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Archive for the ‘Reflexión’ Category

Been there, read that (CCCXXII)

Las dos amigas (un recitativo)

Aut. Toni Morrison

Desde mi lectura de El ferrocarril subterráneo, que aderecé con la vista de una par de películas como la de Harriet, me quedé con ganas de más literatura que abordara el tema de la segregación racial. Si bien no empiezo de inmediato a buscar los temas de interés (generalmente dejo que los títulos lleguen solitos a mí), coincidió la fecha de tal deseo con la publicación de la edición traducida del relato Las dos amigas de Toni Morrison, que vino acompañada de muchos comentarios con respecto a esta obra que se decía innovadora y necesaria en el haber de los temas de igualdad e inclusión.

Toni Morrison, la primera autora estadounidense descendiente de esclavos en recibir el Premio Nobel (1993), es reconocida por su vasta obra que incluye once novelas y el cuento corto del que hablamos el día de hoy. Sus obras no solo son literatura, sino también herramientas de confrontación y resistencia: Exploran la historia de Estados Unidos desde la perspectiva de las comunidades afroamericanas, delineando fronteras trágicas y violentas que obligan al lector a enfrentarse a sus propios prejuicios y miedos. Aún recuerdo los fragmentos de Beloved que llegamos a leer en una clase de creación literaria que tuve por ahí del 2011 con Beatriz Meyer.

El relato es muy corto, pero dentro de su extensión aborda un tema muy importante que nace del lector: los prejuicios. Se narra la historia de dos amigas, Twyla y Roberta, ambas coinciden en un hogar de acogida para menores, una de ellas es blanca, la otra es negra, pero nunca se explica quién es quién. Ambas tienen madres ausentes y ambas hacen lo que hacen los niños en algún momento: ser crueles con quienes se presentan como diferentes. Tal es el caso de Maggie, una mujer muda que trabaja en la cocina del orfanato. Junto con las niñas, Maggie protagoniza un incidente que marcará las vidas de las dos amigas y que, aunque lo borrarán de su memoria, un día servirá de punto de inflexión para entender la crueldad que el ser humano es capaz de infligir.

Las amigas se separarán y volverán a encontrarse años después en diferentes circunstancias para volver a separarse y volver a reencontrarse, una y otra vez. Coincidirán en una tienda de ropa en la que una de ellas será la cliente atendida por la otra; lo harán también en una protesta en bandos separados que discuten en torno a la «integración» de niños blancos y negros en la escuela. Lo curioso, es que el lector se esforzará por darle identidad a cada una de ellas pensando en lo que haría un blanco a diferencia de un negro, pero en cada circunstancia quedará en evidencia el hecho que ambos podrían estar en cualquiera de los dos polos representados por las actitudes de las amigas.

La gran paradoja del texto es que aunque evita clasificar a sus personajes como «blancos» o «negros», la trama y el conflicto principal de la obra se relacionan claramente con esa división. Esto hace que el conflicto parezca absurdo y genere incomodidad al leer, ya que obliga a abandonar las ideas binarias sobre la humanidad. Las categorías dicotómicas como blanco contra negro, buenos contra malos, masculino contra femenino, se vuelven inútiles para comprender la historia. Aquí, las discriminaciones raciales, clasistas y sexistas funcionan simultáneamente, como sucede en la realidad, sin poder ser simplificadas en una dualidad.

La conclusión se cierne en que todas las divisiones que generan odio y violencia resultan absurdas cuando consideramos a la humanidad como un todo. El odio es útil para los intereses del capital al deshumanizar a las personas, como sucedió con Roberta y Twyla en el orfanato, y posiblemente también con Maggie. Esta narración circular que empieza en la infancia, se alarga a través de los años y que encuentra un cierre nuevamente en la infancia en un último encuentro y reflexión de las dos amigas, hace que el relato sea una lectura obligada para todos.

2023: El año récord

Pospuse la publicación de cierre de año por motivos laborales. Curiosamente, la nueva chamba me ha servido de catalizador para poder ponerme al corriente con las reseñas de todo lo que leí; justo la última, marcó el punto en que me olvidé totalmente de escribir y me dediqué únicamente a leer. Aún falta mucho por retomar y, sin embargo, ya puedo presumir lo que fue una pequeña gran satisfacción: cerrar el año con un récord que jamás pensé presumir, 62 libros leídos en un año; el secreto, combinar la lectura con otras actividades y, básicamente, cargar siempre un libro, ya sea físico o electrónico (al final se trataba de perderle el miedo a lo electrónico y verlo no como una competencia sino como un complemento a la lectura tradicional).

Si bien la motivación no era la más adecuada, léase la envidia que me provocó una influencer que presumió leer 58 títulos en 2022 (aunque al escucharla hablar es evidente que su vocabulario y elocuencia no pertenecen a alguien que lea tanto), me demostré que puedo llevar una vida completa que incluya proyectos académicos y laborales de gran tamaño, entrenamientos, videojuegos, relaciones personales y lecturas.

Cerré un 2023 con el récord de lectura de mi vida, con la culminación de un proyecto gubernamental a nivel federal que provocaría ahorros del orden de los cientos de millones de pesos, con una oferta laboral que ahora estoy disfrutando, sin partes rotas o lesionadas de mi cuerpo, con grandes expectativas en lo que se refiere a relaciones personales, y, básicamente, sin una sola queja mientras mis padres se encuentren bien.

Siendo honesto, no me clavaré ya tanto con la cantidad de lo leído este nuevo año, probaré suerte en otras actividades. Gracias por tanto, Dios y vida.

Been there, read that (CCLXII)

La diversidad de la ciencia

Aut. Carl Sagan

2023 fue un año de lecturas, lo puedo afirmar al haber establecido un récord personal de 62 libros durante el período. Era natural pensar que descuidaría otros temas como lo ha sido el de reseñar dichas lecturas. A partir de hoy, retomo esta parte de escribir que tanto disfruto, espero poder hacerlo a un ritmo que permita alcanzar a lo que ya estoy empezando a leer este año.

Qué mejor manera de retomar esta cultura reseñística que con el libro «que me destruyó la vida», así como se lo dije a mi bella amiga que me lo regaló en mi cumpleaños número 36, con una de las dedicatorias más bellas que me han escrito en mi fugaz y humana existencia. Digo que me destruyó la vida porque, desde el día en que completé su lectura, al menos una noche de cada tantas, termino en el más triste insomnio causado por los cuestionamientos que Carl Sagan me hizo padecer con sus reflexiones.

Vamos por partes: primero, el título original de este libro es «The Varieties of Scientific Experience», que se desapega un poco del significado al ser traducido al español (como pasa con los títulos de algunas películas cuando llegan a Latinoamérica); segundo, es una recopilación de conferencias que el autor brindó en 1985 y que formaban parte de las Gifford Lectures, una serie de conferencias que buscan explorar las intersecciones entre la religión y la ciencia, a través del diálogo y la reflexión crítica sobre cuestiones fundamentales de la existencia humana; tercero, precisamente este análisis de intersección entre religión y ciencia es lo que lo hizo tan bello y detestable a la vez para un servidor que se considera al mismo tiempo hombre de fe y hombre de ciencia.

Contrario a lo que se pueda pensar, el abordaje de Sagan no busca «derrumbar» las creencias de quienes lo escuchen o lean; por el contrario, busca ponernos en un punto de observación crítica en el que no queda más que sentirse apabullado por la inmensidad de aquello que desconocemos y la nimiedad de lo que podemos demostrar. ¿Qué representamos cuando nos comparamos con el tamaño de un universo siempre en expansión? ¿Algo tan complejo como un ser humano con sentimientos y creaciones propias es obra de un milagro o es cosa un azar provocado por la más microscópica probabilidad de conjunción de átomos y moléculas? ¿Realmente hay alguien allá afuera? ¿Otras civilizaciones? ¿Cuál es la verdadera probabilidad de que nos encontremos con otros seres pensantes?

Es verdaderamente imposible irse a dormir tranquilo cuando te confronta la realidad: lo que realmente atormenta es imaginar que un día nuestra conciencia simplemente se puede apagar y se acabó. «Puff!» como diría el profesor Slughorn de Harry Potter, «puff!» y ya no hay más. ¿Podemos aceptarlo o no nos queda más que aferrarnos a que de verdad hay un designio divino que apoyará la paradoja del diseño inteligente? Cuesta trabajo observar un amanecer hermoso y no imaginar que hay algo o alguien detrás de tanta belleza.

Al final de una de las conferencias, Sagan remata con un triste cuestionamiento, mismo que utilizo para concluir: ¿Y si en verdad no somos más que una coincidencia de partículas que estuvieron en un punto determinado en el momento adecuado (sin la posibilidad de una intervención más divina que la del azar), tiene eso algo de malo en realidad?

2022: Un año de lecturas

Qué puedo decir del año que se fue, estuvo lleno de oportunidades que no se concretaron o que perdí por causa de terceros. La enfermedad se presentó muy fuerte en mi familia y definitivamente no cerré el año en un estado físico óptimo, ya sea por una fractura, ya sea por algunas pérdidas materiales.

A pesar de todo, leí mucho más de lo que esperaba; aprendí a apreciar los libros electrónicos pues me dan la oportunidad de entrenar y leerlos al mismo tiempo. Se me atravesaron verdaderas joyas que llevaban años en el librero de los pendientes y no hubo una sola lectura que no haya disfrutado.

Comienzo el 2023 en un estado de rehabilitación tanto física como mental. Ojalá que las oportunidades de este nuevo periodo dependan únicamente de mí. Y espero repetir e incluso mejorar esta nueva vara de 36. Lo mejor está por venir.

La buena librería

[…] Los libros son seres autosuficientes, no requieren que haya nada a su lado -como máximo, una taza de té o de café-. Se me hace difícil atribuir a una casualidad el hecho de que cada vez que veo que una librería aumenta el número de artículos a la venta, simultáneamente la calidad de los libros decrece. El verdadero lector no necesita mucho: un poco de gusto en la decoración y en las luces es suficiente. Además, claro, de la posibilidad de pasar un rato confortable, dedicándose a esa actividad deliciosa que los ingleses llaman browsing. Lo importante es que pueda encontrar fácilmente los libros que venía a buscar y a descubrir aquellos que no sabía que estaba buscando. Y, también, que todo esto suceda en un lugar adecuado, sin música de fondo (dado que hoy cada uno puede escuchar lo que quiera en sus dispositivos, sin molestar al prójimo). Así se podrá reconocer, hoy como ayer, la buena librería. Si esto no es suficiente, querrá decir que el libro en sí ya no es suficiente. Y si el libro ya no es suficiente, entonces el mundo está escribiendo otra de las páginas oscuras de su historia.

– Roberto Calasso en Cómo ordenar una biblioteca
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Been there, read that (CCXX)

Cartas a un joven poeta

Aut. Rainer Maria Rilke

Hace aproximadamente un año y unos cuantos meses más, en diciembre de 2019, fui invitado por mis alumnos para ser su padrino y dirigirles unas palabras durante el brindis de su fiesta de graduación. Qué puedo decir, se me da eso de los discursos motivacionales a personas que aprecio, y mis alumnos de esa generación (2014) no son la excepción. En cada una de las ocasiones en que me ha tocado dirigir palabras, he tratado de elegir una buena cita literaria que resumiera aquello que, de otro modo, tardaría horas en explicar, cosa que no sería nada agradable en plena fiesta. Un año antes recurrí a Bukowski, y antes de eso recurrí a algunas frases de películas como la de Rocky. En esta ocasión, aprovechando la frase que salía justo antes de los créditos finales de la película Jojo Rabbit, recurrí a una de esas obras que lees en primaria o secundaria y que terminas olvidando con el paso de los años, Cartas a un joven poeta del alemán Rainer Maria Rilke.

Fue así como un rápido repaso de las páginas del autor con el objetivo de encontrar la cita perfecta para el discurso para mis alumnos, se convirtió pronto en un irremediable deseo de repetir aquella lectura que en mi infancia por supuesto que no aproveché como lo haría con la mente más «madura» del adulto que ahora soy. Lo pongo entre comillas porque es más que triste darnos cuenta que los niños entienden y ven cosas más allá de las que los ojos maleados por el paso de los años pueden ver.

Qué agradable es leer estas cartas. Sí, mi género favorito nunca ha dejado de ser el epistolar, pero no es sólo eso, es la sencillez para transmitir ese mensaje tan cargado de amor y comprensión que Rilke trata de darle a Franz Kappus, el joven que deseaba dedicarse a la poesía mientras se formaba como cadete militar. Y es que, ¿cuántos no hemos estado en ese punto? Ese punto en el que nos estamos embarcando en el viaje que nos llevará a forjarnos como especialistas en alguna disciplina que moldeará el resto de nuestro desarrollo profesional y laboral, pero que lo hacemos cargados de dudas e imaginando qué pasaría si le hiciéramos más caso al impulso del corazón y de la pasión por encima del tema racional que nos dicta que debemos escoger una carrera para poder hacer dinero y seguir ese camino sumamente lineal que se nos planta en la sociedad. Rilke lo comprende, y le ruega a Kappus que jamás deje de creer en la vida y en aquello que el corazón anhela.

Pero si todo lo que acabo de reflexionar es cierto, ¿no sería muy mala idea transmitir este tipo de mensaje en una fiesta de graduación cuando ya todas las decisiones se han tomado? La respuesta es no, porque aún habiendo elegido el camino de una carrera profesional, faltan todavía miles de decisiones que influirán en el desarrollo de esa misma especialidad y en el futuro mismo del ser humano que no se ha terminado de decidir sobre el siguiente paso. Es algo bien sabido, jamás es demasiado tarde para actuar y nunca se será tan joven como hoy para empezar a hacer eso que nos llama desde lo más profundo del ser.

No hablamos ni de 80 páginas, y sin embargo la enseñanza es demasiada. Vale la pena leer esta correspondencia entre el que duda y el que ya ha dado el paso. Al final, de eso se trata de ser profesor, de ayudarles a los que vienen para que en menos tiempo logren más y así ellos pavimenten el camino de los que vendrán todavía después.

Hacerse hombre

El actor reina en lo perecedero. De todas las glorias, lo sabemos, la suya es la más efímera. Al menos eso se dice en la conversación. Pero todas las glorias son efímeras. Desde el punto de vista de Sirio, las obras de Goethe serán polvo en diez mil años y su nombre se olvidará. Tal vez algunos arqueólogos buscarán testimonio de nuestra época. Esa idea siempre ha sido instructiva. Bien meditada, reduce nuestras agitaciones a la nobleza profunda que se encuentra en la indiferencia. Sobre todo, dirige nuestras preocupaciones hacia lo más seguro, es decir, hacia lo inmediato. De todas las glorias, la menos engañosa es la que se vive.

[…]

Siempre llega la época en la que hay que elegir entre la contemplación y la acción. Eso se llama hacerse hombre. Esos desgarramientos son espantosos. Pero para un corazón orgulloso no puede haber término medio. Están Dios y el tiempo, esa cruz o esa espada. Este mundo tiene un sentido más alto que sus agitaciones o nada es verdad más que sus agitaciones. Hay que vivir con el tiempo y morir con él o sustraerse a él para vivir una vida más grande. Sé que se puede transigir y se puede vivir en el sigloy creer en lo eterno. Eso se llama aceptar. Pero me repugna ese término y quiero todo o nada.

– Albert Camus en El mito de Sïsifo
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Amor que persevera

Vision: Wanda, no diré que entiendo cómo te sientes, pero me gustaría hacerlo. Si tan sólo quisieras contarme. Tal vez eso te confortaría.
Wanda: ¿Qué te hace pensar que hablar de ello me confortaría?
Vision: Oh, ya veo, puedo entender que…
Wanda: Lo único que me confortaría, sería verlo una vez más. Perdona, estoy muy cansada. Es… como una ola que me pasa por encima una y otra vez. Me derriba y… cuando intento levantarme, viene otra vez por mí… y no puedo… terminará por ahogarme.
Vision: No, no lo hará.
Wanda: ¿Cómo lo sabes?
Vision: Porque no puede ser todo tristeza, ¿o sí? Yo siempre he estado solo, así que nunca he sentido tristeza. Es cuanto conozco. Nunca he vivido una pérdida. Nunca he tenido un ser querido al cuál perder. Pero, ¿qué es la pena, sino amor perseverante?

– Wandavision (2021)

Un instante cuántico

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—Empezaste tu ciclo vital en desventaja. Eras una monstruosidad y un anormal en un mundo que se regía por la conformidad y el orden. Aprendiste una lección importante: los que son excelentes y destacan son abatidos por las excusas de los mediocres.

—Algunos no eran así —replicó Thanos y se acordó de Gwinth y lo que le había dicho: «No soy como mis padres. No tengo miedo ni siento odio sólo porque algo es diferente».

Y entonces, Thanos supo cuál sería su cuento. Sólo era suyo y no tenía que ver con guerra o muerte. Era, como bien sabía, el momento que lo definió; uno de luz y amor.

Besé a una mujer —comentó Thanos poco a poco—. Una muy especial.

El Lorespeaker alzó la mirada.

—El Señor de la Guerra tiene un corazón, después de todo. Continúa.

El beso había sucedido hacía mucho tiempo. Vidas completas. Al principio, no estaba seguro de acordarse del beso con precisión. Experimentó un momento de horror cuando se dio cuenta de que no se acordaba del rostro de Gwinth. La cara de la mujer de sus sueños había reemplazado a la del beso. Sólo recordaba a la mujer que atormentaba sus sueños desde que lo habían exiliado.

Pero el momento de horror pasó muy rápido. Luego, descubrió que cuando se forzó a recordar el beso, también brotaron otros recuerdos. Vio con claridad la caminata entre la multitud; las calles obstruidas de Ciudad Eterna rodeadas por los que ya estaban muertos; a Sintaa que lo empujaba para que dejara a un lado su obstinación y entrara al silencurium.

Y se acordó de la chica. La chica con el cabello al ras de color rojo brillante, la piel de un color amarillo claro con pecas verdes. Y la primera vez que le sonrió con timidez al moverse para que el entonces joven titán se pudiera sentar. Jamás volvería a olvidar su rostro. No lo permitiría.

También se acordó de la bebida verde, burbujeante y muy dulce que ingirió esa noche. Sabía a melón, bayas de sáuco y alcohol etílico. Pudo saborearla como si la estuviera bebiendo.

Y todas esas memorias por un único beso: su primero. El beso que detonó su necesidad por tener una conexión y por entenderse a sí mismo para poder crear vínculos con los demás. Ese beso fue la primera vez que sintió la ternura de dos seres que se acoplaban.

—Me sentía incompleto —confesó Thanos—. Pero con ese beso supe que si me esmeraba y si me convertía en la persona que necesitaba ser, entonces podría capturar el sentimiento que había necesitado todo este tiempo; que el beso tendría un significado. Lo supe en ese entonces y lo sigo buscando. Si puedo salvar al universo, entonces me convertiré en el Thanos que es merecedor de un beso.

Aunque llevaba su armadura, jamás se había sentido tan vulnerable en toda su vida. Ni siquiera cuando estuvo a punto de morir por el hacha de Yrsa.

Thanos podía contarle más, si era necesario. La manera en la que había encontrado el valor para ir con su madre y el desconsuelo de su encuentro. Todo estaba dentro de él y podía recordarlo sin importar cuán vulnerable se sentía. Si eso lo guiaba al poder capaz de salvar al universo, entonces valdría la pena.

El Lorespeaker sonrió con sinceridad, como si fuera un niño.

—Qué hermosa anécdota, Thanos. Gracias por compartirla.

—¿Es todo? —preguntó con voz ronca.

El titán sintió las extremidades dormidas y los músculos torcidos. No era un niño enamoradizo, herido de amor o con el corazón roto. Era un señor de la guerra. Un conquistador. Lo único que hizo fue desenterrar un recuerdo que entregó voluntariamente, pero no dejaría que el recuerdo se apoderara de él. Había cosas más importantes que le deparaba el futuro. El pasado se podía quedar atrás.

—Es todo. —Su interlocutor asintió lentamente.

—Entonces cuéntame sobre las gemas infinitas.

 

– Fragmento de Thanos, Un instante cuántico, de Barry Lyga.

Infinitos truncos

libros

También he sentido las ansias del conocimiento: quería saberlo todo; en la pubertad leía tres o cuatro libros por semana; al terminar el primer año llevaba cerca de 200: 200 libros que me convencieron de la fatuidad de las personas que presumen de cultas. A ese ritmo serían 2 000 en 10 años y 20 000 en 100 años: ¡20 000 en toda la vida! ¿Qué son 20 000 comparados con los millones de títulos que existen?

Mi avidez lectora fue disminuyendo a uno por semana, a uno por mes, a uno cada que tengo tiempo. Y encima de todo a veces releo y en muchísimas ocasiones, pasados unos meses, no me acuerdo de nada.

Hoy sé tan absolutamente poco; tengo en mi biblioteca más de 10 000 volúmenes y sólo me consuela lo que decía Borges: «Alguno habrá que no leeremos nunca». El conocimiento es de entre mis infinitos truncos el que más me avergüenza.

– Óscar de la Borbolla

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