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Archive for the ‘Anécdotas’ Category

Been there, read that (CCCXVII)

Todo es comparable

Aut. Oscar Tusquets Blanca

Mucha gente subestima el valor de los libros, recuerdo esa estrofa de una canción de Calle 13 que dice «No me regalen más libros porque no los leo, lo que he aprendido es por que lo veo». Están esos y los que utilizan el argumento de lo odioso que se ha vuelto el arte de leer cuando se utiliza como una marca de clase, «yo leo, yo soy culto, yo soy superior a ti». En fin, la verdad es que la lectura abre muchas puertas al ser una fuente gigantesca y constante de información que se traduce en temas de conversación para múltiples ocasiones y con distintos tipos de personas. Claro está que si sólo lees libros de autoayuda, esto último se invalida.

Todo es comparable lo encontré un día cualquiera en el mueble de novedades, leí la contraportada que hablaba de las comparaciones y metáforas escondidas en la vida cotidiana y de las cuáles no teníamos la más mínima idea; me convenció, lo compré y 4 días más tarde lo había terminado. Si bien, es un poco engañoso el modo en que te lo venden pues no existen tantas analogías o comparaciones como te hacen creer en la sinopsis, lo cierto es que este conjunto de ensayos sobre temas varios del otrora arquitecto y pintor, es muy enriquecedor y trae temas que generalmente pasan desapercibidos en nuestro quehacer diario.

El libro lo compré un domingo, el jueves lo terminé y el viernes por la noche tuve una cita a ciegas con una chica que conocí en un aplicación de esas. Pude hablar de cualquier cosa con ella pero me enteré de que era arquitecta y entonces me puse a platicar de dos mis textos favoritos del libro recién leído: el primero, sobre la hipótesis que el autor tenía sobre la arquitectura de los griegos y la ligera curvatura que los pisos tenían (spoiler: era para que el agua escurriera hacia afuera y no se encharcara) y que no se notaba por una ilusión óptica creada por el diseño de las columnas; el segundo, sobre el papel que tienen las escaleras primero como parte fundamental del diseño visual de un edificio, y luego como una obligación que se ha relegado a las esquinas posteriores de estos.

Para cuando terminé de hablar, mi cita estaba totalmente impresionada y me preguntó, con mucha coquetería, si siempre hablaba yo de ese modo. La cita fue un éxito y agradecí internamente el darme la oportunidad de leer sobre los temas más variados. El poder de un libro traducido, en esta ocasión, en los besos de una bella dama arquitecta y gótica.

Está de más reforzar en este punto el argumento que esgrimí en el primer párrafo de la presente. Todo es comparable es un gran libro de ensayos, pero ojo, no es exactamente lo que te venden en la contraportada. Al final es una lectura muy disfrutable, la imagino como obligatoria para quienes disfrutan o hacen de la arquitectura gran parte de su vida. El prestigio del apellido Tusquets ayuda, pero si el autor hubiese tenido cualquier otro apellido, igual sería un excelente escrito que abona a esos temas de conversación de los que hablé e incrementa el acervo cultural de cualquier lector.

Been there, read that (CCXCVIII)

La sombra de los planetas

Aut. Gabriel Rodríguez Liceaga

Si hay alguien a quien puedo considerar una influencia directa en la elección de los libros que se amontonan en mi lista de deseos de Amazon, así como de algunos lugares qué visitar en CDMX o películas a las cuáles debería prestar atención, es Gabriel Rodríguez Liceaga, alias el Neb. A Gabriel lo sigo desde hace unos 15 años, si no es que más, desde la época en que según yo tenía el ideal de escribir una novela que me lanzara a la fama; cosa que no digo que no pudiera pasar pero, entre más leo, más me doy cuenta de mi mediocridad. En ese entonces, él llevaba un blog que me hacía pasar muy buenos ratos, supongo que es uno de los motivos por los que me decidí a tener el propio.

Cuando Gabriel sacó su primera novela, Balas en los ojos, la disfruté en demasía, recuerdo también cuánto disfruté en mis tiempos universitarios de un cuento titulado El arte de la amistad. El Neb se constituía como un escritor chusco, mordaz, puntual y sucio, una combinación sumamente atractiva para los ojos de cualquier lector. Ya con el auge de las redes sociales, me fue grato mirar sus publicaciones y sus historias de Instagram en las que hasta el día de hoy comparte sus lecturas y películas, junto con sus vivencias; de ahí saco mucha inspiración para leer y para seguir con ese deseo no consumado de escribir, pero ¿cómo podría imaginar yo escribir algo tan divertido y tan profundo a la vez?

En fin, fue así que, cuando el año pasado La sombra de los planetas vio la luz, no dudé en adelantar la nueva adquisición en la fila de pendientes, acción que, como era de esperar, resultó ser la mejor decisión por lo chingona que resultó ser la obra.

A Damiana la corrieron de su trabajo en una escuela fru fru porque le encargó a sus alumnos investigar por qué no fueron abortados. Esas son las poderosas líneas con las que el libro comienza, recuerdo haber posteado una foto de este primer párrafo en mis historias de Insta y, de inmediato, un puñado de personas me preguntó qué libro era. Recordé mis clases de cómo escribir una novela con Beatriz Meyer en las que nos señalaba que el valor de una novela, y los consecuentes deseos del lector de leerla, se define en las primeras cinco líneas. Magistral.

A partir de ese momento, Damiana decidirá tomarse el día para hacer algo que había estado postergando: caminar a lo largo y ancho de la Ciudad de México para repartir entre sus conocidos cuadros que le han dado cierta fama en redes sociales, retratos «nalgones» de personajes de la cultura pop. A través de este andar, visualizaremos esta mítica ciudad con sus aciertos y terribles defectos, así como los deseos de un feminismo concreto, que una mujer pueda caminar sola de noche por la ciudad.

Aunque me mantengo al margen de la capital del país (un miedo inherente a la ciudad y sus aglomeraciones de gente que heredé de mi papá), coincidió la lectura del libro con un viaje que hice a ella con motivos laborales; las oficinas que visité están justo a unos metros del árbol de la noche triste, una de las locaciones que se mencionan en el libro; al dirigirme ahí, constaté lo que se mencionan en las líneas de Gabriel, amé esta situación.

Mientras Damiana hace lo suyo, Santiago, el otro protagonista de esta historia de amor poco ortodoxa, hace un recuento de sus amoríos y de todas las parejas que tuvo y que lo moldearon como el hombre que es el día de hoy. Mientras ambos personajes se mensajean y establecen sus propias reflexiones sobre la vida y el amor, nos identificamos con tanto de lo que les oprime, que es imposible no preguntarnos cómo es que nos cabe tanto en el pecho.

Y es que en la sombra de los planetas, se encuentra todo eso que escapa a simple vista. ¿Es una crueldad mentirle a nuestra pareja y evitarla aún cuando tenemos tiempo de sobra para verla? ¿cómo podemos definir al amor cuando estamos tan llenos de todo lo negativo que cubre a las heridas que nos construyen como personas? Esta es una novela que no sé si nos haga llegar a las respuestas que buscamos, pero que definitivamente provocará una genuina reflexión con unas líneas muy personales y sensibles por parte del autor. Una recomendación de cinco estrellas.

Nota: hace un par de días, justo Gabriel anunció la publicación de un nuevo libro, El límite incierto, que saldrá a la venta dentro de ocho días, qué tiempos para estar vivo y con ganas de leer más de mi chavo, el Neb.

Been there, read that (CCLXXIV)

Hombres de verdad

Aut. Brenda Ríos

Evito los debates que tienen que ver con inclinaciones políticas o ideología de género, es sumamente raro que una de las dos partes convenza a la otra de que su postura es incorrecta o, al menos, inadecuada; por el contrario, de pendejos no se bajan, cuando no de intolerantes, arcaicos, machitos, heteronormados, fachos, maromeros, entre otros insultos, algunos inteligentes, algunos no tanto. Lo cierto es que igual de extraño es encontrar a quienes busquen la discusión no desde el punto de vista de la enemistad o la confrontación, sino desde la mutua comprensión e incluso desde el abrazo que busca la reconciliación a partir de la inteligencia y el respeto.

El mundo de los libros no es diferente aunque, claro, tienes la ventaja de simplemente no leer aquello que entra en conflicto directo con tus elecciones morales y racionales. A pesar de todo, de repente te encuentras con algo fresco, una lectura que precisamente no busca descalificar sino todo lo contrario, y qué agradable es descubrirlo. Tal ha sido el caso con Hombres de verdad de Brenda Ríos. Desde el título lo intuyes y sabes a lo que le estás tirando: todo parte del cuestionamiento, ¿qué es un hombre de verdad?

Para quienes crecimos en ambientes familiares no tan tóxicos, no me queda duda que hemos podido adaptarnos durante nuestro crecimiento a las dinámicas propias del México tradicional y hemos tenido la capacidad de elegir qué replicar y qué no perpetuar; sin embargo, pienso que no es el caso de la vasta mayoría de la población. «Pórtese como hombrecito», «qué, ¿no te gustan las viejas», «mi hijo va a tener muchas novias», «sé hombre»… ¿a qué se refieren todas estas frases? ¿Ser hombre significa ser capaz de conquistar a toda mujer que se les pase por el frente? ¿Ser hombre está forzosamente asociado al ejercicio de la violencia y la agresividad? ¿Llorar o tener contacto con los propios sentimientos son sinónimos de debilidad? Todas estas cuestiones se abordan en el ensayo de Brenda Ríos.

A través de una escritura que se vale no sólo del ensayo sino de la anécdota y el análisis literario, la autora busca desentrañar el origen y significado de las dinámicas que establecen un estándar de lo que hace hombre a un hombre. Básicamente, busca las diferencias entre lo que se inculca a hombres y mujeres con respecto a temas como el amor, el deseo, el dolor, el sexo, para así encontrar los terrenos comunes entre ambos.

Si bien, gran parte del libro se dedica a autores y sus obras, rescatando citas que abonen a la premisa del libro; hay una parte que puede ser muy amena sobre las experiencias de la autora en su propia familia y de anécdotas como el hecho de que a su segundo exesposo le gustara visitar la casa de los suegros para que lo tratasen como rey, mientras que ella tuvo que abrirse paso en un hogar acapulqueño donde las tías eran las que gobernaban y rendían pleitesía a los miembros del sexo masculino.

Hombres de verdad es un libro ameno, interesante, con un feminismo fresco y conciliador, aunque creo que la intención nunca fue la de escribir un ensayo feminista, sino uno humano. De su lectura se desprende el deseo que consultar muchas de las obras a las que hace referencia (ya están en mi lista de deseos de Amazon, por supuesto). No me asumo como experto, pero sin duda aporta mucho a quienes deseamos comprender mejor y trabajar sobre lo que se pueda resolver. Quiero ser un hombre de verdad.

Been there, read that (CCXLIII)

Los jefes / Los cachorros

Aut. Mario Vargas Llosa

Pienso que todos tenemos recuerdos que no duran más que un par de segundos, de forma más específica, me refiero a recuerdos de nuestra vida temprana, de la infancia: una frase que en un momento determinado le escuchamos a una persona específica; una imagen estática que no recordamos en dónde vimos; el rostro de una amistad cuyo nombre nunca recordaremos; una escena de una película que jamás volvimos a ver. Pensando en este último ejemplo, tenía en la memoria la escena de una película antigua en la que un perro entraba a las duchas de una escuela y terminaba atacando a un niño que se duchaba. Era una escena que siempre recordé pero que nunca volví a ver (incluso hasta el día de hoy); sin embargo, sí tuve la oportunidad de conocer su origen cuando un amigo cinéfilo en la universidad, me confesó que sufrió un trauma con esa misma escena, sólo que él sí sabía de donde salió: una adaptación de 1973 del cuento «Los cachorros» de Mario Vargas Llosa.

Es de este modo que, cuando halle esta versión en un botadero de los que me gusta visitar, adquirí el libro para por fin acabar con una curiosidad con la que cargué durante más de la mitad de mi vida. Ahora que he terminado su lectura, mi mente se tranquiliza y sólo piensa en conseguir y mirar la adaptación para poder seguir adelante con la vida, no es que sea tan importante, pero sin duda es bueno resolver el misterio de uno de esos recuerdos que no sabemos de dónde salieron.

Junto con Los cachorros, la edición se hace acompañar de una antología titulada Los Jefes, publicada cuando Vargas Llosa tenía tan sólo 23 años, mientras que la otra obra fue publicada a sus 31. Seré sincero, aunque el nombre pueda sonar tanto, lo cierto es que jamás he leído obra alguna del premio Nobel y, sin embargo, me queda claro que éstas primeras obras son las que ponen los antecedentes de sus libros más famosos. Creo que hice bien en acercarme por este lado.

Los cachorros narra la historia del «pichula», un hombre que durante su infancia fue castrado por el ataque de un perro y de las consecuencias irreversibles que este acontecimiento tiene en el desarrollo de una vida breve y castigada, todo desde el punto de vista de sus mejores amigos que hace mucho que olvidaron el incidente y que no dan crédito a las locuras que realiza ni porqué no llega a sentar cabeza; claro, para el lector es más que evidente, pero sus amigos lo ignoran.

Por otro lado, la antología de Los jefes es un conjunto de historias que giran en torno a todas esas situaciones que hoy resultan irrelevantes pero que en algún momento de nuestras vidas parecían serlo todo: ser el líder de la palomilla, enfrentar a la autoridad escolar, salvar el honor aún a costa de la propia vida, hacer hasta lo imposible por un amor inocente y pasajero. Cualquier adulto desbloqueará cientos de recuerdos al adentrarse entre estas páginas.

Al final, entiendo el llamado boom latinoamericano, la lectura es tan interesante y los personajes cobran vida como el vecino con el que jugábamos en nuestra infancia y que hoy ha desaparecido de forma irremediable de nuestros horizontes. No creo que lea dentro de poco el resto de la obra del autor, sin embargo sé que he tomado un buen comienzo.

Been there, read that (CCXIII)

Todos deberíamos ser feministas

Aut. Chimamanda Ngozi Adichie

A riesgo de ser identificado como un «aliado» por parte de mis amigos más cercanos en tono de burla, ya hace un tiempo que me he interesado por la literatura feminista; tal vez no de forma intensa, pero trato de informarme y de aportar, a través de mis acciones, un granito de arena a la lucha por la reivindicación de los derechos de la mujer y la búsqueda de la igualdad y equidad de género. En mi última visita a mi librería favorita, llamó mi atención otro libro más de esos tomos ligeros cargados de excelente contenido. Por tan sólo 90 pesos me hice con Todos deberíamos ser feministas de la autora nigeriana, Chimamanda Ngozi Adichie.

Hasta el día en que leí su nombre en la portada del libro, no había escuchado de la escritora pero, al parecer, es ella bastante nombrada y reconocida no sólo en el contexto feminista. Tras publicar la foto del libro en Instagram, recibí varios comentarios positivos de su trabajo que me convencieron de haber tomado una buena decisión. Y vaya que así fue.

Todos deberíamos ser feministas es la adaptación a libro de una charla TED que la autora dio en 2013 y, en efecto, al leerla es muy fácil dejarse llevar por la estructura anecdótica que tiene. De alguna forma, el estilo relajado y hasta en tono cómico, ayuda a que el mensaje aterrice de forma clara y concisa: el feminismo no es ese montón de connotaciones negativas que se le atribuye a la palabra en sí; no se trata de odiar a los hombres, ni a los sujetadores, ni a la cultura africana (chiste local explicado en el texto), no cree que las mujeres deberían mandar siempre, no se trata de no llevar maquillaje ni de no depilarse, no es estar siempre enfadada ni se trata de no usar desodorante o no tener sentido del humor, sino todo lo contrario.

Con base en breves historias de su juventud y su relación con familia y mejores amistades, Chimamanda da cuenta de cada una de esas connotaciones negativas para dejar muy en claro porqué el feminismo es necesario y porqué su necesidad surge desde la educación temprana que deberíamos darle a las nuevas generaciones.

Es una lectura sencilla y definitivamente obligada para todos, hombres y mujeres por igual. Ayuda a comprender e inspira a querer cambiar y, si te da flojera leer, fácilmente puedes encontrar la plática original. No se trata de «quedar bien» o de ser «aliado», se trata de romper con todo aquello que no estaba bien en el pasado pero que se normalizaba cuando no debió ser así. No esperes aplausos al hacer un cambio que desde un principio no tenía porqué haber necesidad de hacer.

Mentiras

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Los fanáticos creen que existen muchísimas mentiras y sólo una verdad. Para mí, en cambio, hay tantas verdades como puntos de vista, y por eso no merece la pena detenerse a distinguir si es verdad o mentira. Esto lo comprendí en la adolescencia cuando murió la madre de un amigo.

La señora había amanecido muerta junto a su esposo, y éste, demacrado e inconsolable, temblaba sin poder contenerse durante el sepelio. Murió por un paro cardíaco, dijo el médico secamente, y el cura se atrevió a corregirlo: Murió porque esa fue la voluntad de Dios. Ambos se enfrascaron en una discusión teológico-científica durante horas. Murió por mi culpa, me dijo mi amigo con voz de confidencia; porque antenoche le hice pegar un coraje, y —para consolarlo— le dije convencido: No, Manolo; tu mamá murió porque ya llevaba muchos meses enferma. DE reojo vi a la abuela paterna de mi amigo, que le comentaba a una de sus hijas: Esta mujer murió para que tu hermano se arrepintiera el resto de su vida por haber querido dejarla. La madre de la difunta, en cambio, en otro rincón de la sala, sostenía que su hija había muerto por santa, por ahorrarles a todos más sufrimientos y tantos gastos. Confundido por aquel desfile de verdades, fui a la cocina a buscar un café y ahí me encontré con la empleada doméstica, que gimoteando me dijo: Ay, joven, creo que confundí las medicinas.

– Óscar de la Borbolla

Henry

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Fernanda Pivano: Oigo que Linda te llama Hank. ¿Por qué en los libros te haces llamar Charles y en la vida privada Hank?
Charles Bukowski: Bueno, entiéndelo, tendríamos que volver de nuevo a la vieja infancia. Mis padres me llamaban Henry.
Linda Lee: Bueno, dile tu nombre completo.
CB: Mi nombre completo es Henry Charles Bukowski Jr. Pero me he cansado mucho del Henry, sabes, Henry.
FP: ¿Por qué te has cansado?
CB: Porque mis padres no eran simpáticos y cuando me llamaban por mi nombre no quería oírlo. Porque me llamaban sólo para ir a comer o para ir a hacer algún recado o porque había hecho algo malo o porque tenían que pegarme. En otras palabras, ha comenzado a disgustarme el nombre, Henry. Así que cuando comencé a escribir, pensé: ¿Henry Bukowski? También hay otro motivo. He dicho, si se toma Henry y se junta con Bukowski, ¿qué sale? Hen-ry Bu-kows-ki: ¿comprendes?, salta demasiado. Como si llevara ricitos, Henry y Bukowski, lleva ricitos, ¿entiendes lo que quiero decir?
FP: Sí.
CB: Henry Bukowski. Así que me dije: «Henry Bukowski no suena bien». Luego probé Charles Bukowski. Charles es una palabra recta y Bukowski sube y baja. Así que una contrarresta la otra. Me dije: «Ahora sí que suena a escritor. Charles Bukowski». De modo que me he convertido en Charles Bukowski por dos motivos: el primero es que me he cansado de que mis padres me llamaran Henry y luego por un motivo, digamos, puramente fonético. Pero en realidad tampoco me gusta que me llamen Charles, suena muy bien en la página escrita, pero tener a alguien que dice «¡Oh, Charles!», tampoco me gusta eso, de modo que estoy muy confundido, y le digo a la gente que me llamen Hank. ¿Entiendes?, es todo un follón. Sí, Charles Bukowski está muy bien en la página escrita, pero no quiero que me llamen Charles. Hank, el buen diablo, Hank. Bravo, viejo Hank.
FP: Pero ¿ese Hank lo has inventado tú?
CB: No. Mira, Hank y Henry es lo mismo. Es un diminutivo, Hank en lugar de Henry. Significa lo mismo.

– Fragmento de Lo que más me gusta es rascarme los sobacos, Editorial Anagrama.

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Been there, read that (CLXXIX)

Cartas de amor de una monja portuguesa

Aut. Mariana Alcoforado

l9786077361725Oh, ¡las cartas de amor! Me vuelvo loco con aquello que escribimos cuando proviene de lo más profundo de nuestro ser. Me apasiona toda esa mezcla de emociones que se revuelven, se contradicen, se pelean, se arremolinan y se inflaman por el ser amado. Es por eso que el género epistolar nunca ha dejado de ser mi favorito. Escribiendo cartas de amor, se encuentra la verdadera esencia del escritor que se muestra sin tapujos, como es, sin pretensiones, se desnuda ante la persona a quien escribe. ¿Cómo decía el dicho? Sólo el escritor sabe para quién escribe y el lector lee a quien extraña.

Es en la carta de amor donde se establece la verdadera comunicación, creo yo, porque la respuesta no necesariamente viene en forma escrita. La respuesta está en la reacción que le sucede, en la ausencia misma de respuestas, en la actitud de quien tiene la carta entre sus manos. Lo mejor que he escrito en mi vida, ha nacido bajo este pensamiento. Cómo olvidar aquella carta de amor que le entregué el día de San Valentín pasado. La carta en sí misma no es un medio, es un fin.

Las cinco cartas que escribió Sor Mariana, forman parte del imaginario público gracias a las obras teatrales que se han adaptado en torno a ellas. Precisamente, las descubrí gracias a una amiga actriz que publicó algunos fragmentos como estados de Whatsapp. Cuán agradecido estoy de que lo haya hecho pues, en una noche cualquiera, su lectura le dio calma a mi corazón que sigue soportando feroz la ausencia de la dueña de mis cartas de amor.

Es increíble, la primera carta se encuentra fechada en algún punto de 1667 pero, si desconociéramos este dato, muy poco diferenciaríamos entre estas cartas escritas hace más de 300 años y aquellas que se escriben en la actualidad. Los seres humanos evolucionamos y los progresos tecnológicos son demasiados, pero nuestros sentimientos no han cambiado.

Comenzamos con una primera carta colmada de esperanza y de cariño, hasta aquella última en que desistimos, en la que nos rendimos y permitimos que el amor se convierta en odio, desprecio o alguna de las varias formas corruptas del sentimiento original. Así son las cartas de Mariana Alcoforado, monja portuguesa enamorada de un capitán francés que la abandonó para jamás volver.

«Salgo lo menos posible de mi cuarto, adonde viniste tantas y tantas veces y ahí contemplo tu retrato […] Pues todos mis anhelos se frustraron y ¡no volveré a verte en mi cuarto con todo aquel ardor, con toda aquella pasión impetuosa que me mostrabas! […]» 

 

10 años escribiendo un blog

25 septiembre 2019 3 comentarios

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De acuerdo a una notificación por parte del sistema de WordPress, el día de hoy se cumple el Décimo Aniversario de la apertura del blog de un servidor. Lo cierto es que  nunca pensé que llegaría a estas instancias. Por allá de septiembre del 2009 me encontraba perfilándome para hacer mi examen profesional y obtener el grado de Licenciado en Actuaría. Qué curioso que exactamente diez años después, me encuentre en ese mismo punto de la vida, solo que ahora para entregar una tesis doctoral.

Si me lo preguntan, en aquellos tiempos no pensaba para nada en lo que estaría haciendo en 2019, tenía nociones, muchas de ellas resultaron acertadas, pero nada más.

Ya tenía una idea sobre el doctorado, admiraba al Vicerrector de mi universidad, José Loyola Trujillo, él solía asesorarme en temas generales de la vida universitaria y tenía un doctorado. Yo lo veía tan joven y se me hacía tan chingón, que una meta de mediano plazo de mi vida era, al igual que él, tener un doctorado antes de los 34 años de edad. Estoy a punto de lograrlo.

Me veía, también, a mí mismo como un profesor universitario, siempre fue mi vocación aunque yo esperaba serlo no de actuaría, me consideraba mal actuario en ese tiempo. Qué equivocado estaba. También lo logré.

Fuera de eso, hace diez años no me preocupaba por nada, con 23 años de edad, sólo pensaba en encontrar mi primer trabajo, en jugar videojuegos, leer muchos libros y escribir pensando en tener una obra de mi autoría. Las cosas no han cambiado del todo.

Qué decir de asuntos del corazón, mi novia era Ame, una muy buena chica con la que tuve una relación bastante genérica. En algún punto de agosto, me di cuenta que yo era el segundo novio (yo siempre con situaciones así), nunca se lo dije y aunque ella le echó muchas ganas acercándose mi examen profesional de diciembre, a principios de 2010 di la media vuelta para nunca más volverla a ver. Definitivamente, no tenía ni idea de lo que me depararía la vida para el 2016 y mucho menos para estos sentimientos tan grandes que me inundan en la actualidad.

Estoy satisfecho con estos diez años. Falta mucho todavía por vivir. Falta mucho por escribir. Creo que el hecho de haber cerrado mis redes sociales hace dos semanas ha generado el deseo en mí de escribir más y más.

Lo más impresionante, es la cantidad de libros que he leído. Hasta el día de hoy, llevo publicadas en el blog 172 «reseñas» de obras que han pasado por mis manos. No están contadas las que tuve que leer por causas del doctorado o la maestría. Esto implica que mi promedio de lectura es de más de 17 libros al año, nada mal considerando que la media anual en México es de 3.8. Creo que lo más hermoso no es tener ese promedio, sino que mi amor por los libros se ha contagiado a muchos seres queridos que han aprendido (o reaprendido) a hacerse con el bello hábito de la lectura, incluida mi inSecta.

El día de hoy no me preocupo por lo que pasará los próximos diez años. Supongo que lo iré descubriendo poco a poco. Si los dioses son buenos, en septiembre de 2029 estaré aquí mismo haciendo un nuevo recuento de los daños.

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Profesor Walter White

23 agosto 2019 1 comentario

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La construcción de un personaje es como la construcción de una casa. Sin un fundamento sólido estás jodido. Te derrumbas. Un actor necesita una cualidad central o esencia para desarrollar un personaje. Todo lo demás surge de ahí.

Al principio me resultó difícil saber cómo era Walt. No podía encontrar una vía de entrada en el personaje. Era frustrante. Me pasa a veces, cuando me acerco a un papel. El personaje está fuera de mí. Entonces recurro a mi paleta de autor —que contiene mis experiencias personales, el resultado de mis investigaciones, mi talento e imaginación— y empiezo la base.

[…]

Walt era difícil. Walt era lacónico. Me tomó mucho tiempo.

Empecé a hacer más preguntas a Vince.

¿Por qué es profesor?

—No lo sé —respondió Vince—. Mi madre era profesora. Mi novia es profesora. Creí que sería lo adecuado para él.

Pensé sobre ello. Walt era brillante. Lo habían criado diciéndole todo el tiempo, todos, que el límite era el cielo. Sus profesores, sus padres, sus compañeros, todos decían que llegaría lejos. «Puedes hacer lo que quieras. Ganarás sumas de siete cifras. Incluso podrías descubrir la cura para el cáncer.»

¿Por qué no lo había hecho? ¿Por qué había renunciado a Gray Matter Technologies, la compañía que había fundado junto con su amigo Elliot Schwartz, una empresa que podría haberlo hecho rico? ¿Temía al fracaso? ¿Y si mientras creces todo el mundo que conoces te dice que estás destinado a hacer grandes cosas, que no puedes dejar de conseguirlo, y después no lo consigues? Eso no es solo un fracaso. Es un derrumbe, una catástrofe. Tal vez Walt temía eso. Tal vez se asustó. Tal vez sucumbió a la presión.

Y entonces pensé: «Qué listo, es profesor.» ¿Por qué? Es una profesión inexpugnable. Podía salirse con la suya diciendo: «No me interesaba el mundo empresarial. Quería ofrecer mi pasión a las nuevas generaciones. Tenía una vocación.» La docencia es una vocación para mucha gente pero no para Walt. Para él era un refugio, un escondite. Si se hubiera hecho camionero, la gente lo habría criticado, pero ¿profesor? Era intocable.

Cuando eres actor, lo que no te dan tienes que ponerlo tú. En consecuencia, comencé a rellenar los espacios vacíos  eso me llevó al porqué de todo, el fundamento de Walt: estaba deprimido. Por eso yo tenía dificultades para encontrar su núcleo emocional. Se había ensimismado. No tenía miedo ni lo agobiaba la ansiedad. El fundamento de Walt era ser insensible. Su depresión había ahogado sus sentimientos.

Desde luego, hay una profusa literatura sobre la depresión, pero no quería convertirme en un experto. Soy actor, no psicólogo. No obstante, a partir de un poco de investigación, reflexión y observación —creo que mis padres probablemente tuvieran depresión—, me pareció que, en general, la depresión puede manifestarse de dos maneras.

Una es externa. Tus emociones lo tiñen todo. En forma de apatía: «Me importa una mierda.» O de enfado: «Mi exesposa me ha jodido la vida.» O ansiedad: «Mi jefe me despedirá.»

La segunda va hacia dentro. Te vuelves silencioso o antisocial, o te automedicas. O implosionas. Esto es lo que le pasó a Walt. Implosionó, y después se volvió insensible. Vivía una vida sin dejar rastro.

Una vez que el personaje ha aparecido ante mí, puede brotar todo lo demás, que así se clarifica. El personaje ya no está fuera, sino dentro.

– Bryan Cranston en Secuencias de una vida.

Me pregunto, ¿qué es para mí ser profesor?