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Posts Tagged ‘Cine’

Been there, read that (CCCXXVI)

La naranja mecánica

Aut. Anthony Burgess

Últimamente, le he agarrado el gusto a leer los libros sobre los que están basadas algunas de mis películas favoritas; cuando éstas últimas están bien adaptadas, esta acción se convierte en una entretenida investigación sobre qué le llamó la atención al director y cuáles fueron los detalles que decidió pasar por alto. Así, te puedes hacer un idea bastante nítida sobre cuáles son las intenciones de un filme, qué es lo que otra persona puede apreciar a diferencia tuya y en qué coinciden ambos como partes fundamentales de una obra.

Tenía bastante rato, por no decir años, con el libro de Anthony Burgess en la fila de espera, me lo regaló un alumno por ahí de 2014 o 2015 (la verdad es que me lo prestó pero nunca se lo devolví) y, lo cierto, es que lo relegué a un momento idóneo que llegó con mi adaptación a la lectura digital. Pero ahora sí, lo único de lo que puedo quejarme es de no haberlo leído antes porque cambió totalmente la forma en que he disfrutado la película a partir de su lectura.

Está de más hablar de la trama porque esa no cambia: Alex y sus drugos cometen sus fechorías abrigados por la noche y la complicidad de ciertos personajes que, de hecho, no aparecen en la película; un día, uno de los asaltos se sale de control y provoca que el líder, traicionado por sus compinches después de ciertos desacuerdos, termine en la cárcel donde será candidato para la aplicación de una terapia que nulificará su capacidad de elección toda vez que la violencia se haga presente. Dicha terapia de condicionamiento provocará que Alex termine en el hospital para finalmente recibir un indulto por parte del Estado.

Ahora bien, ¿qué cambia en el libro? Básicamente, el final. Tal y como el autor lo atestigua en el prólogo, tanto la primera edición americana del libro como su adaptación cinematográfica decidieron omitir el capítulo final de la obra: Burgess creó un desenlace en el que Alex madura y renuncia a su vida delictiva, mostrando un cambio genuino en su carácter. Sin embargo, esta parte fue eliminada en la edición estadounidense, dejando una conclusión más ambigua y abierta a interpretaciones. De este modo, cuando en la película vemos a Alex estrechando la mano del ministro ante una multitud de reporteros y nos preguntamos qué pasó después, la respuesta es que el protagonista vuelve a las andadas con un nuevo grupo de drugos, para al final tener un momento de lucidez en el que se da cuenta que ya no disfruta de aquello que en un principio le proporcionaba el placer; básicamente, Alex decide que ya no es un niño y que es momento de pensar en tener hijos y seguir el ciclo de la vida.

Por otro lado, hay otros detalles que saltan rápidamente durante la lectura de la novela: el tema Singing in the rain no es parte de la obra original, Alex no la canta en ningún momento; en la cárcel, el motivo por el cuál Alex es elegido para la terapia Ludovico es que le echan la culpa del asesinato de otro prisionero que muere debido a una golpiza que le propinan en forma grupal; la película se centra mucho más en la ultraviolencia mientras que el libro, por otro lado, se centra en las reflexiones de Alex y no describe gran parte de los actos violentos que observamos en la película.

Así, La naranja mecánica de Burgess se establece como una lectura obligada para los fanáticos de la película de culto protagonizada por Malcolm McDowell, pues ata varios de los cabos sueltos dejados por el filme y nos proporciona un cierre definitivo a las correrías de Alex Delarge. Finalmente, el vocabulario Nadsat utilizado por el protagonista hace que la lectura se vuelva sumamente entretenida toda vez que tendremos que estarnos moviendo entre el glosario y la página en la que nos encontremos. Estamos ante una novela distópica, divertida, con grandes reflexiones y de gran calidad que todos deberíamos de darnos la oportunidad de disfrutar.

Been there, read that (CCCXXI)

Macario

Aut. B. Traven

Cada nuevo año, por estas fechas, comienza mi ansia de que ya estemos en octubre; ya saben, esos tres últimos meses que se van como el agua debido a los múltiples días de asueto, las fiestas de Día de Muertos, los concursos de disfraces, el clima fresco próximo al invierno, Navidad, las vacaciones, la comida de temporada y el cine: las películas especiales que, aunque se pueden ver en cualquier momento, le dan un toque especial a las fechas cuando te las encuentras en la programación normal de televisión abierta o cable.

Así como puedo relacionar Duro de Matar con la temporada decembrina (aunque la relación sea muy poca), si hay una película que me hace saber que los buenos tiempos están llegando o ya vinieron, es Macario, con el señorón actorazo Ignacio López Tarso. Es una de esas películas que puedo ver un millón de veces y nunca dejará de gustarme ni de llamar mi atención. No importa si sólo prendo la pantalla para tener algo que haga ruido mientras juego en el celular; estoy cambiando canales, me encuentro con Macario y de inmediato presto atención: su música, la interpretación, el mensaje implícito junto con la alegoría de Dios, el diablo y la Muerte. Es perfecta.

Sin embargo, durante muchos años no me di la oportunidad de leer la obra original, el libro escrito por B. Traven. Salvo alguna ocasión en que hojee un ejemplar que le regalé a uno de mis mejores amigos, el cuál tardó en leer cerca de un año a pesar de sus 60 páginas de extensión, fue hasta el octubre pasado que adquirí una edición recién colocada en el mueble de novedades y me dispuse a dedicarle una tarde lluviosa.

Doy por hecho que la gran mayoría de personas sabe de qué va la trama, pero por si acaso, aquí la sintetizo: La historia sigue a Macario, un pobre leñador que trabaja arduamente para mantener a su familia. En vísperas del Día de Muertos, Macario recibe la visita de la Muerte, quien le ofrece un trato: la posibilidad de curar a los enfermos con su toque, a cambio de compartir su comida con ella, un pavo para el que su esposa ahorró durante meses y así darle un gusto al padre de 11 niños que jamás ha tenido una satisfacción para sí mismo. Por supuesto que nada es tan simple y es la misma fama de curandero que Macario adquiere la que lo lleva a una encrucijada de la que dependerá su vida.

Si bien, la adaptación cinematográfica es una verdadera obra de arte, existen diferencias entre ésta y la historia escrita que hace que se puedan disfrutar en la misma cuantía: en el libro, Macario no tiene ningún encuentro con el diablo y la historia transcurre en un horizonte de tiempo mayor al que se presenta en la película; por otro lado, la esposa de Macario no roba el pavo que provoca la inflexión de la historia, ella ahorra durante meses para comprar el animal, cosa que no pasa en la película. De igual manera, en la película se muestra la envidia que los poderes de Macario provocan en los médicos del pueblo que lo terminan acusando con la santa inquisición, en el libro no se muestra tal conflicto y es otro forma en la que Macario termina tratando de curar al hijo del virrey. El desenlace de la historia es el mismo, pero las circunstancias de acto de cierre son diferentes.

Digamos que la película extiende un poco más la historia y, curiosamente, la escena que considero la parte cumbre de la película en la que Macario observa cómo la vela que representa su vida se está extinguiendo, no existe en el libro; no hay persecución alguna.

Creo que tanto la película como el libro son obras que merecen ser abordadas, cada una en individual se establece como parte fundamental de la mexicanidad que forma parte nuestra. Tienen mensajes muy bellos que valen la pena ser explorados, y son historias sin fecha de caducidad que generan amor por la tradición mexicana y su representación.

Been there, read that (CCCXX)

El mito del hombre lobo

Aut. Roger Bartra

Entre los traumas que me provocaban ciertas películas en mi infancia, se encuentran el que me generaba que, en los «sábados de trilogía» de Canal Cinco (no había cable ni streaming en aquellos tiempos), colocaran las películas de Aullido, cine de terror de clasificación B sobre hombres lobo, que me torturaban y me hacían soñar muy feo.

Años después, del terror pasé a la admiración gracias a lo que películas como Underworld y Van Helsing presentaron: un hombre lobo que no pertenece a las huestes del infierno, sino uno que establece su transformación como una especie de superpoder. La licantropía dejó de ser una enfermedad y se vislumbró como algo a lo que uno aspirara para tener combates épicos contra vampiros y otros seres mitológicos. Así como pasamos de películas malditas a películas de acción, de maldición o enfermedad a superpoder, es como el mito del hombre lobo ha tenido una serie de transformaciones desde sus primeras apariciones muchos miles de años antes de los tiempos «modernos».

En El mito del hombre lobo, Roger Bartra nos adentra en un viaje apasionante a través de las diversas facetas de la licantropía. Bartra, reconocido por sus análisis sobre la melancolía y las dinámicas sociopolíticas, aborda en esta obra la evolución y el significado profundo de uno de los mitos más arraigados en la cultura humana.

Desde sus orígenes en la mitología sumeria hasta su representación en la literatura y el cine moderno, Bartra examina minuciosamente la figura del hombre lobo como símbolo de nuestros miedos más profundos y nuestras ansiedades más arraigadas. El autor nos sumerge en un universo de metáforas y simbolismos, mostrándonos cómo este mito ha sido utilizado para expresar conceptos universales como el bien y el mal, la dualidad humana y la transformación.

A lo largo del libro, Bartra nos guía a través de una fascinante exploración histórica, cultural, psicoanalítica y antropológica del mito del hombre lobo. Desde la Epopeya de Gilgamesh hasta las leyendas medievales y las representaciones modernas en la literatura y el cine, el autor analiza cómo este mito ha evolucionado y se ha adaptado a lo largo de los siglos.

Uno de los puntos destacados del libro es la conexión que Bartra establece entre el mito del hombre lobo y temas contemporáneos como el dolor del alma humana, el trauma emocional y las tensiones sociales. A través de ejemplos concretos y un análisis profundo, el autor nos muestra cómo este mito sigue siendo relevante en nuestra cultura actual y cómo ha sido reinterpretado a lo largo del tiempo.

Y por supuesto, también hallaremos una serie de referencias bibliográficas y cinematográficas imprescindibles para comprender la evolución del mito y figura del hombre lobo. Desde su representación como una figura de poder con la capacidad de hacer el bien o de representar a los rechazados, hasta el de la connotación mágica o la demonización del individuo. Mi lista de deseos de Amazon se engrosó debido a esta necesidad que me ha surgido de leer textos a los que Bartra se remite para explicar cada una de las impresiones mencionadas.

El mito del hombre lobo es una obra imprescindible para aquellos interesados en la mitología, la psicología y la historia de las ideas. Con una prosa clara y erudita, Bartra nos ofrece una visión completa y enriquecedora de este fascinante fenómeno cultural, dejándonos con una profunda comprensión de cómo los mitos moldean nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos.

La lista Tarantino

Hace poco que hablé de lo genial que fue leer Meditaciones de cine y del deseo que me provocó de ver tantas películas de las que hace mención. Aquí dejo la lista de todo lo que tengo que mirar en algún momento de este 2024…

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Been there, read that (CCXCII)

28 febrero 2024 1 comentario

Meditaciones de cine

Aut. Quentin Tarantino

Voy a aprovechar la presente entrada para recordar a un gran amigo, Pedro, de la universidad. Si bien siempre me gustaron las películas de todo tipo (principalmente las de acción de los 90’s a cargo de Stallone o Willis), fue hasta que conocí a Pedro que empecé por interesarme no sólo en lo comercial y popular, sino en el cine de arte y en películas poco conocidas o aclamadas. Términos como plano secuencia, encuadre, filtro de cámara, entre otros, se volvieron parte de mi vocabulario al describir lo que miraba. En el intento de grabación de un cortometraje de mi mismo amigo, fue que entendí más y aprendí a valorar lo que se proyectaba en las salas de cine y en pequeño clubes universitarios (aparte de que así conocí también la obra de Bukowski pues el corto se trataba de una de sus narraciones y buscaba imitar a Factotum).

Junto con los libros, los videojuegos y la música, el cine forma una parte importante de mi vida. Adoro la temporada previa a los Oscar para ir al cine y mirar las nominadas; al menos una vez al mes, me dirijo a la sala más cercana para ver dos o tres películas seguidas (y amo hacerlo en solitario). Suelo meterme mucho en lo que se proyecta y la mayor parte del tiempo termino a las lágrimas con las historias tristes o con los grandes triunfos de un protagonista que ha luchado hasta la extenuación. Justo de esto se trata Meditaciones de cine, de lo que nos hace sentir lo que observamos en pantalla y del gran amor que podemos tener por el séptimo arte.

Si ya de por sí Tarantino es uno de mis directores favoritos (junto con Darren Aronofsky), ahora entiendo aún más ese amor que se nota en sus películas -vean Perros de Reserva y díganme que no hay amor en lo que proyectan los personajes, en los diálogos, en la música y en cada detalle-. Aquí no leeremos crítica, aquí leeremos la historia de un niño que en el cine encontró un escape y una ilusión; un niño que encontró en el cine una manera de convivir con las distintas parejas de su madre divorciada y que asoció escenas e interpretaciones con distintas etapas de su vida.

Junto con esta infancia que me recordó a la del personaje de The cable guy, nace esa necesidad de imitar, reproducir e incluso mejorar lo que sus ojos percibían, y es así que el niño se convirtió en un autodidacta que por teléfono logró engañar a uno de sus directores favoritos para que le concediera una entrevista. El resto es historia.

A través de la separación de capítulos que se centran en doce películas icónicas en su vida, el director de Bastardos sin Gloria se encarga de hablar de épocas de cine, de lo que él vivió en el momento de su proyección y de los detalles que se asocian con otras películas. De las relaciones entre actores y directores, de cómo se escribieron los guiones, de dónde salieron las inspiraciones y de lo que representaron cada una de esas obras para el público y para momentos importantes en la historia de una nación.

Hay tantas referencias y tantos comentarios sobre las mismas películas, que es imposible no detenerse cada cierto números de párrafos y comenzar una lista de las que deseamos ver, debido a la pura recomendación del autor (le tomaré una foto a la que hice y la agregaré a una actualización de esta entrada posteriormente).

Es verdad que mirar la clase de un profesor al que le apasiona lo que enseña o escuchar a alguien hablar de lo que ama hacer, es de lo más bello que te puede ocurrir; pues bien, este es un libro de alguien que genuinamente ama al cine y lo entenderás a lo largo de cada una de sus páginas. Lo recomiendo como pocos libros y lo que me ha hecho vivir a través de las películas que decidí mirar gracias a éste, es de lo mejor.

Been there, read that (CCLXXVI)

Memorias de un francotirador en Stalingrado

Aut. Vasili Záitsev

Después del libro de Svetlana, me quedé picado con las historias de guerra, así que no tuve más remedio que elegir la narración del afamado francotirador ruso, Vasili, para satisfacer el antojo. Si el nombre Vasili se te llega a hacer mínimamente familiar, el motivo es Hollywood que, en 2001, lanzó una película protagonizada por Jude Law titulada Enemy at the Gates. En dicha película, se narra la historia del duelo entre un francotirador ruso, Vasili Záitsev interpretado por Law, y un francotirador alemán, Erwin Konig interpretado por Ed Harris, que ha sido enviado al frente en Stalingrado específicamente para eliminarlo.

Ahora bien, como todo en el mundo del cine de origen gringo, por supuesto que tenían que meterle un poco de «democracia» al asunto y en la película se esfuerzan en señalar al ruso como una persona nulamente instruida y perteneciente a un batallón penal (conformado por convictos) que por obra divina se convierte en un gran francotirador que llama la atención del alto mando alemán debido a las bajas que les inflige; no sólo eso, sino que lo pintan como un producto del condicionamiento soviético. Y no es que sea una mentira, pero ciertamente los gringos no van a ensalzar en demasía a un héroe de una nación «rival».

Por otro lado, hay algo que parecería inventado por los productores pero que realmente sí sucedió: Vasili estaba aterrado de enfrentarse al Mayor Konig. ¿Cómo lo sé? Precisamente porque es el mismo Vasili quien, en su testimonio, detalla el estrés y el temor que le provocaba saberse acosado por el jefe de la escuela de francotiradores del ejército alemán, toda vez que se cargó a un par de sus camaradas justo frente a sus ojos y sin dar un mínimo atisbo de su posición en el campo de batalla.

A pesar de que el duelo viene relatado en un número de páginas significativo con respecto al total del libro, la narración va más allá del duelo con el alemán y comienza desde la infancia del soldado ruso en los montes urales y cómo fue su abuelo quien le enseñó a disparar a los animales que cazaban juntos, hasta su paso por la marina rusa y la recepción de los más grandes méritos del ejército rojo una vez terminado el conflicto.

Temas que hay que destacar: el texto por supuesto que está inflado como parte de la propaganda soviética para engrandecer al héroe; Vasili no fue ni el más mortífero ni el que más hazañas tuvo entre los francotiradores del ejército, sin embargo, cumplía con requisitos que otros soldados no para ser erigido como héroe que inspirase a sus compañeros (Vasili era miembro del Komsomol y pertenecía a la clase campesina que se unió voluntariamente a la batalla); por último, muchos historiadores han concluido que no existe evidencia de que el mayor alemán, cuyo verdadero nombre fue Heinz Thorvald, en efecto haya sido abatido por Záitsev. Ni su presencia ni su muerte han sido constatados.

A pesar de todo, es una narración interesante e instructiva pues el autor no escatima en detalles descriptivos tanto del campo de batalla como de los movimientos de ambos bandos que él apreciaba, como de los detalles técnicos de cómo abatía a cada una de sus víctimas. Es el tipo de texto del que se puede aprender mucho y vaya que es una lectura obligada para amantes de la historia de los conflictos mundiales.

Desayuno en Tiffany’s

17 septiembre 2023 Deja un comentario

 […] ¿Por qué no? Tendríamos que poder casarnos con hombres o mujeres o… Mira, si me dijeras que pensabas liarte con un buque de guerra, yo respetaría tus sentimientos. No, hablo en serio. Habría que permitir toda clase de amor. Soy absolutamente partidaria de eso. Sobre todo ahora que me he hecho una idea bastante aproximada de lo que es. Porque sí, quiero a José; dejaría de fumar si me lo pidiese. Se porta como un amigo, es capaz de provocarme la risa incluso cuando tengo la malea, aunque ahora ya no me viene casi nunca, sólo a veces, e incluso esas veces no es tan espantosa como para que me dé por tragarme frascos de Seconal o por ir a Tiffany’s: llevo un traje a la tintorería, o preparo unas setas rellenas, y ya me siento bien, en forma. Otra cosa, he tirado todos los horóscopos. Debo haberme gastado un dólar por cada una de las malditas estrellas que hay en el maldito planetario. Es un fastidio, pero la solución consiste en saber que sólo nos ocurren cosas buenas si somos buenos. ¿Buenos? Más bien quería decir honestos. No me refiero a la honestidad en cuanto a leyes (podría robar una tumba, hasta le arrancaría los ojos a un muerto si creyese que así me alegraría un día), sino a ser honesto con uno mismo. Me da igual ser cualquier cosa, menos cobarde, falsa, tramposa en cuestión de sentimientos, o puta: prefiero tener el cáncer que un corazón deshonesto. Y esto no significa que sea una beata. Soy simplemente una persona práctica. De cáncer se muere a veces; de lo otro, siempre. Oh, a la mierda con este asunto. Anda, pásame la guitarra, voy a cantarte un fado en un portugués perfecto.

– Truman Capote en Desayuno en Tiffany’s

Rocky

Cuando se estrenó Rocky, se convirtió casi en mi película preferida de todos los tiempos. Soy consciente de que ya he dicho eso unas cuantas veces. Pero aquellos eran los años setenta. Yo era un joven entusiasta del cine, en una época en que las películas eran una pasada. Ahora bien, a menos que uno estuviera allí, en 1976, es muy difícil hacerse una idea del efecto que la película Rocky provocó en el público.

Todo en Rocky cogió al público por sorpresa. El protagonista desconocido, lo emotiva que acaba siendo la película, la muy conmovedora música de Bill Conti, y uno de los clímax más intensos que la mayoría de nosotros hemos experimentado en un cine.

Yo ya había visto películas en las que algo ocurría en la pantalla y el público vitoreaba. Pero nunca —repito, nunca— como vitoreó cuando Rocky, en el primer asalto, asestó el puñetazo que tumbó a Apollo Creed. Toda la sala había estado contemplando el combate con el alma en vilo, temiéndose lo peor. Uno tenía la sensación de recibir cada golpe que Rocky encajaba. El engreimiento de Apollo Creed por su superioridad sobre ese patán de poca monta parecía una forma de negarse a reconocer la humanidad de Rocky. Una humanidad de la que nos habíamos enamorado después de ver a Stallone a lo largo de 90 minutos de película. Y, de pronto —tras recibir un potente golpe—, Apollo Creed cayó al suelo de espaldas. Vi esa película unas siete veces en los cines, y en todas las ocasiones, llegado ese momento, el público casi saltó hasta el techo. Sin embargo, ninguna vez fue como la primera. En 1976, no hacía falta que me explicaran lo absorbentes que podían ser las películas. Ya lo sabía. En realidad, no sabía casi nada más. Pero hasta entonces nunca me había implicado emocionalmente con un personaje principal como lo estuve con Rocky Balboa y, por extensión, con su creador, Sylvester Stallone. En la actualidad, si alguien descubriese la película, sería casi imposible reproducir ese tipo de inocencia del espectador. Para empezar, tendría que lidiar con la celebridad y la carrera posteriores de Stallone. Y no digo esto como una indirecta o como un comentario sarcástico. Es un hecho que el Stallone de Planet Hollywood no es el Stallone que se sentó en el sofá de Dinah Shore a contar anécdotas graciosas sobre la época en que pasaba hambre.

No podemos hacer como si no viviéramos en un mundo en el que hay ocho películas sobre el personaje de Rocky y cinco sobre el personaje franquicia de Stallone, Rambo, en los estantes de videoclubes tapiados desde hace años, junto con cintas de Cobra y Yo, el halcón. Ahora bien, la verdadera razón por la que la película no podría tener en un espectador el efecto que tuvo en 1976 es que, para ello, ese espectador debería ver antes las películas duras, descarnadas, negativas y pesimistas de principios de los años setenta, para sucumbir luego a la catarsis de buenas sensaciones de Rocky. Uno debería vivir en un mundo donde una película como Papillon fue un éxito de Hollywood.

En una época en la que comedias condescendientes como El clan de los rompehuesos incluían la muerte brutal de los personajes.

En un Hollywood que había abandonado el final feliz como propaganda y estupideces de «los de arriba».

A principio de la década de los setenta, lo más cercano a una película para sentirse bien eran las películas de venganza.

[…]

Parte de la euforia vinculada a la respuesta del público al combate culminante en Rocky se debió a que, después de cinco años de cine de los setenta, la verdad era que no esperábamos que las cosas le fueran a ir bien a Balboa. Y no me refiero a que no esperábamos que ganase el campeonato del mundo de los pesos pesados. ¡No iba a ganar jamás ni una mierda! Nuestra única esperanza era que no quedara como un puto hazmerreír. Por eso, al final fue tan sorprendentemente conmovedor y catártico. Por eso, cuando Apollo Creed cayó de espaldas en la lona, dimos el salto de alegría. Porque, a partir de ahí, al margen de lo que acabara pasando, Rocky ya había demostrado que no era un hazmerreír. Y, cuando llegamos al último asalto, y Rocky tiene a Apollo Creed contra las cuerdas, asestándole un zurdazo y un derechazo, y un zurdazo y un derechazo, y el público presente en el pabellón entona: «Rocky… Rocky…»… ¡Joder!

Sencillamente, nunca se había visto nada igual.

Después, en la entrega de los Óscar, la película replica en la vida real su milagrosa victoria. Desde ese momento, el cinismo de los setenta ya no tenía ningún futuro.

– Quentin Tarantino en Meditaciones de cine.
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Been there, read that (CCLX)

Chin Chin el teporocho

Aut. Armando Ramírez

En redes sociales acostumbro seguir librerías de segunda mano; al igual que los botaderos, son una fuente inagotable de joyas de la literatura. La mayoría de veces, los dueños de estas joyas bien saben el valor de lo que tienen; en otras muy contadas ocasiones, te encuentras verdaderos tesoros que se venden a precios absurdamente bajos (así me pasó con la mayor parte de la obra de Juan Hernández Luna). En una de esas redes, llamó mi atención un libro que por la portada y el título me recordó al clásico amigo que se la vive ahogado en la bebida, y tenía ganas de conseguirlo porque de alguna manera y sin ninguna evidencia previa, me imaginé que el contenido resultaría chusco y con buenas frases para repetir en las reuniones etílicas de cada fin de semana. El título en cuestión sería Chin chin, y mostraba en la portada el rostro de lo que cualquiera señalaría como un mariguano genérico.

Ahora bien, curioso fue el hecho de que antes de que me decidiera a gastar lo que pedían en dicha librería de segunda mano, se llevó a cabo una feria del libro en mi ciudad natal y fue ahí donde terminé adquiriendo una edición mucho más actual que aquella que originalmente me planteé comprar. Lamentablemente, la nueva edición no muestra una portada acorde al título, detalle que dejé pasar porque esta versión costó menos de la tercera parte de lo que pedían por la edición antigua. Más tarde me di cuenta de que, si bien imaginaba que la novela era vieja, jamás pasó por mi mente que fuera tan vieja hasta que mi papá vio el libro sobre la mesa y me dijo que lo había leído cuando él era más joven que yo. Bastó googlear el libro para saber que esa edición que llegué a encontrar era de 1972 y que se hizo una película de la misma en 1975 (bastante decente debo admitir).

Definitivamente, fue una de las mejores ideas el hacer esta lectura justo después de Falsa liebre de Fernanda Melchor por los múltiples paralelismos de lo que se narra y lo que encontramos entre líneas: pobreza, desigualdad, historias trágicas. Mientras que la autora nos narra en tercera persona desde los barrios bajos de la costa, aquí, el teporocho nos narra en primera persona su historia previa, su vida anterior como Rogelio, un muchacho de los barrios de Tepito que convive con alcohólicos, prostitutas, policías, vendedores de droga y gente de clase trabajadora. Todo ese tejido social que entre semana busca los medios de subsistencia mientras que el fin de semana se dedica a soñar y a buscar todo aquello que le ayude a olvidar.

De cómo las falsas amistades pueden ser costosas, de las relaciones a la antigüita donde bastaban 5 minutos tomados de la mano para sentirse obligado a contraer un matrimonio, de saberse el acaudalado de la colonia sólo por ser el dueño de la tiendita, de la violencia intrafamiliar, de los bailes y las borracheras, de las traiciones y de la homosexualidad catalogada como una enfermedad. Lo bello de estas narraciones es la esencia de una sociedad capturada en un momento preciso del tiempo y que queda encapsulado entre las letras del autor.

Pienso que este tipo de obras son indispensables no sólo en el tema de la literatura sino en el de la antropología de un país, son retratos sumamente detallados del entramado social de la época y muestran claramente diversos aspectos de la sociedad: el laboral, el del esparcimiento, el económico, el de las relaciones humanas, entre otros. Junto con textos como los de Emilio Ruvalcaba o José Emilio Pacheco, son lecturas obligadas que nos ayudan a entender quiénes fuimos y qué tanto hemos avanzado. O también puedes tomarlo como una novela más que resulta bastante agradable aunque el lenguaje por momentos pueda cansarte.

Been there, read that (CCXLVIII)

Trejo: Mi vida de crimen, redención y Hollywood

Aut. Danny Trejo

Me atrevo a afirmar que todos tenemos un primer recuerdo de Danny Trejo, son tantas las películas en las que aparece, que básicamente debería ser posible identificar a una persona a través del análisis de este primer recuerdo. En mi caso, cómo olvidar al sujeto malencarado que con sus cuchillos para lanzar casi asesina al mariachi, encarnado por Antonio Banderas, en esa joya titulada ‘Desperado (‘Pistolero‘ en México) dirigida por Robert Rodríguez. O tal vez sea su aparición en ‘Del crepúsculo al amanecer‘, o un pequeño atisbo de ‘Sangre por sangre‘ en los domingos de Cine permanencia voluntaria de Canal 5 los domingos, qué sé yo.

Lo cierto, es que «el machete» es un ícono en la industria del cine y un estereotipo mexicano bastante, digamos, acertado. Era imposible no adquirir su autobiografía en el momento en que el algoritmo de cierta página de ventas me lo sugirió y vaya que la recomendación fue acertada.

Trejo, comienza la narración de su vida a través de los recuerdos de la infancia: vivir en una casa rodeado de mujeres ante la mirada de un padre que pareció nunca mostrar amor por él. Al principio, pareciera un recuerdo aislado pero más adelante, se rebelará el fuerte choque que hubo entre una masculinidad tóxica incipiente y la relación que habría con sus hijos así como con la figura paterna sustituta de su tío Gilbert, en torno al cuál, gran parte de los relatos giran como figura representativa de todo lo que Danny deseaba al mismo tiempo ser y no ser. Spoiler: al ser un niño que creció rodeado de primas, aprendió a orinar sentado, situación que le sería recriminada por la figura a la que él más respeto y admiración tenía; imaginen el impacto de un tema como ese en su desarrollo personal.

Condenado a prisión desde muy joven, el actor narra su paso por varios de los centros penitenciarios más duros de Estados Unidos, su relación con grandes jefes de la mafia mexicana, cómo casi es condenado a muerte y su fugaz pero exitoso camino en el boxeo. Si bien pareciera que Danny estuvo en el cine desde muy joven y que todo giró en torno de este medio, lo cierto es que su vida se construyó en torno de los círculos de ayuda para adictos y asociaciones que buscaban mantener limpios a usuarios de drogas y estupefacientes. El cine y la fama consecuente sólo fueron plataformas para llegar a más y más gente que necesitase ayuda.

Debo decir que hay tanto que uno no imagina de las figuras que vemos en las pantallas. Confieso que después de leer este libro, respeto en demasía a la figura del mexicano con la charra tatuada en el pecho. Su lucha para salvar a sus hijos del mundo de las drogas es desgarradora y el constante conflicto entre su labor altruista y el comportamiento de sus más allegados le da un contraste muy fuerte a la obra.

Por supuesto que está la parte divertida de sus apariciones clásicas en películas y series; las anécdotas con Antonio Banderas, Robert DeNiro y Ray Liotta son verdaderas joyas. A pesar de todo, lo más profundo y bueno de esta autobiografía es que te enseña mucho de la batalla que hay en cada uno de los seres humanos y que realmente pareciera que la vida siempre se acomoda para ponernos en el camino de quienes más nos necesitan (o de quienes más necesitamos).