no eran simpáticos y cuando me llamaban por mi nombre no quería oírlo. Porque me llamaban sólo para ir a comer o para ir a hacer algún recado o porque había hecho algo malo o porque tenían que pegarme. En otras palabras, ha comenzado a disgustarme el nombre, Henry. Así que cuando comencé a escribir, pensé: ¿Henry Bukowski? También hay otro motivo. He dicho, si se toma Henry y se junta con Bukowski, ¿qué sale? Hen-ry Bu-kows-ki: ¿comprendes?, salta demasiado. Como si llevara ricitos, Henry y Bukowski, lleva ricitos, ¿entiendes lo que quiero decir?
FP: Sí.
CB: Henry Bukowski. Así que me dije: «Henry Bukowski no suena bien». Luego probé Charles Bukowski. Charles es una palabra recta y Bukowski sube y baja. Así que una contrarresta la otra. Me dije: «Ahora sí que suena a escritor. Charles Bukowski». De modo que me he convertido en Charles Bukowski por dos motivos: el primero es que me he cansado de que mis padres me llamaran Henry y luego por un motivo, digamos, puramente fonético. Pero en realidad tampoco me gusta que me llamen Charles, suena muy bien en la página escrita, pero tener a alguien que dice «¡Oh, Charles!», tampoco me gusta eso, de modo que estoy muy confundido, y le digo a la gente que me llamen Hank. ¿Entiendes?, es todo un follón. Sí, Charles Bukowski está muy bien en la página escrita, pero no quiero que me llamen Charles. Hank, el buen diablo, Hank. Bravo, viejo Hank.
FP: Pero ¿ese Hank lo has inventado tú?
CB: No. Mira, Hank y Henry es lo mismo. Es un diminutivo, Hank en lugar de Henry. Significa lo mismo.

– Fragmento de Lo que más me gusta es rascarme los sobacos, Editorial Anagrama.

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Been there, read that (CXCIV)

El último deseo (Saga de Geralt de Rivia, Libro I)

Aut. Andrzej Sapkowski

978849889127Me pasó con Game of Thrones (Canción de fuego y hielo), descubrí que esa serie, cuya primera temporada acababa de disfrutar en demasía, estaba basada en un conjunto de novelas y no tardé en hacerme con los libros que, por cierto, fueron un bellísimo regalo por parte de una gran mujer a la que le dio flojera leer los cuatro libros de más de 900 páginas que eran en esos tiempos. El caso de The Witcher no es tan intenso, hablamos de ocho volúmenes de La Saga de Geralt de Rivia (siete en realidad, pero el último en dos tomos) y una precuela, y ninguno rebasa las 300 páginas de extensión. Técnicamente, sin tomar en cuenta los libros aún no publicados de la historia de George R. R. Martin, estamos hablando de la mitad de volumen en la obra de Andrzej Sapkowski.

Ahora bien, lejos de la extensión, una diferencia determinante es que los libros de la saga del brujo no son novelas como tal, sino una colección de cuentos protagonizados por el mismo personaje y que se unen a través de una historia más corta. De este modo, la lectura de las aventuras del personaje no es lineal y cada episodio se encuentra en una línea temporal distinta. Precisamente esto último fue lo que provocó ciertas confusiones al ver la serie televisiva y sólo en los últimos capítulos se capta que ciertas escenas pertenecen al pasado mientras que otras son más recientes.

Borrando el recuerdo de la última temporada de la serie de GoT, algo que disfruté en esos tiempos fue que los personajes hacían una total reverencia a sus contrapartes literarias. Leer a Tyrion, Jamie, Jon Snow y Daenerys, era mirarlos en la pantalla. No ha sido así con Geralt, Jaskier o Yennefer. La imagen que el brujo tiene en la serie es una elaborada en torno a un personaje mal hablado, egoísta y soberbio que le cuesta trabajo reconocer sus sentimientos hacia los demás y tiene la manía de maldecir. Ciertos sucesos determinantes en la historia parecieran darse más por una mala decisión del personaje o por el puro azar. Por el contrario, el Geralt de los libros es un personaje mucho más caballeresco, es cortés, prefiere guardar silencio antes que insultar y atesora la amistad con Jasker y Nenneke, mientras que los eventos importantes están muy bien planeados en la psique del lobo blanco.

Un ejemplo claro de esto último, es la escena en la que Geralt obtiene el Derecho de la Sorpresa del caballero erizo, Dunny. Si bien en la serie se maneja como una metida de pata porque se dan cuenta que la hija de la reina Calanthe está embarazada justo después de haber sido otorgado el derecho (momento que se maneja de manera chusca con un marcado «Fuck!» por parte de Geralt mientras todo lo observan en silencio), en el libro, Geralt es consciente del embarazo de la princesa y, con el deseo en mente de tener un aprendiz, pide el derecho de la sorpresa sabiéndolo de antemano. No fue ningún accidente.

Me queda claro también que, al menos la primera temporada de la serie podría estar basada no sólo en el primer libro (se afirmaba que habría una temporada por cada tomo) ya que de este hay un par de escenas no vistas en la serie y de Yennefer sólo se habla en las últimas 30 páginas. El título, El último deseo, hace referencia directa del momento en que Geralt pide su último deseo al genio (D’jinn) que Yennefer trata de capturar. Diferencia importante: en la serie, el último deseo es desconocido por Yennefer y provoca un rompimiento con el brujo una vez que ella se entera de éste mucho tiempo después; en el libro, el deseo se formula frente a la hechicera y éste provoca un fuerte impacto en ella, propiciando el inicio de la relación entre los dos personajes.

En fin, aunque me indigna, también me agrada saber que disfrutaré por doble las historia del brujo pues tales diferencias provocarán grandes discrepancias entre lo narrado por el autor y lo producido en televisión. Del mismo modo que Canción de Fuego y Hielo tiene personajes vivos que en la serie eliminaron, en The Witcher veremos motivaciones diferentes y desenlaces variables.

Por cierto, me encantó el libro y no puedo esperar para ponerle mis manos encima a cada uno de los tomos que me faltan. Seguidor o no de la serie, es una gran alternativa una vez que Lord of the rings y A song of ice and fire han pasado a formar parte del imaginario público y el hambre de literatura fantástica ha hecho lo contrario a disminuir.

Been there, read that (CXCIII)

Lo que más me gusta es rascarme los sobacos

Aut. Charles Bukowski

331360e54140a660f7f967f7e7773f270c7ebf73Hace un par de días, tuve oportunidad de platicar un poco con una amiga que no veía desde hacía un par de años. A pesar de la cuarentena, nos reunimos a tomar un café, tenía ganas de contarme lo que ha estado haciendo tras el fracaso de haber intentado una carrera universitaria que poco o nada le redituó. Platicamos lo básico que platican personas que tiene tiempo que no se ven. En algún momento de la conversación, mi interlocutora confesó haber optado por no llevarme un obsequio que en un principio quería hacerme: «un libro sobre quien sé que es tu autor favorito, pero como estaba casi segura de que seguro lo tenías, decidí que era mejor evitar la decepción de no haberle atinado». Por supuesto, no hay que conocerme demasiado para saber que, si hay un autor del que consumo prácticamente todo lo que se me atraviesa, es Charles Bukowski.

De acuerdo a esta amiga, el libro que deseó haberme regalado, era una compilación de los primeros poemas del buen Hank mucho antes de hacerse famoso. Lamentablemente, esta chica tiene una mente muy dispersa (en palabras de ella) y no pudo recordar ni el título ni la editorial que pertenecían al libro. De cualquier manera asumí que ya lo había leído, qué más da.

Lo cierto es que hay mucho de Bukowski que aún no leo porque, precisamente para tener siempre un factor de sorpresa al encontrarme algo de él en librerías o botaderos, suelo no leer más de uno o dos de sus libros al año. De este modo, no acabo con la oferta y siempre existe algo de demanda en mí. Está de más decir que, después de aquella plática, me dirigí a mi librero con una fuerte intensión de leer algo escrito por él (siempre hay algo de Hank en mi librero), recordé que en una de mis últimas visitas a mi antiguo lugar de trabajo, en un botadero de libros me hice con la obra que engalana esta entrada, por tan solo 59 pesos.

Lo que más me gusta, es una breve entrevista realizada a Charles en 1980 por Fernanda Pivano. Son apenas 60 páginas que se complementan con una cantidad similiar de páginas de una semblanza (bastante emotiva, por cierto) sobre el autor escrita por la entrevistadora. Hay un par de detalles en los que había reparado inconscientemente al leer a Hank y que no descubrí hasta leer dicha semblanza. Primero, que es cierto que al leer a Bukowski, encontramos mucha repetición pues las historias son las mismas aunque la forma en que están narradas siempre es distinta. Segundo, que a Bukowski siempre le hacen las mismas preguntas al entrevistarlo y su forma de responder también es siempre la misma; sin embargo, lo que cambia, son las anécdotas en las que se apoya al responder, esas son diferentes.

En efecto, recuerdo como alguna vez mi papá me preguntó si no ya habíamos leído un libro de Bukowski que recién le había dado (mi papá suele leer lo que yo he terminado) porque eran las mismas historias. Tras decirle que no, que era un libro distinto, me pregunté por qué no me daba cuenta de eso. La respuesta, está en lo que Pivano ha escrito.

He leído muchísimas entrevistas del mismo estilo pero, a pesar de esto, me doy cuenta que ésta es LA entrevista, es de aquí de donde salieron muchas de las frases más célebres atribuidas al poeta maldito. Por ejemplo, aquella que habla sobre los 10 años en que no escribió porque lo único que tenía eran ganas de beber.

La entrevista se encuentra fácilmente en internet, sin embargo sólo la versión impresa incluye la semblanza escrita por Pivano y admito que es ese el pretexto perfecto para conseguirla (aparte de que no tolero leer en electrónico). Cuando se realizó, Bukowski llevaba escritas 50 páginas de La senda del perdedor (Ham on rye), y eso hace más interesante entender las respuestas que, de nuevo, aunque repetidas, siempre aportan un poco más.

Furia

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—Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.

—Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

—Una vez tuve un largo periodo con nada sino el buen libro y mi conciencia.

10 de abril

Categorías: Dedicatorias

Been there, read that (CXCII)

No es para TANTO, Notas sobre la cultura de la VIOLACIÓN

Ed. Roxane Gay

9788494886126La pandemia llegó para frustrar muchos planes y para truncar los debates en torno a diversos temas como el caso del paro estudiantil en la BUAP por temas de inseguridad y las marchas en torno a los feminicidios y la violencia de género en general. No soy el tipo de persona que acostumbra debatir en sus redes sociales sobre puntos de vista, me limito a asentir o disentir en forma silenciosa; lo que sí no puedo evitar, es la necesidad de informarme antes de emitir juicios aunque sean éstos para mi propia persona. Bajo esta premisa, un par de días previos al #quédateencasa, adquirí esta obra compilada y editada por la feminista Roxane Gay, y vaya que me ha servido su lectura.

En palabras de la editora, este es un libro para educar a los potenciales agresores. Nótese que, como agresores, no hablamos sólo de un tema de violación cuando un hombre tiene relaciones con una mujer sin su expreso consentimiento (que, cabe destacar, el tema del consentimiento es uno de los grandes conceptos a torno a los cuales giran los textos presentados en el libro) sino también cuando una mujer lo hace con respecto a otra, cuando el padre del mejor amigo de un niño toca a ese infante, o cuando el compañero de cuarto lo hace con quien comparte habitación (los dos hombres).

No es para tanto, reúne 30 ensayos de diferentes autores que han sobrevivido a una violación. Algunos son testimonios; otros, abordajes desde puntos de vista legales o psicológicos. Uno cree estar preparado para leer lo que leerá, pero no tiene ni idea de lo que se encontrará. Situaciones que parecen sacadas de una imaginación retorcida que sólo se observa en la ficción, o que creíamos que sólo se observaban ahí. Y el dolor, ese profundo dolor y pena que sufren las víctimas de tales actos de barbarie.

Pero, ¿qué sentido tiene contar estas historias? ¿Por qué colaborar con un compendio de historias de niñas a quienes se utiliza?, se pregunta una de las autoras; cuesta admitirlo, pero parte de ello tiene que ver con la necesidad de contar con un público. No existimos sin los demás. El dolor no es real hasta que otra persona tiene conocimiento de él. Perderse en los recuerdos propios puede ser un veneno cuyo antídoto está en contar con un grupo de personas que conocen tu herida y que verifican su existencia.

Una violación puede provenir de la misma pareja, del esposo, el cónyuge. Nos estamos esforzando por enseñarles qué es el consentimiento afirmativo. Les explicamos que recae sobre ellos la responsabilidad de pedirles explícitamente el consentimiento a sus parejas. Y les aclaramos que un encogimiento de hombros, una sonrisa o un suspiro no son suficientes. Tienen que escuchar un «Sí».

Excelente y necesaria lectura. Para comprender, para tener empatía, para dejar de usar un término como ‘feminazi’.

 

Sola por la calle de noche

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Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche te privas del silencio del mundo. El mundo es, según cuentan, un lugar muy tranquilo después de las dos de la madrugada. Te han dicho que tiene un fulgor rosado y que lo baña una quietud que normalmente solo se consigue poniéndose unos tapones en los oídos. Imaginas que otras personas disfrutan de esos momentos de silencio. Las imaginas paseando por las calles vacías, sintiéndose seguras y solitarias, viviendo momentos reveladores a altas horas de la madrugada. Seguramente se crucen con gatos callejeros y algún que otro mapache, criaturas que se envalentonan al caer el sol. Tú conoces poco a esos animales. De hecho, tropezar con ellos no es tu prioridad.

[…]

Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche ahorras veinte dólares al mes en hamburguesas para aplacar la borrachera. Pero tomas taxis para regresar a casa desde el bar, de manera que te ahorras la tentación de la comida rápida, pero, de todos modos, te gastas el dinero. Te han hablado de un local de comida rápida nocturno que han abierto hace poco cerca de tu casa y de los daditos de pierogi deliciosos que echan con un cucharón sobre las patatas fritas. Pero, por lo que a ti respecta, como si fuera la fábrica de chocolate de Willy Wonka… Ya no comes patatas fritas con queso sola a las tres de la madrugada. La seguridad es tu alimento reconfortante.

[…]

Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche, sobre todo cuando no tienes coche, te conviertes en un incordio para tus amigos que se hartan de hacerte de guardaespaldas hasta casa. Algunos de ellos son unos auténticos campeones que te acompañarán hasta la mismísima puerta aunque haga un frío de los mil demonios. Otros suspiran y te preguntan:

—¿No puedes regresar tú sola, aunque sea solo hoy?

[…]

Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche lo echas de menos. Recuerdas las veces en que lo hacías, antes de tomar la decisión (repentina o gradual, consciente o no) de dejar de hacerlo. Antes realizabas a pie (nunca del todo cómoda, pero sí con regularidad) el breve trayecto que separaba la parada del autobús de tu casa con las llaves en la mano, cual púas entre los dedos. Solías caminar con paso decidido por la parte central de la calle, con el teléfono móvil en la mano, listo, y luego atravesar a todo prisa y en diagonal el césped del jardín de detrás de tu casa. Son recuerdos que te hacen suspirar. Y son recuerdos crudos, pero no puedes evitar echar de menos esos momentos, por temibles que te resultaran. En comparación con la situación actual, tienes la sensación de que te conferían una libertad que no sabías apreciar.

[…]

Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche te conviertes en una cobarde. Dejas de hablar con franqueza con otras mujeres que se apean del autobús en paradas que parecen galaxias sin sol. Con elegancia y confianza, esas mujeres ponen un pie delante del otro y se mueven con fluidez por la negrura de la noche. Te saludan desde la calle cuando arranca el autobús, hasta que lo único visible son las franjas reflectantes de sus mochilas. Envidias a esas mujeres. Y te preguntas: «¿Cómo lo hacen?».

[…]

Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche estás a salvo. Estás a salvo, a salvo, a salvo. A salvo de hombres en pantalón de chándal que se agarran el pene con una mano. A salvo de aquel otro hombre que una vez te siguió a casa y te obligó a echar a correr y a cerrar la puerta de tu apartamento de un portazo tras de ti. A salvo del mirón con coleta que hace solo una semana pasó por tu lado montado en su bicicleta y te gritó: «¡Te comería en el almuerzo!». A salvo del hombre que te pidió una «hamburguesa de chochito» en tu empleo en el instituto (¿por qué todavía recuerdas la lengua puntiaguda que te mostró?). A salvo de cualquier hombre que te haya contemplado alguna vez como un pedazo de carne, de cualquiera que te haya visto como un recurso que puede robarse, en lugar de como un ser humano.

– Fragmentos de Volver a Casa, de Nicole Boyce, en No es para tanto.