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Archive for febrero 2020

Been there, read that (CLXXXVII)

Días sin ti

Aut. Elvira Sastre

portada_dias-sin-ti_elvira-sastre_201902050958Soy una persona que definitivamente da más de lo que recibe y estoy más que acostumbrado a serlo. Creí que el pasado 14 de febrero sería la misma situación que en los últimos años con la única diferencia de que en esta ocasión no tendría nadie a quien prepararle una sorpresa (aunque no me faltaron ganas de hacerlo, en esta ocasión ganó la razón y no el corazón). Sin embargo, una bolsa de celofán que contenía el libro de Elvira Sastre y una caja de galletas Macma lograron que por primera vez en mucho tiempo, recibiera un detallito por el día del amor y la amistad.

Si me regalan un libro, lo más probable es que se cuele hasta el frente de mi lista de pendientes de lectura, por lo que Días sin ti fue la elección una vez que terminé con los tres que empecé a leer a inicios de año.

Ahora bien, siempre he sido admirador de Elvira Sastre, no es difícil serlo pues fracciones de sus textos y poemas inundan las redes sociales formando parte de miles de imágenes motivacionales/románticas/superacionales. Debo admitir que cuando descubrí que aparte de la poesía existía una novela, mis expectativas se fueron al cielo. No es que me haya decepcionado, pero esperaba un poco más.

Días sin ti es la historia de Gael, un joven escultor que busca «el latido» en su vida, aquello que le da sentido y que llena el hueco que todos llevamos dentro. Mientras busca ese latido, se convierte en profesor de su misma especialidad en una escuela, ahí conoce a Marta, la modelo que posa en las clases para ser esculpida. No es necesario explicar lo que pasa después: se enamoran, él cree haberlo encontrado todo en ella, ella tiene ciertos vacíos en su interior, ella se va, él entra en una etapa de depresión, él supera el rompimiento y, finalmente, nos narra lo mucho que le ayudó a crecer dicha experiencia. ¿Suena algo genérico? Tal vez sea porque así es. La trama es sumamente predecible y poco original.

A la par de la narración de Gael, encontramos la historia de Dora, su abuela, que cuenta su propia historia de amor con el abuelo del protagonista y de las dificultades que dicho amor enfrentó durante la guerra civil española y el período inmediato. Persecuciones, asesinatos, miedo y desesperanza, en una sucesión de hechos trágicos que la abuela le cuenta a su nieto en un intento de darle el mensaje central: el amor puede más que una guerra y todo el odio del mundo.

Si aislamos la historia principal de las narraciones secundarias de la abuela, nos quedamos con una versión madrileña de 500 days of summer, ese es el problema. Aunque la prosa es bellísima y los mensajes entre líneas muy benéficos y positivos, no encontré algo que me permitiese distinguir a esta novela de cualquier comedia romántica donde el protagonista supera a un amor que lo destrozó y después nos narra como siempre la vida nos tiene guardado a alguien más. En fin, me quedo con la poesía y desecharé la novela. Espero no estarme amargando de más. 

Been there, read that (CLXXXVI)

25 febrero 2020 2 comentarios

Un día en la vida de un editor y otras informaciones fundamentales

Aut. Jorge Herralde

thumb_21620_portadas_bigSi bien el intenso e incondicional amor que tengo por los libros nació desde que tengo uso de razón, es decir, por ahí de los 4 o 5 años de edad cuando mi papá me leía los Cantares del Mío Cid, la Iliada, la Odisea y mitologías nórdicas, griegas y romanas, tuve ciertos períodos en los que mi dedicación a la literatura fue casi nula. Pienso que ese período fue mayormente durante secundaria y preparatoria (lo mío era jugar en la compu y en el Dreamcast). Bien recuerdo que el hábito renació con el libro Führer de Allan Prior, también recuerdo por esas fechas a mi primer libro de editorial Anagrama: Temporada de caza del león negro.

Un breve texto en una de las primeras páginas mencionaba que Temporada de caza había resultado finalista del Premio Herralde de Novela de aquel año en particular (no recuerdo cuál) y que, junto con éste, habían resultado finalistas Flores de Mario Bellatin, Un lugar llamado Oreja de Perro de Ivan Thays, y que el ganador había sido Casi nunca de Daniel Sada.

Algo me impulso y terminé leyendo todos excepto Flores, y cada uno de esos títulos se convirtió en mi favorito del momento. Vaya, Oreja de perro sigue siendo uno de esos libros que encabezan mi top de toda la vida. Algo había en aquellos libros cuyo diseño de cubierta aprendí a distinguir de inmediato en cualquier librería. De alguna manera, me di cuenta de que Anagrama era una total garantía de buena lectura, mucho más cuando Bukowski se volvió mi autor favorito y encontré que toda su obra traducida al español se encontraba amparada por esa misma editorial.

Desde entonces (hace más de 10 años), no he dejado de sentir un inmenso aprecio y admiración al hombre que hizo posible la existencia de Anagrama, Jorge Herralde. Mientras buscaba algunos obsequios de Navidad, me topé con Un día en la vida y la urgencia de leerlo fue apremiante, como grandiosa ha sido su lectura y la experiencia de tener a la mano tantas anécdotas con tantos escritores y épocas tanto buenas como malas para la editorial.

Qué más quisiera yo que dedicarme a esa profesión, la del editor. Un sueño que definitivamente se me figura imposible, aunque uno nunca sabe. Leer sobre los múltiples autores y sus relaciones con las editoriales y los agentes literarios, sobre los libros que marcaron época, sobre la batalla del precio fijo en España, los discursos, los homenajes, las cátedras y las entrevistas.

Ahora cuando voy a mis librerías favoritas, encuentro títulos y nombres que antes habrían pasado desapercibidos y quisiera comprarlos y llevármelos todos a casa. Y aunque ya hace casi un par de años que Herralde cesó en su labor como editor de Anagrama, su legado definitivamente se encuentra a buen resguardo. Seguiré siendo su admirador y seguidor por siempre.

Been there, read that (CLXXXV)

Eres un@ chingon@ haciendo dinero

Aut. Jen Sincero

portada_eres-un-chingon-haciendo-dinero_jen-sincero_201809142141Esta será una reseña sumamente corta. El mismo día que adquirí Inquebrantables para darlo como regalo de Navidad a uno de mis mejores amigos y estando en ese mood que me dejó el libro de T. Harv Eker, me topé con el libro de Jen Sincero en el estante de las novedades. La verdad es que, en ese punto de mi vida, me quedaba claro que no encontraría nada relevante en este tipo de literatura que no hubiese ya aprendido en las capacitaciones intensivas que recibí por parte de mi actual trabajo; sin embargo, creí que podría todavía encontrar algún par de tips que me sirvieran en algún momento.

La verdad es que ya no pude rescatar nada. Los consejos son los mismos y considero que el título es simple maniobra de mercadotecnia en la que caí redondito. De hecho, esta obra es menos recomendable que cualquiera otra de género similar que haya pasado por mis ojos antes, ¿el motivo? esa necesidad que últimamente se tiene de que, en aras de atraer a un público cada vez más «en onda», se tenga que escribir con palabras como chingón, a huevo, wey, ni madres. ¿Qué necesidad de creer que eso hará que más personas te lean?

En fin, es todo lo que puedo decir. No encontré nada diferente que me hiciera saber que valieron la pena los $200 que gasté aquel día. Sigo sin creer en el coaching, fin.

¿Te has ido o te he dejado ir?

catarina-mariquita

Me daban ganas de coger el teléfono, llamarla y decirle: «¡No puedes ir por ahí enamorando a la gente para marcharte cuando lo consigues! No puedes meterte en mi cabeza, escribirme la historia de los dos y borrarla antes de llegar al final. No puedes hacerme querer ser alguien mejor para abandonarme después. Me has puesto delante de tu miedo para no afrontarlo. Me estás dejando hacerme todo este daño… Mírame, mi casa es una tumba, yo me he convertido en un fantasma, soy como esas personas que se mueren pero siguen vivas, esas a quienes nadie lleva flores porque apestan a tristeza. Nadie quiere a alguien triste a su lado. ¿Qué has hecho con nosotros? ¿Quién va a cuidar ahora de nuestros hijos?».

Pero no. No la llamé porque en el fondo la entendía. La conocía tanto que comprendía sus miedos mejor que ella. Y era tan fácil la solución, tan fácil. Pero no era yo quien debía dársela.

No obstante, mi enojo no era con ella directamente. Lo que me molestaba de verdad era cómo se había ido. Esa falta de lucha y de compromiso. Yo no había vivido una historia de amor en condiciones hasta entonces, pero conocía la de mi abuela. Y me fastidiaba esa facilidad para la huida. Estamos diseñados para huir cuando creemos que las cosas se ponen difíciles. ¿Cuándo perdimos de vista que lo que costaba pero nos hacía felices era aquello por lo que merecía la pena luchar? ¿Dónde estaban nuestras ganas? Tenemos diecinueve, veintitrés, treinta y tres años y parece que estamos a un paso de la tumba. ¿De dónde viene este cansancio? ¿Este agotamiento vital? ¿Esta falta de sorpresa ante lo que descansa en nuestras manos? ¿Por qué seguimos dormidos y dejamos que las cosas sucedan delante de nosotros sin darnos cuenta, sin hacer nada para que cambien? ¿Quién nos ha quitado la ilusión? ¿Por qué nos conformamos con lo que viene en vez de salir a buscar aquello que nos mueve de verdad? ¿De dónde procede tanto miedo? ¿En qué momento hemos dejado de ser jóvenes?

Aquello me hizo replantearme algunas cosas. Tenía la sensación de que ella había llegado a mí perdida y que en el proceso de encontrarse a sí misma se había marchado. Empecé a pensar que el problema era mío. Quizá mi forma de querer no fuera la correcta. ¿Por qué, si no, se había ido así? Habíamos hablado de muchas cosas, algunas que jamás habíamos dicho en voz alta, habíamos confiado el uno en el otro. Nos habíamos conocido. Y todo para convertirnos, a la fuerza, en dos desconocidos. ¿Era entonces culpa mía? A ratos esos pensamientos me martilleaban la cabeza haciéndole el compás a la resaca con la misma pregunta: ¿se había ido o la había dejado marcharse?

Cuando mi reflexión llegaba a ese punto, el resto de las palabras se deshacían en mi cabeza. Todo perdía el sentido. Y entonces sólo me acordaba de sus manos acariciando las mías […].

– Elvira Sastre en Días sin ti

Been there, read that (CLXXXIV)

El gorila invisible y otras maneras en las que nuestra intuición nos engaña

Aut. Christopher Chabris/Daniel Simons

Gorila invisibleHacía demasiado tiempo desde la última vez que leí un libro de divulgación científica que no fuera una obligación por parte del doctorado. La verdad es que la presente obra se quedó conmigo más por despiste mío que por que realmente lo hubiese elegido de entre tantas cosas con las que me encuentro en la Librería Universitaria de la BUAP. Ví la portada, leí el título y, siendo fan de changos y gorilas, me quedé prendado del libro sin siquiera haber revisado la contraportada y lo que tenía que decir. En ese momento ni siquiera presté atención (lo cuál resulta irónico) y sólo me quedé con la idea de que, de algún modo, hablaba de ciertos experimentos sociales en los que la gente no se daba cuenta de la presencia de un gorila y de ahí el nombre.

Pues bien, no podría estar más agradecido con mi despiste. El gorila invisible es un experimento que prueba que los seres humanos somos susceptibles de ciertas ilusiones cotidianas que nos hacen creer e inferir ciertas teorías que no tienen sustento científico y que, de hecho, han probado ser falsas.

La primera, es la ilusión de la atención. Creemos que por mantener nuestra visión al frente al manejar o por estar atentos a una imagen o video, seremos capaces de visualizar absolutamente todo aquello que debería saltar a la vista: una persona que cruza la calle sin fijarse, un accidente vial, un gorila que se pasea frente a nosotros, el cambio de actor entre una escena de una película y otra. Lo cierto es que tenemos una capacidad de atención limitada que, en general, no notará lo inesperado por el simple hecho que no es algo que estemos esperando que pase.

La segunda, es la ilusión de la memoria. Tendemos a pensar que la memoria funciona como una cámara de video que registra escenas y las almacena en algún disco duro natural en nuestro cerebro. Falso, la memoria funciona a través de asociaciones e ideas relacionadas. De modo que dos personas que estaban juntas durante un acontecimiento sumamente importante, recuerden de maneras totalmente diferentes el momento referido. Los ajedrecistas más grandes del mundo funcionan a través de estas mismas pautas y pueden reproducir fácilmente un tablero con una jugada al azar cuando se les muestra por tan sólo 5 segundos; sin embargo, si las piezas se colocan de forma aleatoria sin lógica, ni un gran maestro del ajedrez es capaz de reproducir la posición de esas mismas piezas. Probablemente aquello que creemos recordar «como si hubiera pasado ayer», tenga serias distorsiones con respecto a lo que realmente pasó.

La tercera ilusión es la de la confianza. Es más probable que pensemos que el mejor médico es aquel que no titubea al diagnosticar con seguridad y no aquel que, en un momento de duda, se ponga a consultar nuestros síntomas en algún libro. Eso es lo que produce la ilusión de la confianza, que al percibirla en una persona, tendemos a confiar más que en aquella que se encuentra titubeante. Craso error cuando se comprueba que el exceso de confianza también tiende a hacer que las personas proyecten un mayor acervo de conocimientos que el que realmente se tiene. ¿Alguien ha sido presa de un fraude simplemente porque el embaucador se mostró sumamente seguro de sí mismo?

La cuarta y última gran ilusión es la de la causa producida. Mejor conocida como la ilusión de la falsa causalidad, es la más fácil de detectar en la investigación académica: cuando encontramos que dos variables o hechos están correlacionados y, por tanto, asumimos que uno es causa del otro. No podríamos estar más equivocados. Resulta que el índice de consumo de helados aumenta en la misma razón que aumenta el índice de personas que se ahogan en el mar. Ciertamente los dos eventos están correlacionados pero, ¿acaso el hecho de que las personas coman helado provoca que se ahoguen? Por supuesto que no, lo cierto es que ambos fenómenos están atados a las altas temperaturas ambientales: hace calor, consumimos más helado; también, como hace calor, más personas deciden ir a nadar y, por el simple hecho de ser más las personas en el agua, la probabilidad de un ahogado también se incremente. Voila! Correlación no equivale a causalidad.

Quisiera hablar y hablar de los múltiples experimentos y las ilusiones derivadas de cada una de estas cuatro que les he mencionado, pero lo mejor sería adquirir el libro y disfrutarlo (porque en verdad se disfruta). Me despido dejándoles una lista de mis ilusiones favoritas que, obviamente, son pura falacia:

  • Podemos sentir la mirada de alguien que nos mira fijamente la parte posterior de la cabeza.
  • La vacuna triple provoca autismo.
  • Escuchar a Mozart te hará más inteligente.
  • Jugar sudoku regularmente, incrementa nuestra capacidad cerebral.
  • La víctima de un crimen puede memorizar a la perfección cada una de las características físicas del victimario.
  • Recordamos con exactitud lo que estábamos haciendo en el último gran evento mediático (el 11 de septiembre o el último terremoto).
  • La llegada de un nuevo CEO está relacionada con la mejora de una empresa un año después de su contratación.

14 de febrero (2020)

Ilusiones

8 febrero 2020 1 comentario

[…]

Al parecer, el 65% de las personas cree que «si hay alguien detrás de nosotros que nos está mirando, podemos sentir esa mirada». Aunque sería bueno que pudiéramos tocar a alguien con nuestros ojos, estos no emiten ese tipo de rayos, , y no hay receptores en la parte posterior de la cabeza que puedan detectar la mirada de alguien. Esta falsa creencia se basa en la idea de que las personas tienen capacidades perceptivas ocultas, no medidas previamente, que funcionan al margen de los cinco sentidos clásicos, y de que este sexto sentido puede ser muy útil. No obstante, esta idea ha sido refutada por completo. Un eminente psicólogo llamado Edgar Titchener escribió en la revista Science: «He realizado pruebas de esto […] en una serie de experimentos de laboratorio conducidos con personas que se declaraban especialmente susceptibles a la mirada o especialmente capaces de ‘hacer que las personas se dieran vuelta’. […] los experimentos arrojaron invariablemente un resultado negativo» (Titchener, 1898: 895-897). No podemos hacer que las personas se den vuelta con sólo mirarlas, así como no podemos saber cuándo alguien nos está mirando desde atrás, al menos no sin primero darnos vuelta para mirarlo.

– Christopher Chabris y Daniel Simons en El gorila invisible