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Posts Tagged ‘Fragmentos’

Estridentismo

Cuando tenía catorce años estudiamos las vanguardias para la clase de Español en la secundaria y el profesor tuvo una idea magnífica: dividió al grupo en equipos de cuatro personas y cada equipo escogió una vanguardia. Yo convencí a los integrantes de mi grupo de elegir el estridentismo, que era mucho menos popular que el surrealismo o el futurismo. La consigna era que teníamos que editar una antología de poemas de esa vanguardia y el formato del poemario debía tener una relación directa con la propuesta estética de la vanguardia. Así, por ejemplo, los que eligieron el futurismo hicieron una especie de coche de cartón con los poemas escritos sobre la carrocería. Los dadaístas creo que hicieron una portada en collage para su libro. Y nosotros, los estridentistas, decidimos que teníamos que causar algún tipo de revuelo para hacerle justicia a Manuel Maples Arce y Germán List Arzubide: compramos una cabeza de cerdo en una carnicería y, con la sangre del animal, le pegamos poemas estridentistas sobre la piel muerta, en la lengua y las orejas. La clase de Español era la primera del día, así que pudimos llegar con la cabeza de cerdo antes de que empezara a oler mal. El profesor la vio sobre su escritorio y, horrorizado, leyó el lema que el animal tenía pegado en la frente: «¡Viva el mole de guajolote!» Lo único que nos dijo fue que teníamos diez si nos llevábamos al cerdo de inmediato.

Daniel Saldaña París en Aviones sobrevolando un monstruo.

Mentiras

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Los fanáticos creen que existen muchísimas mentiras y sólo una verdad. Para mí, en cambio, hay tantas verdades como puntos de vista, y por eso no merece la pena detenerse a distinguir si es verdad o mentira. Esto lo comprendí en la adolescencia cuando murió la madre de un amigo.

La señora había amanecido muerta junto a su esposo, y éste, demacrado e inconsolable, temblaba sin poder contenerse durante el sepelio. Murió por un paro cardíaco, dijo el médico secamente, y el cura se atrevió a corregirlo: Murió porque esa fue la voluntad de Dios. Ambos se enfrascaron en una discusión teológico-científica durante horas. Murió por mi culpa, me dijo mi amigo con voz de confidencia; porque antenoche le hice pegar un coraje, y —para consolarlo— le dije convencido: No, Manolo; tu mamá murió porque ya llevaba muchos meses enferma. DE reojo vi a la abuela paterna de mi amigo, que le comentaba a una de sus hijas: Esta mujer murió para que tu hermano se arrepintiera el resto de su vida por haber querido dejarla. La madre de la difunta, en cambio, en otro rincón de la sala, sostenía que su hija había muerto por santa, por ahorrarles a todos más sufrimientos y tantos gastos. Confundido por aquel desfile de verdades, fui a la cocina a buscar un café y ahí me encontré con la empleada doméstica, que gimoteando me dijo: Ay, joven, creo que confundí las medicinas.

– Óscar de la Borbolla

Yennefer

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El brujo sintió cómo Chireadan le tocaba el hombro. Se dio la vuelta. El elfo le miró directamente a los ojos, luego bajó la vista.
—Vas allí porque… tienes que ir, ¿verdad?
Geralt titubeó. Le daba la sensación de que percibía un perfume a lila y grosella.
—Creo que sí —dijo de mala gana—. Tengo. Lo siento, Chireadan…
—No pidas perdón. Sé lo que sientes.
—Lo dudo. Porque y o mismo no lo sé.
El elfo sonrió. Su sonrisa tenía poco que ver con la alegría.
—Justamente de eso se trata, Geralt. Justamente de eso.

[…]

—¿Por qué Geralt se metió ahí? —gimió Jaskier—. ¿Por qué cojones? ¿Por qué se empeñó en salvar a esa hechicera? Voto al diablo, ¿por qué? ¿Chireadan, lo entiendes tú?
El elfo sonrió con tristeza.
—Lo entiendo, Jaskier —afirmó—. Lo entiendo.

[…]

—¿Morirán los dos? —aulló Jaskier—. ¿Cómo puede ser? Don Krepp, o como os llaméis… ¿Por qué? Si el brujo… ¿Por qué Geralt, su puta y reputa madre, no huye? ¿Por qué?  ¿Qué lo detiene allí? ¿Por qué no abandona a su suerte a esa jodida bruja y no huye? ¡Si él sabe que no tiene sentido!

Jaskier se quitó de la cabeza el sombrerito adornado con una pluma de garza, escupió en él, lo tiró al fango y lo pisoteó, repitiendo diversas palabras en diversos idiomas.
—Pero si él… —gimió de pronto—. ¡Tiene todavía un deseo de reserva! ¡Podría salvarla a ella y a sí mismo! ¡Don Krepp!
—No es tan fácil —se lo pensó el capellán—. Pero si… si expresara correctamente el deseo… si de algún modo uniera su destino con el destino de… No, no creo que se le ocurra. Y puede que sea mejor así.

[…]

Estaba junto a él, cubierta con el centelleante resplandor de la bola mágica, en la claridad de la magia, entre el brillo de los rayos que sujetaban al djinn, con el cabello encrespado y los ojos violetas ardiendo, enhiesta, esbelta, morena, terrible…
Y hermosa.
Se agachó violentamente, lo miró a los ojos, de cerca. Percibió el olor a lila y grosella.
—Callas —susurró—. ¿Qué es lo que anhelas entonces, brujo? ¿Cuál es tu más oculto sueño? ¿No lo sabes o es que no puedes decidirte? Busca en ti mismo, busca profunda y cuidadosamente, porque la Fuerza gira alrededor de ti, ¡no tendrás una segunda oportunidad!
Y de pronto él supo la verdad. Supo. Supo quién había sido ella antes. Lo que recordaba, lo que no podía olvidar, con lo que tenía que vivir. Quién había sido en realidad, antes de convertirse en hechicera.

El djinn abrió la boca y lanzó hacia ella sus garras. Y el brujo comprendió de pronto que ya sabía lo que deseaba.
Y pidió su deseo.

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—Espera —susurró—. Ese deseo tuyo… Escuché lo que deseaste. Me quedé pasmada, simplemente me quedé pasmada. Podría haberme esperado cualquier cosa, pero qué… ¿Qué te llevó a ello, Geralt? ¿Por qué… por qué yo?
—¿No lo sabes?
Se inclinó sobre él, lo tocó, sintió en el rostro la caricia de sus cabellos que olían a lila y grosella y supo de pronto que nunca iba a olvidar ese olor, ese débil roce, supo que nunca más iba a poder compararlo con otro perfume y con otras caricias. Yennefer lo besó y él comprendió que nunca más iba a desear otros labios que estos, blanditos y húmedos, dulces del pintalabios. Supo de pronto que desde ese momento existiría sólo ella, su cuello, sus hombros y pechos liberados del negro vestido, su delicada y fría piel, imposible de comparar con ninguna que tocara antes. Miró de cerca sus ojos violetas, los ojos más hermosos de todo el mundo, ojos que, como se temía, iban a convertirse para él en…
Todo. Lo sabía.
—Tu deseo —susurró con los labios pegados a su oreja—. No sé si tales deseos pueden realizarse. No sé si existe en la Naturaleza una Fuerza capaz de realizar tales deseos. Pero si es así, estás condenado. Condenado a mí.
Él la interrumpió con un beso, un abrazo, un halago, una caricia, muchas caricias y luego ya con todo, con él mismo por entero, cada pensamiento, un sólo pensamiento, con todo, con todo, con todo. Cortaron el silencio con suspiros y susurros de la ropa arrojada al suelo, cortaron el silencio muy delicadamente y fueron perezosos, y fueron cuidadosos y fueron atentos y sensibles, y aunque ambos no sabían muy bien qué era la atención ni la sensibilidad, lo consiguieron porque ambos lo querían con todas sus fuerzas. Y no tenían prisa alguna, y el mundo entero dejó de existir de pronto, dejó de existir por un pequeño, corto instante y a ellos les parecía que había transcurrido la eternidad toda, porque verdaderamente había transcurrido toda la eternidad.
Y luego el mundo comenzó a existir de nuevo, pero ahora era completamente distinto.
—¿Geralt?
—¿Humm?
—¿Y ahora qué?
—No sé.
—Yo tampoco sé. Porque sabes, y o… No estoy segura de si valió la pena ser condenado a mí. Yo no sé… Espera, qué haces… Quería decirte…
—Yennefer… Yen.
—Yen —repitió, capitulando por completo—. Nunca nadie me llamó así. Dilo otra vez, por favor.
—Yen.
—Geralt.

 

– Fragmento de El último deseo, de Andrzej Sapkowski.

Sola por la calle de noche

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Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche te privas del silencio del mundo. El mundo es, según cuentan, un lugar muy tranquilo después de las dos de la madrugada. Te han dicho que tiene un fulgor rosado y que lo baña una quietud que normalmente solo se consigue poniéndose unos tapones en los oídos. Imaginas que otras personas disfrutan de esos momentos de silencio. Las imaginas paseando por las calles vacías, sintiéndose seguras y solitarias, viviendo momentos reveladores a altas horas de la madrugada. Seguramente se crucen con gatos callejeros y algún que otro mapache, criaturas que se envalentonan al caer el sol. Tú conoces poco a esos animales. De hecho, tropezar con ellos no es tu prioridad.

[…]

Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche ahorras veinte dólares al mes en hamburguesas para aplacar la borrachera. Pero tomas taxis para regresar a casa desde el bar, de manera que te ahorras la tentación de la comida rápida, pero, de todos modos, te gastas el dinero. Te han hablado de un local de comida rápida nocturno que han abierto hace poco cerca de tu casa y de los daditos de pierogi deliciosos que echan con un cucharón sobre las patatas fritas. Pero, por lo que a ti respecta, como si fuera la fábrica de chocolate de Willy Wonka… Ya no comes patatas fritas con queso sola a las tres de la madrugada. La seguridad es tu alimento reconfortante.

[…]

Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche, sobre todo cuando no tienes coche, te conviertes en un incordio para tus amigos que se hartan de hacerte de guardaespaldas hasta casa. Algunos de ellos son unos auténticos campeones que te acompañarán hasta la mismísima puerta aunque haga un frío de los mil demonios. Otros suspiran y te preguntan:

—¿No puedes regresar tú sola, aunque sea solo hoy?

[…]

Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche lo echas de menos. Recuerdas las veces en que lo hacías, antes de tomar la decisión (repentina o gradual, consciente o no) de dejar de hacerlo. Antes realizabas a pie (nunca del todo cómoda, pero sí con regularidad) el breve trayecto que separaba la parada del autobús de tu casa con las llaves en la mano, cual púas entre los dedos. Solías caminar con paso decidido por la parte central de la calle, con el teléfono móvil en la mano, listo, y luego atravesar a todo prisa y en diagonal el césped del jardín de detrás de tu casa. Son recuerdos que te hacen suspirar. Y son recuerdos crudos, pero no puedes evitar echar de menos esos momentos, por temibles que te resultaran. En comparación con la situación actual, tienes la sensación de que te conferían una libertad que no sabías apreciar.

[…]

Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche te conviertes en una cobarde. Dejas de hablar con franqueza con otras mujeres que se apean del autobús en paradas que parecen galaxias sin sol. Con elegancia y confianza, esas mujeres ponen un pie delante del otro y se mueven con fluidez por la negrura de la noche. Te saludan desde la calle cuando arranca el autobús, hasta que lo único visible son las franjas reflectantes de sus mochilas. Envidias a esas mujeres. Y te preguntas: «¿Cómo lo hacen?».

[…]

Cuando dejas de caminar sola por la calle de noche estás a salvo. Estás a salvo, a salvo, a salvo. A salvo de hombres en pantalón de chándal que se agarran el pene con una mano. A salvo de aquel otro hombre que una vez te siguió a casa y te obligó a echar a correr y a cerrar la puerta de tu apartamento de un portazo tras de ti. A salvo del mirón con coleta que hace solo una semana pasó por tu lado montado en su bicicleta y te gritó: «¡Te comería en el almuerzo!». A salvo del hombre que te pidió una «hamburguesa de chochito» en tu empleo en el instituto (¿por qué todavía recuerdas la lengua puntiaguda que te mostró?). A salvo de cualquier hombre que te haya contemplado alguna vez como un pedazo de carne, de cualquiera que te haya visto como un recurso que puede robarse, en lugar de como un ser humano.

– Fragmentos de Volver a Casa, de Nicole Boyce, en No es para tanto.

No seas indiferente

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[…]

Y esto es lo que quería decirle a mi hija, a mis nietos. Quiero dirigirme a los jóvenes de su generación, vivan donde vivan, sea en Polonia, Israel o América. Es especialmente importante aquí, en Europa del Este. No seas indiferente cuando veas mentiras, mentiras históricas. No seas indiferente cuando veas que el pasado es relegado para cumplir con demandas políticas actuales. No seas indiferente cuando una minoría es discriminada, porque la esencia de la democracia es que la mayoría gobierna pero la democracia depende de la protección de las minorías. Al mismo tiempo, no seas indiferente cuando cualquier poder o gobierno infringe el contrato social. Sigue los mandamientos, especialmente el undécimo. No seas indiferente, porque si lo eres no te darás cuenta cuando a ti y a tus herederos les caiga desde el cielo un Auschwitz.

– Marian Turski (Fragmento del discurso pronunciado el 27 de enero en la ceremonia del 75 aniversario de la liberación de Auschwitz.).

¿Te has ido o te he dejado ir?

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Me daban ganas de coger el teléfono, llamarla y decirle: «¡No puedes ir por ahí enamorando a la gente para marcharte cuando lo consigues! No puedes meterte en mi cabeza, escribirme la historia de los dos y borrarla antes de llegar al final. No puedes hacerme querer ser alguien mejor para abandonarme después. Me has puesto delante de tu miedo para no afrontarlo. Me estás dejando hacerme todo este daño… Mírame, mi casa es una tumba, yo me he convertido en un fantasma, soy como esas personas que se mueren pero siguen vivas, esas a quienes nadie lleva flores porque apestan a tristeza. Nadie quiere a alguien triste a su lado. ¿Qué has hecho con nosotros? ¿Quién va a cuidar ahora de nuestros hijos?».

Pero no. No la llamé porque en el fondo la entendía. La conocía tanto que comprendía sus miedos mejor que ella. Y era tan fácil la solución, tan fácil. Pero no era yo quien debía dársela.

No obstante, mi enojo no era con ella directamente. Lo que me molestaba de verdad era cómo se había ido. Esa falta de lucha y de compromiso. Yo no había vivido una historia de amor en condiciones hasta entonces, pero conocía la de mi abuela. Y me fastidiaba esa facilidad para la huida. Estamos diseñados para huir cuando creemos que las cosas se ponen difíciles. ¿Cuándo perdimos de vista que lo que costaba pero nos hacía felices era aquello por lo que merecía la pena luchar? ¿Dónde estaban nuestras ganas? Tenemos diecinueve, veintitrés, treinta y tres años y parece que estamos a un paso de la tumba. ¿De dónde viene este cansancio? ¿Este agotamiento vital? ¿Esta falta de sorpresa ante lo que descansa en nuestras manos? ¿Por qué seguimos dormidos y dejamos que las cosas sucedan delante de nosotros sin darnos cuenta, sin hacer nada para que cambien? ¿Quién nos ha quitado la ilusión? ¿Por qué nos conformamos con lo que viene en vez de salir a buscar aquello que nos mueve de verdad? ¿De dónde procede tanto miedo? ¿En qué momento hemos dejado de ser jóvenes?

Aquello me hizo replantearme algunas cosas. Tenía la sensación de que ella había llegado a mí perdida y que en el proceso de encontrarse a sí misma se había marchado. Empecé a pensar que el problema era mío. Quizá mi forma de querer no fuera la correcta. ¿Por qué, si no, se había ido así? Habíamos hablado de muchas cosas, algunas que jamás habíamos dicho en voz alta, habíamos confiado el uno en el otro. Nos habíamos conocido. Y todo para convertirnos, a la fuerza, en dos desconocidos. ¿Era entonces culpa mía? A ratos esos pensamientos me martilleaban la cabeza haciéndole el compás a la resaca con la misma pregunta: ¿se había ido o la había dejado marcharse?

Cuando mi reflexión llegaba a ese punto, el resto de las palabras se deshacían en mi cabeza. Todo perdía el sentido. Y entonces sólo me acordaba de sus manos acariciando las mías […].

– Elvira Sastre en Días sin ti

«Julia»

30 septiembre 2019 Deja un comentario

A veces nos sucede que cuando el sentimiento pesa nos hacemos una historia en la mente, la repasamos, quitamos y ponemos palabras durante horas. […] Y,  a la hora de ver a la persona esperada y hacen ellos un comentario breve, todo nuestro discurso se va al traste. Una vuelta de tuerca. Entonces, salen las palabras que nunca ensayamos. No las cosas como queríamos, nos distanciamos. Algo cruje dentro, en silencio, se hace una grieta primera y por ahí se vierten las palabras que nadie planeó. Las dichas por nuestro otro yo.

—Dice mi mamá que guardemos nuestra distancia.

Sus ojos miran hacia arriba, las mandíbulas se intrincan y se marcan los músculos, los labios se aprietan, el zapato inquieto en pequeños golpes sobre las gradas donde estamos sentados.

—No te bastan dos años para demostrarte que sé comportarme, estamos en la escuela, pues qué me crees. Me conoces. […] Qué tengo que hacer para que confíen en mí, no podemos ni hablar así.

Yo quiero decirle tantas cosas, pasar la vida junto a él. Recargarme en su hombro, compartirle un fragmento del libro que estoy leyendo […] Y yo, Julia, siempre haciendo enojar a quien más quiero. […] Alguna cosa diría yo para tratar de suavizar las cosas; pero él sabía que esa era mi intención y eso lo molestaba aún más.

—Julia, lo que me preocupa es que lo dices como si estuvieras convencida de eso, no sólo por obedecer a tus papás. Sólo haces lo que ellos dicen. No puede ser así siempre. Son tus papás, son muy importantes, pero ya no eres una niña. Tienes tus propias ideas; tienes que tomar tus propias decisiones. Ellos te dan consejos generales. Tú eres la que estás aquí. Toma de ellos lo que aplique en el momento y ten tu propia postura de las cosas. Además, cuándo, dime cuándo he hecho algo para faltarte el respeto, por favor. No puede ser que en dos años no he podido ganarme tu confianza. Ya no sé qué tengo que hacer, de veras Julia… Sí me agüito, y mucho, porque yo hago todo lo que está de mi parte. Todo. Ya no se me ocurre qué más puedo hacer. Y no lo hago para reprochártelo, lo hago con gusto porque te quiero, pero tú no recibes el cariño, no recibes mis palabras, no recibes nada. Hay una barrera siempre contigo. No dices lo que piensas, me platicas todo menos de lo que tú sientes, de lo que tú piensas. Me interesa lo que dices, pero me interesas más tú. Yo quiero escuchar a la Julia que está ahí dentro, conocerla. […] Me interesas tú. Te quiero a ti.

[…]

Duele hacerle daño. Duele fastidiarle la vida. Duele no poder estar en paz ni él ni yo. […] Quiero tocar su mejilla, colocar mis dedos sobre su boca. Callarlo con un beso. Pero me quedo inmóvil. Las palabras se me amontonan debajo de la lengua. Abro la boca y no salen. Quisiera decir algo así como: «Te quiero más que a nadie, te amo, no me importan los demás. Me importas más tú que lo que digan mis papás. No fue esa mi intención, no quise lastimarte». Pero no me sale. Ni una palabra.

[…]

Quisiera decirle que años atrás hice una promesa que me ronda todos los días.., que me impide acercarme a él. […] No tenía yo más opción que la de construir una vida que no trajera dolor o preocupaciones a mis papás.

[…]

Se levanta de las gradas. Se va sin volver la vista.

 

– Gabriela Riveros en Destierros.

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Escribo tan solo por escribirte un poquito más…

23 septiembre 2019 1 comentario

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30 de septiembre

¡Mátochka, Várenka, palomita mía, inestimable mía! ¡Se la llevan, se marcha usted! ¡Sí, ahora sería preferible que me arrancaran el corazón del pecho, antes que apartarla de mi lado! ¿Cómo puede ser esto? ¿Llora y se va? Acabo de recibir su cartita toda salpicada de lágrimas. ¡Luego usted no quiere marcharse, luego a usted se la llevan a la fuerza, luego usted siente pena por mí, luego usted me ama! Y entonces… ¿con quién va a estar usted ahora? Allí su corazoncito se sentirá triste, asqueado y frío; lo marchitará la melancolía, la nostalgia lo partirá en dos. Allí se morirá y la sepultarán en la húmeda tierra; ¡y nadie llorará por usted!

[…]

Pero ¿dónde estaba yo? ¿Qué estaba mirando boquiabierto como un tonto? ¡Creía que eran caprichos infantiles, desvaríos de una cabeza febril! Habría debido simplemente… pero no, ¡tonto de remate!, no pensaba nada, no veía nada, como un alma cándida, como si la cosa no fuera conmigo; ¡si hasta fui corriendo a buscar el volante!… Sí, Várenka, me levantaré; para mañana, espero haberme repuesto y entonces ¡me levantaré!… Me arrojaré bajo las ruedas, mátochka, ¡y no dejaré que se vaya! Pero ¿cómo es posible? ¿Con qué derecho se hace todo esto? Me marcharé con usted; correré tras su carruaje y, si no me lleva con usted, seguiré corriendo con todas mis fuerzas, hasta que me quede sin aliento y exhale el último suspiro.

[…]

¿Cómo es posible, Várenka? ¿A quién voy a escribir cartas yo, mátochka? ¡Sí! Téngalo usted en cuenta, mátochka, ¿a quién voy a escribirle cartas yo? ¿A quién voy a llamar mátochka? ¿A quién le voy a dirigir expresiones cariñosas? ¿Dónde la encontraré después, angelito mío? Me moriré, Várenka, me moriré irremediablemente; ¡mi corazón no soportará tamaña desdicha! La amaba a usted como a la luz divina, de usted todo lo amaba, mátochka,  querida mía. ¡Vivía solo para usted! Trabajaba, escribía, caminaba, paseaba y vertía mis observaciones en el papel, en forma de cartas amistosas, todo porque vivía usted ahí, mátochka, enfrente, tan cerca. Usted quizá no lo supiera, pero ¡era exactamente así! Sí, escúcheme, mátochka, reflexione, mi querida palomita, ¿cómo puede ser que usted se marche de nuestro lado? Querida mía, usted no puede irse, es imposible; ¡sencillamente, no cabe ni la más remota posibilidad!

[…]

Siga usted escribiéndome, siga escribiéndome alguna carta contándomelo todo y, cuando se marche, escríbame también desde allí. Pues si no, mi ángel del cielo, esta será la última carta; y de ningún modo esta carta puede ser la última. ¿Cómo va a ser la última, así, tan súbita e irremediablemente? De ninguna manera, yo voy a escribir, y usted también lo hará… Ahora que empezaba a coger cierto estilo… ¡Ay, querida mía, qué más dará el estilo! Yo ya no sé ni lo que escribo, no lo sé en absoluto, no sé nada, y no lo releo, y no corrijo el estilo. Tan solo escribo por escribir, tan solo por escribirle a usted un poquito más… ¡Palomita mía, querida mía, mátochka mía!

 

– Fiódor Dostoievski en Pobre gente.

Ya nadie baila (fragmentos)

Estar enamorado y leer poesía son verbos que nacieron atados. Acciones que encuentran el motivo de su existencia la una con la otra. Y aquí estoy, ahogándome en sentimientos por ella, mi S, leyendo a Elvira, y acotando los versos predilectos, los que me hacen pensar en mi inSecta:

YO NO QUIERO SER RECUERDO

que no me elijas,

pero que siempre regreses a mí para encontrarte.

[…]

quiero que me pienses tanto

que no sepas lo que es

tenerme ausente.

 

LA ÚLTIMA PRIMERA VEZ

Nos dijimos tantas veces adiós

que despedirnos

significaba reinventar un reencuentro.

[…]

Sueño tanto con ella

que verla es seguir dormido.

[…]

Hay cosas que no pueden terminarse

porque nunca han comenzado.

 

LLOVIMOS TANTO QUE ME AHOGUÉ

Quise decirte que mi papel

siempre se redujo a contemplarte desde lejos

y volverte tinta,

que pudimos

y aunque no fuimos

siempre seremos

 

ANTES

antes

de todo lo que venga durante y después de mí

estás tú

porque empapas mis virtudes

y nunca has disimulado mis defectos,

porque la admiración y el amor se han hecho uno

cuando alguien me pregunta por ti,

 

MI VIDA HUELE A FLOR

He querido tanto

que me he olvidado.

[…]

He caído

pero he visto estrellas en mi descenso

y el desplome ha sido un sueño.

 

LUGAR. CASA. HOGAR

A ti podría decirte

que si algún día me abandonas

me colocaré delante,

justo en ese preciso lugar

que no te permita nunca

mirar hacia atrás con pena.

A ti podría decirte

que has de saber que ya ocupas mis ojos,

que llevo tu risa incrustada en mis arterias,

 

ERES LO MÁS BONITO QUE HE HECHO POR MÍ

Pero no te alejes demasiado,

sigo necesitándote por si enfermo.

[…]

es posible que si te marchas llore hasta inundar

medio continente,

y ya tenemos bastante con los desastres naturales

como para añadirle el mío,

¿no crees?

[…]

Eres

la sonrisa

que no cambia este puto mundo de mierda

pero hace que me dé igual vivir en él,

 

LA POESÍA JAMÁS TE OLVIDARÁ

¿pero quién sabe cómo deshacerse

del rastro de una estrella fugaz

cuando ya te ha mirado a los ojos?

Uno es preso de todo lo que ha amado

porque el amor es una condena de cadena perpetua

en una cárcel sin rejas.

[…]

Hubiera jurado que fuiste real

cuando te vi llorar por mí,

cuando temblaste de miedo por mí,

cuando te descubriste besándome a mí.

[…]

No hay nada más triste

que querer hacer un best-seller

de un libro sólo para dos

[…]

Hay sueños

que son la estela de un deseo constante

y otros que reflejan anhelos secretos

y son casi pesadillas.

Adivina en cuáles sales tú.

[…]

Pero no tengas miedo

a que nadie te recuerde:

la poesía jamás te olvidará.

 

BAMBALINAS

Conocen el color de tus ojos,

habrá quien se atreva a decir que te ha visto llorar

como quien cuenta que ha visto una nube

[…]

Saben con certeza de qué color es tu voz

y me consuela:

de ti sólo podrán tener tu aire que ya no existe, que

ya es eco,

un recuerdo

[…]

Yo te he visto caer en el suelo derrotada como una flor

marchita a punto de ver partirse el cielo en dos mitades

siempre distintas.

Yo te he escuchado preguntándote por qué la vida

es a veces todo lo contrario a su nombre,

[…]

Yo, en un abrazo infinito de suerte,

te he visto quedarte después de las pesadillas.

 

EL MISMO SITIO DE SIEMPRE

Hoy he vuelto

al mismo sitio

de siempre por primera vez.

Ha sido como tener un espejo delante

y dirigir la vista hacia tus ojos:

un atajo.

[…]

Después he vuelto a casa

mientras pensaba en cómo piensas,

en qué harás los domingos por las mañanas sin mí,

[…]

Cuando no estás sólo te quiero lo que dura una canción,

[…]

Te he mirado lo suficiente como para no tener sueño,

te he mirado tan poco que aún me quedan mil sueños

por cumplir.

No quiero llegar a conocerte nunca para que nunca te acabes.

[…]

alguien me ha dicho:

para ser feliz sólo hay que querer serlo.

Y yo te quiero como si no existiera otra opción,

así que imagínate

lo

feliz

que soy.

 

PERDONA LA PRIMAVERA

Aquel día supe

que jamás terminaría de 

quererte,

que nunca se acabaría este impulso animal de

quererte,

que de ningún modo dejaría olvidada en ningún

sitio este ansia de

quererte.

No.

Si no estás,

este cuerpo me queda demasiado grande

y confundo los recuerdos con heridas.

 

PLEAMAR

Has de saber

que una persona está hecha de otras

y tú ocupas todo mi cuerpo.

 

REINA DE MI CASTILLO DE AIRE

Si pudiera llamarte amor

o si pudiera

tal vez

sólo llamarte.

Amor.

Me sobra olvido.

Me faltas tú.

 

– Elvira Sartre