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Posts Tagged ‘Cartas’

Been there, read that (CCXXVI)

La enfermedad de escribir

Aut. Charles Bukowski

Uno de los motivos por los que Anagrama es mi editorial predilecta, no es sólo el hecho de que tengan una curaduría de nivel inigualable (libro que edita Anagrama, es libro que seguro disfrutarás) sino que desde hace años se encargó de realizar las traducciones de las obras del buen Chuck. Básicamente, de no ser por Anagrama, yo no tendría al autor favorito de toda mi vida que tengo hoy. Imagínense lo grato que es enterarse de una nueva obra de Bukowski cuando creíste que ya no habría más que lo que ya estaba impreso, y no es que ya haya leído todo, pero siempre la novedad es la que gana.

Por supuesto que al enterarme, a través de la cuenta de Instagram de la editorial, de la nueva obra de Charles, moví cielo y tierra para conseguir una copia. Importarla por Amazon implicaba una inversión de casi mil pesos y, justo cuando estaba a punto de hacerlo, me di cuenta que faltaban dos semanas para su lanzamiento en latinoamérica. Decidí esperar. Al final, valió la pena la espera.

La enfermedad de escribir es un volumen compilado de cartas que Bukowski escribió a lo largo de su vida. Desde sus primeras publicaciones y sus agradecimientos a los editores que se «atrevían» a incluirlo en revistas underground, hasta unos pocos meses antes de su fallecimiento en 1994, Charles reflexiona sobre diversos temas a través de sus cartas, enfrenta la crítica, discute con quienes manipulan su obra y rinde homenaje a quienes él considera los verdaderos baluartes de la poesía contemporánea.

En más de una ocasión, Bukowski, despotrica en contra de las normas rígidas que guían a los poetas y se enfada con quienes le piden que dedique tiempo a hacer dibujos o entrevistas pues es tiempo que podría dedicar a escribir. Escribir es una enfermedad contra la que él sucumbe a diario, que no tiene cura y que provocará su muerte algún día.

Un detalle que se agradece mucho, es el hecho de la clasificación de las cartas por año y un breve semblanza de las personas a las que cada carta va dirigida. De esta manera, podemos identificar el motivo del enojo o las razones por las cuales el autor menciona a ‘x’ o ‘y’ personaje, el contexto lo es todo. Al inicio, se incluyen los dibujos que Chuck garabateaba en algunas de las cartas, por un momento pensé que disfrutaría de muchos de ellos conforme avanzara en las páginas, pero realmente después de las primeras, la aparición de más garabatos es nula.

Este es un libro para fanáticos del escritor maldito, es una forma más íntima de conocer a Bukowski. De hecho, provoca mucha tristeza la lectura de cartas que se acercan cada vez más al año de su partida. Es sumamente conmovedora una de las últimas cartas en la que agradece la aparición de uno de sus poemas en la revista Poetry, ya que por más de 40 años deseó ser incluido en ella sin éxito. Al final lo incluyeron, justo un par de meses antes de su muerte. Vaya forma de cerrar otro capítulo de las lecturas del viejo borracho que tantas emociones me ha provocado con su escritura.

Been there, read that (CCXXIII)

El mito de Sísifo // Cartas a un amigo alemán

Aut. Albert Camus

De vuelta al formato físico, quedé picado la última vez que leí a Camus y, cuando encontré una versión doble de dos de sus obras más inclinadas al plano filosófico, puse ojos a la obra. Si bien la obra cumbre de Camus es El extranjero seguido de La peste, ambas de corte novelesco, El mito de Sísifo destaca como el resumen de la labor filosófica del autor argeliano. De igual manera, Cartas a un amigo alemán hace lo propio con el género epistolar y la prosa reflexiva de un escritor que se consideraba sumamente francés y que miraba con desdén la ideología nacional socialista de la Alemania de los 40’s.

Primero, entendamos el mito que da su nombre al primer libro, el de Sísifo. De acuerdo a la historia, Sísifo fue un hombre sumamente astuto que engañó a los dioses y, como castigo, éstos le quitan la vista y lo obligan a empujar una roca gigante cuesta arriba de una montaña, sólo para que una vez llegada a la cima, la roca se precipitase hace abajo para que el hombre tuviese que empujarla nuevamente, una y otra vez, eternamente. Camus utiliza este mito como una metáfora de la inutilidad de todo cuanto hacemos en nuestras vidas pues éstas son insignificantes. De esta manera, el verdadero problema filosófico que se plantea es el suicidio como única alternativa a la futilidad de la existencia, ¿existe otra?

En segundo lugar, Cartas a un amigo alemán se compone de una serie de cuatro misivas escritas entre julio de 1943 y julio de 1944, en ellas, Camus entabla correspondencia con un amigo alemán al que hace reflexionar sobre las motivaciones y los fines supremos que cada uno persigue: Camus como parte de la resistencia de una Francia ocupada y el alemán como representante de los ideales nazis y el nacionalismo extremo. A través de una comparación entre lo que ambas contrapartes entienden por amor a la patria, el autor busca demostrar que la justica está del lado de los que han sufrido y que no han claudicado en resistir el embate de la tiranía y el absolutismo.

Es sumamente útil entender que cuando Camus habla de «nosotros» se refiere a todos los países europeos libres que se enfrentan a Alemania, y cuando habla de «ustedes» se refiere específicamente a lo nazis. Seré sincero, mucho de lo que se puede entender entre líneas en las cartas, tiene que ver con el hecho de que la participación de Estados Unidos en la guerra ya es un hecho, así como la retirada nazi en el este; de este modo, se siente sumamente forzado el tema de la esperanza que no ha muerto y la afirmación reiterada del «ustedes van a perder». Me atrevo a decir que parecen los reproches del niño pequeño al que han golpeado y que ahora que vienen con sus hermanos mayores, se burla del que lo golpeó cuando ya lo superan de 30 a 1. Lo que es.

Aún con todas estas quejas de mi parte, es muy bonito el discurso esperanzador y el enaltecimiento del amor al país que no se atreve a pisotear la libertad de los demás. Sí, muy muy bonito, pero nada más. Disfruté más la reflexión del mito de Sísifo que la prosa epistolar del argelino. En fin, valen la pena ambas obras pero las cartas preferiría descargarlas en PDF.

Dragones y princesas

[…] Pero nosotros no somos cautivos. A nuestro alrededor no hay preparadas trampas ni lazos, y nada hay que nos atemorice o nos atormente. Se nos ha puesto en la vida por ser el elemento más conveniente para nosotros, y además, por adaptación milenaria, hemos llegado a parecernos tanto a ella, que si permanecemos inmóviles apenas nos diferenciamos, por un feliz mimetismo, de cuanto nos rodea. No tenemos ningún motivo para temer al mundo, pues él no está en contra nuestra. Si hay espantos, son nuestros espantos, si hay abismos, son nuestros abismos. Si hay peligros, debemos esforzarnos en amarlos. Y si organizamos nuestra vida de acuerdo al principio que nos aconseja atenernos siempre a lo más difícil, entonces aquello que ahora nos parece lo más extraño, se convertirá en lo más familiar y lo más fiel. ¿Cómo olvidar los viejos mitos existentes en el principio de la historia de todos los pueblos, mitos que nos hablan de dragones y de seres monstruosos que en el momento culminante se vuelven princesas? Tal vez todos los dragones de nuestra vida sean sólo princesas que únicamente esperan vernos un día hermosos y atrevidos.Tal vez todo lo terrible no sea a fin de cuentas sino lo inerme, lo que está esperando nuestra ayuda.

– Rainer Maria Rilke en Cartas a un joven poeta
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Been there, read that (CXCV)

Carta breve para un largo adiós

Aut. Peter Handke

9788491046363-carta-breve-para-un-largo-adiosNo siempre tengo buena intuición con los libros, este fue el caso. No recuerdo cuándo, tendrá medio año si acaso, pero escuché el título de este libro, leí una reseña y me pasó lo que en ocasiones pasa con las portadas bonitas: me enamoré sin conocer realmente de qué iba el contenido. Pasó algo de tiempo antes de cruzarme con este libro e intenté un primer acercamiento al autor a través de La tarde de un escritor; acercamiento que resultó negativo pues me topé con una obra que no disfrute en absoluto y cuyo único placer fue terminarla para seguir adelante con otras lecturas.

Ahora bien, no es que no hay disfrutado la lectura de esta segunda obra de Peter Handke, simplemente no he logrado una conexión con el escritor. Las descripciones son perfectas, las reflexiones lo son más y, sin embargo, no encuentro ese chispazo que me hace desear otra y otra página más antes de continuar con cualesquiera que sean mis actividades pendientes del día.

Lo sé, él es un premio Nobel de literatura y yo soy un simple lector, pero vamos, de eso se tratan las reseñas (o mis intentos de reseñas, más bien). La breve carta y el largo adiós, capítulos de los que se compone la obra, nos ponen en los zapatos del protagonista británico y sus vivencias en Estados Unidos tras una ruptura con Judith, mujer que ahora desea asesinarlo. Lo que no queda claro es si el narrador es quien la busca incansablemente o si se encuentra huyendo del destino que ella representa. Anocheciendo en una ciudad y amaneciendo en otra, telefoneando a los hoteles en donde ella antes se ha hospedado y recibiendo amenazas de muerte a través de telegramas, el protagonista establece una dinámica descriptiva de los lugares que visita, las personas que observa y las reflexiones a las que llega. Encuentro tediosa tanta descripción.

No todo me provocó rechazo o prisa; sin duda, la reflexión que nuestro narrador hace con respecto a su ruptura es bellísima, muchos nos sentiremos identificados con esta parte de la historia. De igual manera, mis favoritas fueron las últimas páginas, cuando el reencuentro entre la víctima y su victimaria es inevitable y el desenlace se aproxima.

Carta breve es un libro que no recomendaría en general, siento que es algo que le platicaría a personas muy específicas que, pensándolo muy bien, ni siquiera sé cómo describirlas. En fin, esta fue mi segunda oportunidad con Handke y a partir de este momento, le digo adiós.

Been there, read that (CLXXIX)

Cartas de amor de una monja portuguesa

Aut. Mariana Alcoforado

l9786077361725Oh, ¡las cartas de amor! Me vuelvo loco con aquello que escribimos cuando proviene de lo más profundo de nuestro ser. Me apasiona toda esa mezcla de emociones que se revuelven, se contradicen, se pelean, se arremolinan y se inflaman por el ser amado. Es por eso que el género epistolar nunca ha dejado de ser mi favorito. Escribiendo cartas de amor, se encuentra la verdadera esencia del escritor que se muestra sin tapujos, como es, sin pretensiones, se desnuda ante la persona a quien escribe. ¿Cómo decía el dicho? Sólo el escritor sabe para quién escribe y el lector lee a quien extraña.

Es en la carta de amor donde se establece la verdadera comunicación, creo yo, porque la respuesta no necesariamente viene en forma escrita. La respuesta está en la reacción que le sucede, en la ausencia misma de respuestas, en la actitud de quien tiene la carta entre sus manos. Lo mejor que he escrito en mi vida, ha nacido bajo este pensamiento. Cómo olvidar aquella carta de amor que le entregué el día de San Valentín pasado. La carta en sí misma no es un medio, es un fin.

Las cinco cartas que escribió Sor Mariana, forman parte del imaginario público gracias a las obras teatrales que se han adaptado en torno a ellas. Precisamente, las descubrí gracias a una amiga actriz que publicó algunos fragmentos como estados de Whatsapp. Cuán agradecido estoy de que lo haya hecho pues, en una noche cualquiera, su lectura le dio calma a mi corazón que sigue soportando feroz la ausencia de la dueña de mis cartas de amor.

Es increíble, la primera carta se encuentra fechada en algún punto de 1667 pero, si desconociéramos este dato, muy poco diferenciaríamos entre estas cartas escritas hace más de 300 años y aquellas que se escriben en la actualidad. Los seres humanos evolucionamos y los progresos tecnológicos son demasiados, pero nuestros sentimientos no han cambiado.

Comenzamos con una primera carta colmada de esperanza y de cariño, hasta aquella última en que desistimos, en la que nos rendimos y permitimos que el amor se convierta en odio, desprecio o alguna de las varias formas corruptas del sentimiento original. Así son las cartas de Mariana Alcoforado, monja portuguesa enamorada de un capitán francés que la abandonó para jamás volver.

«Salgo lo menos posible de mi cuarto, adonde viniste tantas y tantas veces y ahí contemplo tu retrato […] Pues todos mis anhelos se frustraron y ¡no volveré a verte en mi cuarto con todo aquel ardor, con toda aquella pasión impetuosa que me mostrabas! […]» 

 

Cartas portuguesas de amor

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Cuando te veía a diario mis esperanzas no se limitaban a recordarte, pero me has enseñado que debo someterme a todo lo que tú quieras. Sin embargo no me arrepiento de haberte adorado, y acepto dichosa que me hayas seducido; el rigor de tu ausencia quizás definitiva para nada disminuye el fuego de mi amor. Quiero que todos lo sepan, no hago un misterio de ello, y estoy feliz de haber hecho todo lo que hice por ti dejando a un lado mi recato. Puesto que comencé a amarte, empeño mi honor y mi religión en seguir haciéndolo perdidamente para toda mi vida.

[…]

Creo que hablo demasiado a menudo del estado insoportable en el que estoy; y sin embargo te agradezco desde el fondo del corazón la desesperación que me causas, y aborrezco la tranquilidad en que viví antes de conocerte.

[…]

Adiós, más pena tengo yo en terminar mi carta que tú en dejarme, quizás para siempre. Adiós, no me atrevo a llamarte con mil nombres tiernos, ni a abandonarme libremente a mis impulsos. Te amo mil veces más que mi vida y mil veces más aún de lo que pienso… ¿Por qué envenenaste así mi vida? ¿Por qué no nací en otro país? Adiós, perdóname. Mira a qué se ha reducido mi suerte: ni siquiera me atrevo a rogarte que me ames. Adiós.

– Mariana Alcoforado

Been there, read that (CLXXII)

25 septiembre 2019 Deja un comentario

Pobre gente

Aut. Fiódor M. Dostoievski

9788484285526Después de tanta lectura contemporánea, me hacía falta un clavado en los clásicos. Un domingo como cualquier otro, en el paso obligado por mi librería favorita, me encontré con la bellísima cubierta de la obra a la que refiero el día de hoy. Tomé el libro entre mis manos sabiendo que no tenía ni el dinero sobrante para comprarlo, ni el tiempo para leerlo, ni un poco de vergüenza sabiendo que tengo una fila de pendientes de lectura de más de 50 títulos. Sin embargo, era el mismísimo autor de Crimen y castigo, y al hojearlo, me encontré con aquello que más disfruto leer y escribir, cartas; así que, poco me importaron los motivos por los cuáles no debía comprar otro libro.

Apenas había dado la vuelta a la última página de Amor a cuatro estaciones y ya estaba leyendo el prólogo a la obra de Dostoievski. Sorpresa fue saber que mis ojos se posaban sobre la primera obra que Fiódor publicó en 1846 y, aunque hubo una reescritura y modificación de la misma, los traductores de la presente edición decidieron conservar el texto que fue publicado por primera vez en un volumen recopilatorio. Más de acuerdo no podría estar con ellos cuando afirman que la primera recopilación era la que recogía la verdadera esencia de un Dostoievski joven y todavía inexperto pero ya destinado a la grandeza.

Pobre gente sigue la correspondencia que entablan dos personajes, Makar Alekséievich Dévushkin y Varvara Alekséievna Dobrosiólova; el primero, un funcionario del gobierno, un escriba, cuya labor consiste en reproducir documentos, vive una vida simple  que pasa desapercibida; por otro lado, Varvara es una mujer huérfana desde edad temprana que ha sufrido constantes embates de la vida. Se escriben a pesar de vivir a escasos metros, Makar considera que es su obligación proveerle con lo necesario para su subsistencia pues se encuentra emparentados, aunque de muy lejana forma.

En efecto, es gente pobre e irrelevante, viven al día. Makar se enamora perdidamente de ella pero, ojo, no es un amor tradicional, es un amor que nace de esa dignidad y sentido de la vida que el uno le da al otro. Varvara  encuentra entre toda su desdicha y soledad a alguien que le presta la atención que solo un primer y fugaz amor le dio cuando tenía quince años; Makar, por su parte, se siente importante, le gusta saberse, en cierta forma, imprescindible para la frágil Várenka (apodo cariñoso que él le da).

A través de las narraciones que Makar hace de su vida cotidiana, nos impregnamos de ese ambiente humilde, tal parece que la desgracia es inherente a la condición social. Tal parece que la desdicha es como un virus que se contagia entre quienes comparten tristezas y temporadas tocando fondo. Makar convive con un funcionario que se ha quedado sin empleo y que tiene un hijo enfermo, un escritor que presume éxitos inexistentes, compañeros de trabajo que viven de préstamos y vergüenzas. Tarde o temprano, la mala racha se extiende a los dos protagonistas, Makar gasta lo que no tiene para mantener el beneplácito de la ayuda que le brinda a Varvara y ésta, a su vez, cada vez más enferma.

Es curioso lo importante que puede ser la dignidad para los personajes. Pareciera que lo más importante es que la gente que les rodea no piense mal de ellos; en algún momento, un compañero de pláticas hace una broma a costa de Makar y éste lo toma como un serio atentado en contra de su existencia. Asumo que eran las situaciones importantes de la época. En fin, una obra bellísima, de esas que se van como el agua, me recordó lo bello que es escribir misivas a la persona que se ama.

Escribo tan solo por escribirte un poquito más…

23 septiembre 2019 1 comentario

MadameBovary02

30 de septiembre

¡Mátochka, Várenka, palomita mía, inestimable mía! ¡Se la llevan, se marcha usted! ¡Sí, ahora sería preferible que me arrancaran el corazón del pecho, antes que apartarla de mi lado! ¿Cómo puede ser esto? ¿Llora y se va? Acabo de recibir su cartita toda salpicada de lágrimas. ¡Luego usted no quiere marcharse, luego a usted se la llevan a la fuerza, luego usted siente pena por mí, luego usted me ama! Y entonces… ¿con quién va a estar usted ahora? Allí su corazoncito se sentirá triste, asqueado y frío; lo marchitará la melancolía, la nostalgia lo partirá en dos. Allí se morirá y la sepultarán en la húmeda tierra; ¡y nadie llorará por usted!

[…]

Pero ¿dónde estaba yo? ¿Qué estaba mirando boquiabierto como un tonto? ¡Creía que eran caprichos infantiles, desvaríos de una cabeza febril! Habría debido simplemente… pero no, ¡tonto de remate!, no pensaba nada, no veía nada, como un alma cándida, como si la cosa no fuera conmigo; ¡si hasta fui corriendo a buscar el volante!… Sí, Várenka, me levantaré; para mañana, espero haberme repuesto y entonces ¡me levantaré!… Me arrojaré bajo las ruedas, mátochka, ¡y no dejaré que se vaya! Pero ¿cómo es posible? ¿Con qué derecho se hace todo esto? Me marcharé con usted; correré tras su carruaje y, si no me lleva con usted, seguiré corriendo con todas mis fuerzas, hasta que me quede sin aliento y exhale el último suspiro.

[…]

¿Cómo es posible, Várenka? ¿A quién voy a escribir cartas yo, mátochka? ¡Sí! Téngalo usted en cuenta, mátochka, ¿a quién voy a escribirle cartas yo? ¿A quién voy a llamar mátochka? ¿A quién le voy a dirigir expresiones cariñosas? ¿Dónde la encontraré después, angelito mío? Me moriré, Várenka, me moriré irremediablemente; ¡mi corazón no soportará tamaña desdicha! La amaba a usted como a la luz divina, de usted todo lo amaba, mátochka,  querida mía. ¡Vivía solo para usted! Trabajaba, escribía, caminaba, paseaba y vertía mis observaciones en el papel, en forma de cartas amistosas, todo porque vivía usted ahí, mátochka, enfrente, tan cerca. Usted quizá no lo supiera, pero ¡era exactamente así! Sí, escúcheme, mátochka, reflexione, mi querida palomita, ¿cómo puede ser que usted se marche de nuestro lado? Querida mía, usted no puede irse, es imposible; ¡sencillamente, no cabe ni la más remota posibilidad!

[…]

Siga usted escribiéndome, siga escribiéndome alguna carta contándomelo todo y, cuando se marche, escríbame también desde allí. Pues si no, mi ángel del cielo, esta será la última carta; y de ningún modo esta carta puede ser la última. ¿Cómo va a ser la última, así, tan súbita e irremediablemente? De ninguna manera, yo voy a escribir, y usted también lo hará… Ahora que empezaba a coger cierto estilo… ¡Ay, querida mía, qué más dará el estilo! Yo ya no sé ni lo que escribo, no lo sé en absoluto, no sé nada, y no lo releo, y no corrijo el estilo. Tan solo escribo por escribir, tan solo por escribirle a usted un poquito más… ¡Palomita mía, querida mía, mátochka mía!

 

– Fiódor Dostoievski en Pobre gente.

Ella no volverá…

18 septiembre 2019 1 comentario

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2 de enero 2016:

Para: Mi amigo desconocido

No quiero decirte lo que estás cansado de escuchar. No quiero decirte lo que tus amigos te dicen y no quieres oír más. No te voy a decir que te quieras a ti, tampoco te diré que el despecho se te va a pasar. No te voy a decir que te busques a otra, ni que dejes de intentarlo con ella. Yo en cambio daré mi sinceridad:

Ella no te ama, no puedes obligarla a que te ame, no puedes obligarla a que esté contigo, no puedes dejar que desequilibre tu vida pero es tu elección. Si ella te quisiera no habría un después. No solo serías su amigo, vivirían un amor compartido.

Te enamoraste mientras ella te ofrece su amistad, puedes arriesgarte a quedarte ahí pidiendo agua a quien te quiere dar pan. Puedes amarla de lejos dejándote de querer a ti y llorando cada noche por lo que no fue, o puedes levantarte y encargarte de tu vida, porque aunque la vida sabe mejor con ella; solo es un sabor de los 172.926.278 sabores que la vida te ofrece.

No te quiero decir: ¡empieza a amarte! Deberías saberlo. Te olvidaste de ti y así olvidaste tus sueños. ¿Quién se enamoraría de alguien así? Si tu estrategia es quedarte y buscar la forma de enamorarla, debes cambiar la táctica; porque nadie quiere a quien no se quiere.

Estás impregnado con aire de fracaso y auto compasión. ¡Cambia de perfume o sino, olvida ese amor! No te voy a decir que dejará de doler, no te diré que podrás dormir bien, no te diré que la olvidarás de golpe, pero sí te digo que es 2 de enero y tienes otro año para ser feliz por ti, que aunque es difícil trates de levantarte, que aunque quieras dormir un siglo intentes abrir tus ojos y percibas la vida, que está ahí, esperándote.

Recuerda: Nadie quiere a quien no se quiere.

PD: Para todos los que igual que yo, se enamoraron tanto como para olvidar el imposible.

 

– Nacarid Portal en Amor a Cuatro Estaciones.

Fragmentos de un amor (por momentos) desesperado

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Rescato un par de fragmentos que no puedo dejar pasar de las cartas que Jaime le escribió a Chepita. La distancia hace de las suyas, y aunque hay amores correspondidos, el tiempo provee de la materia prima esencial de la desesperación que se enmarca en una pasión desbordada. Cuántos de estos sentimientos se me han acumulado en las últimas semanas; qué hermoso es sentirse como se sintió Sabines.

Cuando no afligen ni la distancia ni el amor:

Ahora te deseo y te quiero, pero no me aflige ni la distancia, ni el amor. Pasarán estos meses y estarás de nuevo a mi lado; pasarán todas las ausencias que nos esperen en la vida, y siempre estarás a mi lado, no podremos dejar de estar juntos; yo bebiendo de ti todo el amor que necesito, y tú encontrando en mí todas las fuerzas que te faltan. Somos necesarios uno al otro; eso es todo. Ambos nos damos vida; y fuera de los dos toda intención se frustra. Debemos aceptarlo así y alegrarnos de ello. Yo, de veras, me alegro. Me alegro de ti y de quererte.

Es posible que te haya hecho daño muchas veces. Es posible que aún te haga más mal. Pero quiero pedirte que todo lo perdones. Yo siempre he querido estar seguro de que me quieres como soy, y entonces me he propuesto ser como soy. Nada me ha detenido. Nada podría tampoco hacerme falso, distinto. Muchas veces me he puesto a pensar en aquello de Neruda: “amor que quiere libertarse para volver a amar”. A mí me ha pasado muchas veces, siempre me pasa. Quiero quererte libremente, yo mismo. Todo lo que trata de detener mi amor, de hacerlo otro, de encerrarlo, ya sea una fórmula social, una caricia cerrada, o una costumbre, todo eso me mortifica y me hace huir. Pero tú sabes ya la clave del regreso: tu humildad, tu fe. Tú misma. No lo olvides. Sabes bien que mientras tú seas tú yo seré tuyo. Que giro alrededor de ti, que sólo en ti he encontrado paz y alegría. Y que muchas veces me voy, sólo porque quiero volver.

– 14 de julio de 1949

Querer de verdad, significa querer en libertad:

En realidad, tú no has sido nunca enteramente tú cuando estás conmigo. Algo te inhibe, te ata, te mutila. Ni siquiera en lo que dices hablas con entera libertad. A veces he pensado que me temes (una crítica, una censura, como si estuvieras delante de un maestro). Algo hay de ello. Temor en el fondo no es más que orgullo -el orgullo de no enseñar nuestra ignorancia. Pero hay también un no sentirse enteramente a gusto, es decir, un no entregarse totalmente. Temor, falta de confianza. Confiar quiere decir creer. Querer debe ser creer (creer que el que queremos no nos hará daño. Más concreto: que si yo te censuro no hay en mi censura ni doblez ni engaño, sino amor. Amar a una persona es corregirla, hacerla buena). Todo esto viene en ti desde pequeña. Nunca has sido libre; libre de ánimo, libre de voluntad, no de acción (la libertad de acción no la tienen el 90% de las mujeres… es toda la sociedad, la moralidad actual). Sin embargo, yo sé que de un tiempo a esta parte te aproximas a ti misma, a tu libertad. Y yo te quiero así: mía, pero tuya al mismo tiempo. Es cosa que has de alcanzar definitivamente. Yo recuerdo algunos momentos en que lo has alcanzado conmigo.

– 16 de noviembre de 1949

Finalmente, cuando ya no se puede soportar la ausencia:

¡Cómo me haces falta, cómo te quiero, cómo me estoy muriendo por ti, cómo me estás matando, amor, dulce mía! Jamás nadie se ha muerto tantas veces así. Te quiero con todas las partes de mi cuerpo, te quiero espantosamente, desoladamente, insoportablemente. Ya no puedo más. ¡Cómo es posible vivir sin ti! ¡De qué modo me eres necesaria, ineludible! Cadena de mi corazón, filtro mío, vida mía, te quiero, te quiero, oye que no puedo estar sin ti, te lo voy a decir por primera vez, que la vida me quite todo pero que me quedes tú, que pierda yo un brazo, las piernas, que yo quede ciego pero contigo, que yo me haga un miserable, un imbécil, un triste, pero contigo, amor, contigo. No puedo respirar, tú eres el aire, el agua, el pan, todo lo que vive; perdóname porque te quiero así, perdóname porque este amor me mata, porque este amor te matará diariamente a mi lado, perdóname porque estarás conmigo todos los días de mi vida, porque no te dejaré nunca, porque seré tu castigo y tu culpa, porque nos vamos a morir juntos. […] mira cómo me espanto de este amor, de este hierro al rojo sobre mi carne, porque tú eres mi marca y yo soy tu marca, ya te lo dije, clausuraste mi corazón, lo encadenaste, es tuyo.

¡Con qué locura te amo! ¡Qué atrocidad la de los días lejos! Enciérrate, amor, cuídate, cuídame tu cuerpo, guárdame tu boca, tu corazón, no salgas, que no te mire nadie, entrégame al regreso lo que dejé, intacto, sin sol siquiera, encerrado, de mis manos a mis manos. Yo ya no puedo más.

– 11 de mayo de 1950

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