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Archive for the ‘Dedicatorias’ Category

Been there, read that (CCCXIII)

Desayuno en Tiffany’s

Aut. Truman Capote

Existe esta chica que me gusta desde hace ya varios años, menudita de rostro elegante, bonito y de incipientes ojeras. Una mujer interesante pues se nota reservada y con gustos musicales bastante sofisticados sin dejar de lado lo popular que le gusta a todo mundo. Sube una que otra foto de vez en cuando a su Instagram para mostrar los paisajes en los que hace senderismo o simplemente para mostrar su rostro melancólico en una situación cotidiana. Una de mis fotos favoritas es la de su disfraz de alguna fiesta de noviembre: vestido negro, collar de perlas, lentes obscuros, peinado antiguo y un desayuno consistente en café y alguna vianda en papel estraza en sus manos; por supuesto, es la chica de esa película que erróneamente creí dirigida por Woody Allen durante años.

La película es Desayuno en Tiffany’s, dirigida por Blake Edwards y protagonizada por Audrey Hepburn, una comedia romántica de inicios de los 60’s. Es curioso, hay muchas obras, como ésta, que aún sin haberlas visto, las reconoces debido a sus icónicas imágenes. De este modo, aunque nunca vi la película, siempre tuve el entendido del personaje representado y del origen de la historia, una novela corta del bien conocido autor, Truman Capote. Como siempre, un día aleatorio que pasé por una librería, me encontré con la fotografía de Holly Golightly en una portada y el resto es historia.

Para empezar, sigo sin ver la película; sin embargo, gracias a los avances y fragmentos que he visto en internet, puedo concluir que hay una distancia bastante amplia entre lo retratado en la pantalla y lo descrito en las páginas, tal y como pasa en la gran mayoría de las adaptaciones modernas o antiguas. Por otro lado, estamos frente a una novela corta de apenas 90 páginas que viene acompañada de un par de relatos más que también valen la pena.

La historia se centra en la relación que tiene el narrador, un escritor con miedo a publicar, y su vecina, Holly, que se establece como el término moderno de ‘la chica de al lado’ (o ‘girl next door’), uno de los personajes femeninos con más carisma de finales de los años 40. Ella es una estrella de cine en ciernes y que se maneja como amiga de todos, lleva una vida extravagante y bohemia que denota su fascinación por la alta sociedad.

La belleza de la novela está en que, en un inicio, puedes llegar a aborrecer a Holly debido a su aparente comportamiento superficial, situación que cambia conforme la narración extiende los hilos del pasado de la muchacha y comprendes sus motivaciones. Ella es un ejemplo claro de cómo las personas pueden usar una máscara social para ocultar sus verdaderos sentimientos y deseos. A primera vista, parece ser una mujer despreocupada y superficial, siempre rodeada de lujo y glamour. Sin embargo, a medida que avanza la historia, se revela que esta fachada es solo eso, una fachada. Bajo su apariencia glamorosa, Holly lucha con la soledad, la incertidumbre y la búsqueda de identidad.

El lugar favorito de Holly, la joyería Tiffany’s, actúa como un símbolo poderoso en la novela. Representa la belleza, la elegancia y la riqueza superficial que Holly anhela y persigue constantemente. Sin embargo, también simboliza la ilusión y la distancia entre sus sueños y la realidad, ya que Tiffany’s es un lugar al que solo puede acceder temporalmente.

Desayuno en Tiffany’s es una historia que combina elementos de comedia, drama y romance de una manera única que nos invita a reflexionar sobre temas como la identidad, la soledad, el amor y la búsqueda de la felicidad. La historia de Holly es un recordatorio de que, detrás de cada sonrisa y cada fachada, yace una historia profunda y a menudo complicada que merece ser explorada.

Escritores que beben

La fiesta nunca es gratuita para un artista. Los escritores que salen por la noche nunca se divierten del todo: trabajan, qué le vamos a hacer; parece que desbarren, pero en realidad están en la oficina, buscando la frase que justificará la resaca del día siguiente. Si la cosecha es buena, unas cuantas frases sobrevivirán a la relectura y quedarán integradas en un párrafo. Si la noche es un desastre, no habrá nada en el tintero, ni siquiera una metáfora, una broma, un juego de palabras o un chismorreo. Por desgracia, cuando no hay nada por recolectar, los escritores no se dan por vencidos: el fracaso les proporciona un pretexto para salir más, para beber más, como buscadores de oro que persisten con obstinación en una mina abandonada.

– Frédéric Beigbeder en Oona y Salinger

¿Qué podemos hacer por ellos?

¿Qué podemos hacer por el amigo que quiere recaer? ¿Exigirle que recupere el control? Qué podemos hacer por la amiga que conoce a la persona equivocada y tú ves que le va a caer una paliza brutal y sabes que no saldrá ilesa pero ella está poseída, magnetizada, no quiere saber nada de tu advertencia.

¿Qué puedes hacer por el amigo cansado de cometer siempre los mismos errores pero que nos dice que le divierte? ¿Qué vas a hacer? Esperar. Responder a sus mensajes demasiado rápido. Decirle te quiero demasiado a menudo. Sugerirle: ¿y si lo dejas? ¿Y si cambias de estrategia? El amigo no te ha pedido que te metas en sus asuntos. El amigo no te ha pedido nada. ¿Qué puedes hacer por el amigo que está bien y al que ves construyendo su ruina?

La gente se va a la mierda. Eso no puedes evitarlo. Lo que puedes es no elegir a tus amigos entre los perturbados. La gente de mi entorno que acaba yéndose a la mierda no es gente sola, sin nadie que se preocupe. Al contrario, es gente amada. Es una forma de decirles a los que les rodean que son unos inútiles. Miren, no pueden hacer nada por mí. Yo siempre me solidarizo con los no alineados. ¿Qué puedes hacer por ese amigo por quien temes lo peor? Nada. Si acaso enviarle un mensaje diciendo vamos a echar una partida de ping-pong, nos vemos en la terraza. Solo puedes esperar a que pase. Y luego estar ahí. Rezando para que quede algo del amigo que tenías. Y dejarlo estar. Un beso.

– Virginie Despentes en Querido comemierda
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Juego de niños

—Ambos te trajeron a casa. Sus manos se tocaron. Estuvieron sentados junto a tu cama casi hasta el albor, pero no se dijeron ni una palabra. Sólo ahora han decidido salir a conversar. Allí, al dique, junto al estanque. Y tú te has decidido a escuchar lo que dicen… y a mirarles a través de un agujero en el muro. ¿Tanto te interesa saber lo que hacen allí?
—No hacen nada allí. —Ciri enrojeció ligeramente—. Hablan un poquito y eso es todo.
—Y a ti —Jaskier se sentó en la hierba, junto a un manzano y apoyó la espalda en el tronco, no sin antes haberlo examinado por si hubiera hormigas u orugas—, ¿te gustaría saber de qué están hablando?
—Sí… ¡No! Y al fin y al cabo… al fin y al cabo no les oigo. Están demasiado lejos.
—Si quieres —sonrió el bardo—, te lo digo.
—¿Y cómo vas a saberlo tú?
—Ja, ja. Yo, noble Ciri, soy poeta. Los poetas lo saben todo de estos asuntos. Te diré algo más: de estos asuntos los poetas saben incluso más que las propias personas a las que les conciernen.
—¡Seguro!
—Te doy mi palabra. Palabra de poeta.
—¿Sí? Entonces… Entonces dime de qué hablan. ¡Aclárame qué significa todo esto!
—Mira otra vez por el agujero y fíjate en lo que hacen.
—Hum… —Ciri se mordió el labio inferior, luego se agachó y acercó el ojo a la fisura—. Doña Yennefer está junto a un aliso… Arranca hojitas y juguetea con su estrella… No dice nada y ni siquiera mira a Geralt… Y Geralt está a su lado. Ha bajado la cabeza. Y dice algo. No, guarda silencio. Oh, vaya una cara… Vaya una cara rara que tiene…
Juego de niños. —Jaskier encontró una manzana entre la hierba, la restregó contra los pantalones y la miró con aire crítico—. Él precisamente le está pidiendo que le perdone sus variados actos tontos y palabras estúpidas. Le pide perdón por su impaciencia, por su falta de fe y esperanza, por su terquedad, por su saña, por sus enojos y actitudes indignas de un hombre. Le pide perdón por lo que en algún momento no entendió, por lo que no quiso entender…
—¡Eso es una mentira imposible! —Ciri se enderezó y se echó el flequillo hacia atrás con un violento movimiento—. ¡Te lo estás inventando todo!
—Le pide perdón porque sólo ahora ha comprendido. —Jaskier se quedó mirando fijamente al cielo y su voz comenzó a tomar el ritmo de un verdadero romance—. Por lo que querría comprender pero se teme que no va a poder… Y por todo lo que nunca jamás comprenderá… Pide perdón y se disculpa… Hum, hum… Sentido… Conciencia… ¿Destino? Joder, todo banalidades y no riman…
—¡No es verdad! —Ciri pataleó—. ¡Geralt no dice eso! Él… no dice nada. Si lo he visto. Está allí de pie con ella, callado…
En esto consiste la tarea de la poesía, Ciri. En hablar de lo que otros callan.
—Vaya una tarea más tonta. ¡Y tú te inventas todo!
—También en esto consiste la tarea de la poesía. Eh, escucho unas voces que llegan desde el estanque. Echa un vistazo, deprisa, mira qué es lo que pasa.
—Geralt —Ciri puso de nuevo el ojo en el agujero del muro— está de pie con la cabeza baja. Y Yennefer le está gritando terriblemente. Le grita y agita las manos. Ay, ay… ¿Qué puede significar esto?
Juego de niños. —Jaskier de nuevo fijó la vista en las nubes que flotaban en el cielo—. Ahora es ella la que le pide perdón a él.

– Andrzej Sapkowski en Tiempo de odio.

Tú contestarías…

[…] Más de una vez nos vimos a los ojos. Nuestros hombros se tocaron al caminar por el pasillo y te descubrí mirándome. Al apagarse las luces por la noche, al sentir las sábanas frías que mi cuerpo iba calentando poco a poco, pensaba en ti. Soñaba con larguísimas cartas que con el tiempo te escribiría y te enviaría: no sé a dónde. Pero tú contestarías y me dirías cuánto te hacía falta. Y yo te diría que te esperaría el tiempo que fuera necesario.

[…] La primera vez que estreché tu mano ni siquiera me miraste, no quería tomar la de nadie más para no perder el calor de tu palma, pero tuve que estrechar más manos que rápidamente me soltaban balbuceando. Pero no estaba dispuesto a desistir, a la siguiente semana al tomar tu mano, te miré fijamente y sonriente. No intentaste separarte de mí como hubiera esperado, entonces me di cuenta de que también deseabas mirarme como yo a ti. […] Llegaste a la hora acordada. Te vi a lo lejos y corrí sobre un pasto seco y crecido. Estoy seguro que en algún momento volé, el tiempo se detuvo y pude ver el suelo bajo mis pies que flotaban en el aire. Al estar frente a frente me miraste como nunca nadie lo hizo de nuevo. Lentamente levantaste tu palma derecha y comenzaste a acercarla a mí. Mucho antes de tocarme te detuviste y bajaste la mirada hacia mi mano izquierda. Y yo la levanté ritualmente como tú lo habías hecho. Y apenas rozamos nuestras palmas: y eso fue un abrazo, y fue un beso, y fue una vida juntos. Pero también una despedida.

– Juan Carlos Reyes en Eco (Impala).
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Una pareja lúcida

Los imaginé abrazados, besándose, duchándose juntos. Por experiencia sé que una pareja lúcida no es la suma de dos personas iguales o similares, sino de dos partes conforman un mecanismo que enciende y funciona bien. Dos seres bellos que pueden conformar una pareja inmunda, o dos personas inteligentes pueden conformar una pareja bruta, tarada. La calidad de sus integrantes no se suma al momento de hacer pareja. Se trata de un secreto que conocen muy pocos. Hacer pareja es jugar a conformar un rompecabezas, tiene uno que buscar la pieza que encaje bien, que lo complemente, que tenga el diseño necesario que cierre el dibujo.

Mario Mendoza en Lady Masacre
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Estridentismo

Cuando tenía catorce años estudiamos las vanguardias para la clase de Español en la secundaria y el profesor tuvo una idea magnífica: dividió al grupo en equipos de cuatro personas y cada equipo escogió una vanguardia. Yo convencí a los integrantes de mi grupo de elegir el estridentismo, que era mucho menos popular que el surrealismo o el futurismo. La consigna era que teníamos que editar una antología de poemas de esa vanguardia y el formato del poemario debía tener una relación directa con la propuesta estética de la vanguardia. Así, por ejemplo, los que eligieron el futurismo hicieron una especie de coche de cartón con los poemas escritos sobre la carrocería. Los dadaístas creo que hicieron una portada en collage para su libro. Y nosotros, los estridentistas, decidimos que teníamos que causar algún tipo de revuelo para hacerle justicia a Manuel Maples Arce y Germán List Arzubide: compramos una cabeza de cerdo en una carnicería y, con la sangre del animal, le pegamos poemas estridentistas sobre la piel muerta, en la lengua y las orejas. La clase de Español era la primera del día, así que pudimos llegar con la cabeza de cerdo antes de que empezara a oler mal. El profesor la vio sobre su escritorio y, horrorizado, leyó el lema que el animal tenía pegado en la frente: «¡Viva el mole de guajolote!» Lo único que nos dijo fue que teníamos diez si nos llevábamos al cerdo de inmediato.

Daniel Saldaña París en Aviones sobrevolando un monstruo.

Somos océano

Hermanito, sigue todas las pistas, llénate de notas y notas sin preocuparte cómo o cuándo las utilizarás. Recuerda lo que decía Flaubert: «Escribir historia es beber un océano para orinar una tacita.» Exacto, Juan, acato, pero a veces siento que desde los márgenes hay que beber y mear océano à la Joaquim Nabuco: «Somos una gota de agua, no un océano. Tengamos conciencia de que somos gota de agua, pero también tengámosla de que somos océano.»

– Jean Meyer

Un instante cuántico

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—Empezaste tu ciclo vital en desventaja. Eras una monstruosidad y un anormal en un mundo que se regía por la conformidad y el orden. Aprendiste una lección importante: los que son excelentes y destacan son abatidos por las excusas de los mediocres.

—Algunos no eran así —replicó Thanos y se acordó de Gwinth y lo que le había dicho: «No soy como mis padres. No tengo miedo ni siento odio sólo porque algo es diferente».

Y entonces, Thanos supo cuál sería su cuento. Sólo era suyo y no tenía que ver con guerra o muerte. Era, como bien sabía, el momento que lo definió; uno de luz y amor.

Besé a una mujer —comentó Thanos poco a poco—. Una muy especial.

El Lorespeaker alzó la mirada.

—El Señor de la Guerra tiene un corazón, después de todo. Continúa.

El beso había sucedido hacía mucho tiempo. Vidas completas. Al principio, no estaba seguro de acordarse del beso con precisión. Experimentó un momento de horror cuando se dio cuenta de que no se acordaba del rostro de Gwinth. La cara de la mujer de sus sueños había reemplazado a la del beso. Sólo recordaba a la mujer que atormentaba sus sueños desde que lo habían exiliado.

Pero el momento de horror pasó muy rápido. Luego, descubrió que cuando se forzó a recordar el beso, también brotaron otros recuerdos. Vio con claridad la caminata entre la multitud; las calles obstruidas de Ciudad Eterna rodeadas por los que ya estaban muertos; a Sintaa que lo empujaba para que dejara a un lado su obstinación y entrara al silencurium.

Y se acordó de la chica. La chica con el cabello al ras de color rojo brillante, la piel de un color amarillo claro con pecas verdes. Y la primera vez que le sonrió con timidez al moverse para que el entonces joven titán se pudiera sentar. Jamás volvería a olvidar su rostro. No lo permitiría.

También se acordó de la bebida verde, burbujeante y muy dulce que ingirió esa noche. Sabía a melón, bayas de sáuco y alcohol etílico. Pudo saborearla como si la estuviera bebiendo.

Y todas esas memorias por un único beso: su primero. El beso que detonó su necesidad por tener una conexión y por entenderse a sí mismo para poder crear vínculos con los demás. Ese beso fue la primera vez que sintió la ternura de dos seres que se acoplaban.

—Me sentía incompleto —confesó Thanos—. Pero con ese beso supe que si me esmeraba y si me convertía en la persona que necesitaba ser, entonces podría capturar el sentimiento que había necesitado todo este tiempo; que el beso tendría un significado. Lo supe en ese entonces y lo sigo buscando. Si puedo salvar al universo, entonces me convertiré en el Thanos que es merecedor de un beso.

Aunque llevaba su armadura, jamás se había sentido tan vulnerable en toda su vida. Ni siquiera cuando estuvo a punto de morir por el hacha de Yrsa.

Thanos podía contarle más, si era necesario. La manera en la que había encontrado el valor para ir con su madre y el desconsuelo de su encuentro. Todo estaba dentro de él y podía recordarlo sin importar cuán vulnerable se sentía. Si eso lo guiaba al poder capaz de salvar al universo, entonces valdría la pena.

El Lorespeaker sonrió con sinceridad, como si fuera un niño.

—Qué hermosa anécdota, Thanos. Gracias por compartirla.

—¿Es todo? —preguntó con voz ronca.

El titán sintió las extremidades dormidas y los músculos torcidos. No era un niño enamoradizo, herido de amor o con el corazón roto. Era un señor de la guerra. Un conquistador. Lo único que hizo fue desenterrar un recuerdo que entregó voluntariamente, pero no dejaría que el recuerdo se apoderara de él. Había cosas más importantes que le deparaba el futuro. El pasado se podía quedar atrás.

—Es todo. —Su interlocutor asintió lentamente.

—Entonces cuéntame sobre las gemas infinitas.

 

– Fragmento de Thanos, Un instante cuántico, de Barry Lyga.

Been there, read that (CXCIX)

La libertad de ser distinto

Aut. Óscar de la Borbolla

9078915._UY309_SS309_Cada libro en mi haber tiene una historia. Algunas de esas historias son tan simples como la oración «ese lo compré en tal librería», y otras, tan complejas como la relación que sostuve (o sostengo) con la persona que me lo obsequió. Hasta el día de hoy, creí saber la historia de cada uno de esos libros, que si me lo regaló un amigo al que ya no veo, que si lo encontré en un botadero en la plazuela de Los Sapos, que si lo encontré en una tienda de antigüedades en Metepec, que si éste me lo regaló mi ex, etc., y hoy, justo hoy, me doy cuenta de que, por más que lo intento, no logro recordar la historia de La libertad de ser distinto. Bueno, la recuerdo pero de forma parcial.

Recuerdo que este libro tiene alrededor 6 o 7 años que lo recibí, recuerdo que fue un regalo pero no logro recordar quién fue esa persona que me lo obsequió ni bajo qué circunstancias. Siempre que alguien me regala un libro, le pido le escriba una dedicatoria y que incluya la fecha, éstos son los libros que más atesoro. Hay a quienes se les ha olvidado escribir la dedicatoria y, sin embargo, siempre he sabido de quién provino cada uno de esos obsequios. Pero con éste, simplemente no logro recordar.

Tiene un detalle curioso: hay cuatro separadores en el libro, tres son pedacitos arrancados de una revista o un folleto de supermercado (lo sé por el brillo y calidad del papel); el tercero, está compuesto por dos boletos de autobús, de esas líneas que viajan a destinos poco comunes, a los que ya se les han borrado los datos del viaje. Primera cuestión, ¿esos separadores los dejó el dueño original del libro a propósito o se le olvidó que estaban ahí al regalarme el libro?; segunda, si fue a propósito, ¿fue para señalarme sus pasajes favoritos o porque en esas páginas hay un mensaje específico para mí?: tercera, ¿los boletos de autobús fueron usados o estaban destinados a usarlos conmigo si los veía a tiempo?, creo que de ninguna cuestión tendré la respuesta. Me mata la duda de saber quién me lo regaló y con qué intención.

En fin, me estoy alargando mucho y no he hablado de esta belleza filosófica de Óscar de la Borbolla. La libertad de distinto, es un libro de anécdotas y de reflexión. El autor expone pequeñas semblanzas de su vida a  través de las cuáles ha llegado a sus verdades existenciales. Ventanas, laberintos, silencios, destinos, coartadas, rostros, sospechas y todo lo que ha pasado por su vida en torno a lo cual puede reunir conclusiones personales que muy bien se pueden ajustar a las distintas realidades del lector.

Me queda claro lo mucho que pudo marcar este libro a esa persona anónima que me lo obsequió y entiendo también esos motivos intrínsecos por los cuales decidió que era una obra que yo debería leer. No saben cuánto se lo agradezco y cuánto lo disfruté. En definitiva es uno de esos títulos que saltarán a mi mente de inmediato cuando alguien me pida una recomendación. Tal vez algún día recuerde a esa persona y le daré las gracias.