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Archive for the ‘Conflictos’ Category

Been there, read that (CCLXXXI)

El nazi y el psiquiatra

Aut. Jack El-Hai

Ya sé, cinco de las últimas ocho reseñas tuvieron que ver con la Segunda Guerra Mundial y ahora les caigo con la sexta pero, ¿qué puedo decir?, en esta temporada aproveché la combinación de cardio con lectura de libros electrónicos para ponerme al corriente con todos estos títulos que ya llevaban rato en el librero como pendientes; nada más hay que darse cuenta que la mayoría de los libros revisados fueron publicados o editados alrededor de 2014, ya 10 años en el ostracismo, algo tenía que hacerse.

El nazi y el psiquiatra de Jack El-Hai ofrece una cautivadora inmersión en una faceta poco conocida de los Juicios de Núremberg. El autor enfoca su atención en la singular conexión entre Hermann Goering, mariscal del Reich y exjefe de la Luftwaffe, y el psiquiatra militar estadounidense Douglas Kelley, asignado para evaluar a los líderes nazis previo a y durante su comparecencia ante el tribunal internacional.

La trama se desarrolla durante el juicio, que tuvo lugar entre noviembre de 1945 y octubre de 1946, pero va más allá, explorando las ideas que estos nazis prisioneros expresaban o escondían, así como sus dinámicas internas con médicos y psicólogos. Curioso más no sorprendente, por ejemplo, era el desprecio que mostraban la mayoría de enjuiciados en contra de Rudolph Hess en el comedor de la prisión.

El elenco en el banquillo es impresionante, desde Goering, destinado a ser el heredero de Hitler, hasta Wilhelm Keitel, Karl Donitz y otros líderes nazis prominentes. La ausencia de figuras clave como Bormann y Goebbels, y las revelaciones sobre su destino post-juicio, añaden una capa adicional de intriga.

El autor destaca la oportunidad única que Kelley tuvo para explorar la mentalidad nazi, una experiencia que más tarde plasmó en un libro. Esta obra trasciende el mero diagnóstico clínico, sumergiéndose en las complejidades individuales más allá de las categorías tradicionales de sociopatía o psicopatía.

Resulta impactante descubrir que, durante las entrevistas, muchos nazis no se declaraban antisemitas, atribuyendo esta retórica a la propaganda destinada a unificar a la sociedad alemana. Sin embargo, el libro no evade las horribles realidades de los asesinatos masivos perpetrados a escala industrial. Los resultados de los tests de personalidad ofrecen un giro intrigante, revelando una cierta locura compartida entre los acusados: la incapacidad de comprender la pérdida de sus antiguos cargos y símbolos de poder.

La relación entre Kelley y Goering, especialmente la identificación del psiquiatra con el líder nazi, agrega una dimensión humana y desconcertante a la historia. Las conversaciones entre ambos, incluyendo la desintoxicación de Goering de la morfina, entre otros medicamentos como analgésicos y ansiolíticos (se dice que tomaba hasta 80 pastillas diarias), pintan un retrato fascinante de las complejidades de estos personajes históricos.

A medida que reflexiona sobre la teoría de Freud sobre la masa y el líder, el autor destaca la importancia de comprender la conexión entre quienes se identifican con un ideal y la posibilidad de emergencia de peligros.

Al final, a pesar de las extremas precauciones y de la vigilancia total del prisionero, Goering se salió con la suya y se suicidó en su celda antes de ser condenado. Destaca también que a pesar del enfoque en los juicios, una parte del libro se centra en el psiquiatra y la etapa posterior de su vida, así como sus relaciones familiares y el destino de cierta documentación obtenida durante su estadía en Alemania.

En resumen, «El nazi y el psiquiatra» ofrece una perspectiva única y reveladora sobre un capítulo crucial de la historia reciente y, al mismo tiempo, aborda, aunque ligeramente, esta paradoja en la que el mismo terapeuta del mal, se ve seducido por éste.

Been there, read that (CCLXXVI)

Memorias de un francotirador en Stalingrado

Aut. Vasili Záitsev

Después del libro de Svetlana, me quedé picado con las historias de guerra, así que no tuve más remedio que elegir la narración del afamado francotirador ruso, Vasili, para satisfacer el antojo. Si el nombre Vasili se te llega a hacer mínimamente familiar, el motivo es Hollywood que, en 2001, lanzó una película protagonizada por Jude Law titulada Enemy at the Gates. En dicha película, se narra la historia del duelo entre un francotirador ruso, Vasili Záitsev interpretado por Law, y un francotirador alemán, Erwin Konig interpretado por Ed Harris, que ha sido enviado al frente en Stalingrado específicamente para eliminarlo.

Ahora bien, como todo en el mundo del cine de origen gringo, por supuesto que tenían que meterle un poco de «democracia» al asunto y en la película se esfuerzan en señalar al ruso como una persona nulamente instruida y perteneciente a un batallón penal (conformado por convictos) que por obra divina se convierte en un gran francotirador que llama la atención del alto mando alemán debido a las bajas que les inflige; no sólo eso, sino que lo pintan como un producto del condicionamiento soviético. Y no es que sea una mentira, pero ciertamente los gringos no van a ensalzar en demasía a un héroe de una nación «rival».

Por otro lado, hay algo que parecería inventado por los productores pero que realmente sí sucedió: Vasili estaba aterrado de enfrentarse al Mayor Konig. ¿Cómo lo sé? Precisamente porque es el mismo Vasili quien, en su testimonio, detalla el estrés y el temor que le provocaba saberse acosado por el jefe de la escuela de francotiradores del ejército alemán, toda vez que se cargó a un par de sus camaradas justo frente a sus ojos y sin dar un mínimo atisbo de su posición en el campo de batalla.

A pesar de que el duelo viene relatado en un número de páginas significativo con respecto al total del libro, la narración va más allá del duelo con el alemán y comienza desde la infancia del soldado ruso en los montes urales y cómo fue su abuelo quien le enseñó a disparar a los animales que cazaban juntos, hasta su paso por la marina rusa y la recepción de los más grandes méritos del ejército rojo una vez terminado el conflicto.

Temas que hay que destacar: el texto por supuesto que está inflado como parte de la propaganda soviética para engrandecer al héroe; Vasili no fue ni el más mortífero ni el que más hazañas tuvo entre los francotiradores del ejército, sin embargo, cumplía con requisitos que otros soldados no para ser erigido como héroe que inspirase a sus compañeros (Vasili era miembro del Komsomol y pertenecía a la clase campesina que se unió voluntariamente a la batalla); por último, muchos historiadores han concluido que no existe evidencia de que el mayor alemán, cuyo verdadero nombre fue Heinz Thorvald, en efecto haya sido abatido por Záitsev. Ni su presencia ni su muerte han sido constatados.

A pesar de todo, es una narración interesante e instructiva pues el autor no escatima en detalles descriptivos tanto del campo de batalla como de los movimientos de ambos bandos que él apreciaba, como de los detalles técnicos de cómo abatía a cada una de sus víctimas. Es el tipo de texto del que se puede aprender mucho y vaya que es una lectura obligada para amantes de la historia de los conflictos mundiales.

Been there, read that (CCLXXIII)

La guerra no tiene rostro de mujer

Aut. Svetlana Alexiévich

Me he dado cuenta de que tenemos un sesgo muy grande en cuanto a temas bélicos se refiere: consumimos películas, libros y documentales sobre los grandes conflictos; nos interesamos en la táctica utilizada por el General para rodear a su enemigo y cortar sus suministros; alabamos a los grandes héroes y villanos de la historia, de cómo llegaron al lugar que grabó su nombre para siempre; si tenemos la suerte de conocer a un veterano, nos interesa que nos cuente con cuántos enemigos acabó, cuántos vehículos destruyó; y, en general, utilizamos la imaginación para colocarnos en medio de los momentos cruciales porque, precisamente, hemos construido este imaginario en el que la guerra es como una película de acción.

Nada podría estar más alejado de la realidad. Actualmente, gracias a las redes sociales y a cierta «democratización» de los canales y medios de información, podemos acercarnos desde un punto de vista distinta al conflicto. Pensemos en la situación de Gaza, en otros tiempos tenderíamos a consumir sólo aquello que un par de noticieros nos informara, esperaríamos a lo que los periódicos informaran hasta el inicio de cada día, nos quedaríamos con versiones oficiales de las noticias; hoy, por el contrario, tenemos información al instante y podemos enterarnos no sólo del movimiento militar, sino del sufrimiento de las personas inocentes que se encuentran en el medio. Pasamos de fotografías de soldados disparando a videos de niños cubiertos de escombro, con miembros amputados, llorando.

Publicado en 1983, La guerra no tiene rostro de mujer tuvo siempre esta premisa, la de mostrar aquello que en las narraciones bélicas no se mostraba: el punto de vista femenino. Y es que, seamos honestos, los hombres tendemos a ignorar los medios, lo que nos importa es el objetivo y su logro; las mujeres son distintas, ellas sí pueden detenerse y pensárselo dos veces antes de cruzar un camino en el que tengan que pasar por encima de alguien más (aclarando siempre que hay excepciones en ambos apartados).

La autora, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2015, utiliza la entrevista como medio fundamental a través de cual recolecta los testimonios de más de 500 mujeres soviéticas que participaron en la Segunda Guerra Mundial, desde enfermeras hasta francotiradoras, desde mecánicas y mecanógrafas hasta conductoras de tanques de guerra. De este modo, se ofrece un punto de vista rara vez utilizado y, al mismo tiempo, se hace un homenaje a las mujeres que participaron en el conflicto y que rara vez se toman en cuenta.

En los testimonios no se habla de la victoria, ni de cuántos soldados alemanes se abatieron; por el contrario, se habla de los olores, del color de la sangre, de los quejidos de los heridos, de las lágrimas. Se encuentran testimonios de mujeres que daban un último beso al soldado moribundo, de mujeres que salvaron la vida de soldados enemigos, de mujeres que mintieron sobre su edad para poder ser enviadas al frente, de mujeres que aprendieron un oficio para ser reclutadas y servir a su país, de mujeres que se enlistaron para estar cerca de su padre o su hermano…

Ya sé que estamos hablando de otros tiempos y de otras naciones con ideologías totalmente diferentes, pero algo que no soporté fue la lectura de testimonios en las que muchas mujeres habrían preferido morir en el frente antes que volver a sus casas pues, en lugar de ser recibidas como a los hombres como heroínas, se les consideraba en desgracia porque «quién sabe con cuántos hombres se acostaron en las barracas». Sus propias familias las rechazaban porque no podían albergar a una persona caída en tal desgracia. Muchas ocultaron su participación y trataron de buscar una normalidad que nunca llegaría.

La guerra no tiene rostro de mujer es una lectura indispensable, los relatos son distintos a lo que acostumbramos y muestran perspectivas diferentes. Su separación por capítulos de temáticas que van desde el hallazgo del amor en medio de la violencia hasta la búsqueda de un ser querido entre los caídos, hace que su lectura sea amena y que se pueda realizar por fragmentos pequeños o una gran cantidad de páginas a la vez. En lo personal, es un libro que podría volver a leer muchas veces, hay anécdotas y testimonios realmente interesantes e incluso dolorosos.

Been there, read that (CCIII)

Regreso a Birkenau

Aut. Ginette Kolinka

portada_regreso-a-birkenau_ginette-kolinka_201911261744Este año, el 27 de enero, se cumplió el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau. Los testimonios son muchos y los supervivientes muy pocos. Si bien la industria cinematográfica y la memoria histórica se han encargado de retratar los horrores de la manera más fiel posible, hay mucho que escapa y detalles que sólo unos pocos pueden conocer o recordar.

Regreso a Birkenau es el testimonio de Ginette Kolinka, una mujer francesa que, a sus 19 años fue deportada junto con su padre, su hermano menor y su sobrino, al campo de concentración de Birkenau, en 1944. Siendo la única superviviente de ese viaje, padeció los horrores de esos lugares durante poco más de un año para, finalmente, ser liberada y repatriada en mayo de 1945.

Años después, se le invitó como oradora durante los recorridos que se abrieron en estos campos de muerte. Fue realizando esta labor, que Ginette descubrió lo poco realista que resultaban estos «paseos». Donde hubo cadáveres, suciedad, tristeza y desesperanza, ahora se observaba a niños jugando y jardines floreciendo. Las barracas antes llenas de agonía ahora eran sólo cuartos vacíos y limpios.  ¿Cómo es posible que las personas entiendan que lo que ahí aconteció fue uno de los puntos más bajos de la humanidad?

Precisamente de esto se trata el testimonio de Ginette, de dar esos detalles que jamás se podrían imaginar las actuales generaciones. Y es este testimonio tan sencillo, con frases y párrafos cortos, con apenas 109 páginas que se leen en un santiamén, el que busca recordarnos que el odio es el culpable y que las bromas y los insultos racistas no pueden ser tomados a la ligera cuando se comprende lo mucho que se sufrió ahí.

Ser golpeada a diario, compartir transporte o cama con cadáveres sólo porque, al hacer el recuento diario, hasta los muertos tenían que estar presentes. Untarse orina para que el amoniaco aliviase las heridas de las labores forzadas. Cuidar con la vida un pedazo de pan o una taza en dónde recibir el café que con suerte se les daba algunos días. El olor a muerte que desprendían las cámaras de gas y los hornos que incineraban cuerpos las 24 horas del día.

«Al menos espero que no piensen que he exagerado» concluye la autora. Dudo que alguien realmente lo haga.

Been there, read that (CXCVIII)

Sangre, sudor y lágrimas / Churchill y el discurso que ganó una guerra

Aut. John Lukacs

9788415427247La cuarentena me tiene en un estado de productividad total en cuanto a lectura de libros pues, con el presente, acumulo ya 15 obras leídas en lo que va del año, no me quejo, ahora sí estoy bajándole el nivel de saturación a mi librero. A pesar de que había tenido una gran racha de excelentísimas obras que llegué a disfrutar mucho, tarde o temprano se tuvo que echar a perder y no me sorprende que la mosca en la sopa fuese un libro que trata sobre un personaje que, en definitiva, es uno de los que menos tolero de la historia universal: Winston Churchill.

Ya lo sé, ¿por qué adquirir un libro que habla sobre alguien a quien desdeño? Más que nada, el motivo está en que soy amante de los grandes discursos bélicos sean históricos o fantásticos y esto provocó que el título de la obra llamara mi atención lo suficiente como para darle una oportunidad. Grave error.

Lo que tenemos aquí, es una obra terriblemente sesgada y con escaso rigor historiográfico. El autor se encarga de adular una y otra vez a un hombre que de sobra se conoce como el líder más débil de aquellos que tuvieron una participación importante en la Segunda Guerra Mundial. Juicios de valor y frases del estilo de «este discurso fue una de las más hermosas creaciones salidas de su prosa, pletórica de grandeza y gravedad, rebosante de magnanimidad», lejos de tener un efecto de apreciación en lector, provocan un rechazo inmediato, me atrevo a decir que dan asco.

Afirmaciones sin sustento como decir que Churchill era el único ser humano que realmente comprendía el pensamiento de Hitler y que, por tanto, era el único que se pudo anticipar a sus movimientos, resultan insulsas. Tal parece que el autor conoce una historia de la Segunda Gran Guerra que el resto de historiadores y estudiosos en general desconocen. Para Lukacs, Churchill y su palabrería son el único motivo por el que Hitler no logró destruir a Inglaterra y también el motivo de que los ejércitos británicos no hubiesen sido aniquilados en Dunkerke. De acuerdo a este «historiador», después de un par de discursos a mi parecer nada entrañables, hasta los más acérrimos opositores del estadista llegaron a admirarlo y seguirlo hasta el final. ¿Verdad que suena totalmente irreal? Pues bueno, la lectura es peor que como la describo.

En fin, si un día se siente alguien tentado a leer este intento de exacerbación de cualidades que Churchill por su puesto que no tenía, les recomendaría mejor abrir un libro de texto gratuito. Les aseguro que esa lectura será mucho más enriquecedora en torno al tema. Sólo como aporte a la cultura general, reproduzco el párrafo del discurso al cuál hace alusión el título del libro.

Manifiesto ante esta Cámara lo que ya he comunicado a los ministros del nuevo gabinete: no tengo nada que ofrecer, salvo sangre, sudor y lágrimas. Nos encontramos frente a la más penosa prueba imaginable. Tenemos por delante muchos y largos meses de lucha y sufrimiento. Si preguntan, ¿y cuál es nuestro programa político?, mi respuesta es: luchar, luchar por tierra, mar y aire, con toda la resolución y toda la fuerza que Dios sea capaz de darnos; proseguir la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de la maldad humana. Esa es nuestra política. Si preguntan, ¿cuál es nuestro objetivo?. puedo responder con una palabra: la victoria, la victoria cueste lo que cueste, la victoria pese a todos los terrores, la victoria por largo y amargo que sea el camino hasta alcanzarla; porque sin la victoria no sobreviviremos.

– 13 de mayo de 1940

Furia

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—Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.

—Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

—Una vez tuve un largo periodo con nada sino el buen libro y mi conciencia.

Been there, read that (CXCI)

Hermanos de alma

Aut. David Diop

aaf415522daacbb7edfdf6a71096b31b123ec278Amo el cine bélico, desde las superproducciones estilo Rescatando al soldado Ryan o Bastardos sin Gloria, hasta aquellas consideradas más «de culto» como La Caída o Pelotón, pasando por las clásicas como El día más largo del siglo o Un puente demasiado lejos. Del mismo modo, amo la literatura bélica en todas sus vertientes, desde libros de estrategia y diagramas de guerra, hasta ensayos y apologías y, por supuesto, novelas y cuentos ambientados en los más variados conflictos, reales o ficticios. Dadas las anteriores premisas, me duele admitir que me perdí de disfrutar la más reciente gran película de guerra, 1914. En mi cabeza sólo hay un par de imágenes extraídas de los avances en vídeo y de lo que se llegó a hablar de ella en la Ceremonia del Óscar, por tanto, es un imperativo conseguirla para esta cuarentena.

Saco a colación el tema de 1914 porque, a propósito, en mi última visita a la librería universitaria, la novela sobre la que escribo en esta ocasión me atrajo como un verdadero imán. Basta con leer un par de líneas de la contraportada para entender que Hermanos de alma trata de un soldado senegalés que combate para el ejército francés durante la Primera Guerra Mundial y que, tras perder a su mejor amigo, emprende un sistema de venganza bastante peculiar: cada noche se desliza hasta las líneas enemigas para secuestrar a un soldado enemigo, destriparlo y cortarle la mano como trofeo que carga de regreso a su trinchera.

Tras un par de vítores por parte de sus hermanos de bando, poco a poco esta extraña  y sangrienta actividad provoca desde el miedo hasta el rechazo por parte de los demás soldados hasta que un día, el mismo capitán del regimiento decide mandarlo a descansar a la retaguardia. Es en este período de descanso, en el que Alfa Ndiaye nos narra su vida y la relación con su más que hermano que perdió la vida en el campo de batalla.

La historia se revuelve alrededor de los pensamientos de Alfa, que se convierten en un amasijo de culpa, terror, sed de sangre y justificación debido a las múltiples negativas que el protagonista tuvo de dar fin al sufrimiento de su amigo, Mademba Diop, cuando éste se encontraba sufriendo con las entrañas por fuera.

De alguna manera, algo cambió en ese momento en que el amigo yace moribundo mientras el protagonista sostiene su mano. El herido sólo atina a describir a su victimario como un hombre de ojos azules y son ojos azules los que el sobreviviente busca cada noche arrastrándose por el fango cual mamba en busca de presa.

La primera mitad del libro es veloz, de acción, de horrores ya conocidos en uno de los grandes eventos bélicos de la humanidad; la segunda mitad, invita a la reflexión, a la comprensión de los motivos y al desentramado de los antecedentes de aquel al que el resto de hombres considera un dëmm, un demonio devorador de almas. ¿Los hermanos de alma lo son por todo lo que han compartido desde la infancia o lo son porque comparten un mismo cuerpo?

 

Matar al diablo para acabar con el pecado

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Algo que me provoca demasiado conflicto, es el hecho de que existan tantas personas en posiciones de poder e influencia que hacen todo lo posible por importunar a sus semejantes teniendo la capacidad de hacer su trabajo y, con esto, crear una verdadera diferencia para los demás. Miraba esta miniserie en Netflix, Así nos ven, en la que ni los policías ni los fiscales de distrito se preocuparon un poco por resolver un crimen y prefirieron inculpar a un montón de menores de edad por un acto delictivo que no cometieron, tan sólo por su color de piel; realmente les destruyeron las vidas en su afán de tener rápidamente a un culpable.

A diario convivo con personas que perjudican a los demás sin ningún motivo. Incluso he tenido que lidiar con autoridades a quienes en mi vida he volteado a ver pero tal parece que les molesta visualizar a alguien haciendo bien su trabajo y ocupándose de lo suyo y de sus seres queridos. Bajo esta presión, muchas veces desearíamos hacer que todas esas personas pagaran lo que hacen, muchas veces deseamos hacer que exista esa ausente justicia aún si tenemos que utilizar nuestras propias manos.

Justo esto platicaba con mi inSecta hace apenas un par de horas. Pero, siendo como somos, entendimos que no podemos comportarnos como aquellos seres pues eso nos haría iguales o peores que ellos. En ese justo momento, saltó a mí  el recuerdo de una escena de la primera temporada de la serie de Daredevil que me dejó muy marcado.

Una vez que el protagonista descubre la verdadera identidad del Kingpin, Wilson Fisk, y que se da cuenta de que no importa el ponerlo en la cárcel pues con el poder económico e influencias que tiene, será fácil para el villano escapar de la justicia, Murdock piensa en la posibilidad de acabar con la vida de quien él considera es el verdadero diablo (después de todo, es Fisk el autor intelectual de la distribución de drogas, de la trata de personas, del contrabando y de todos los crímenes que asolan el barrio de Hell’s Kitchen en Nueva York); de este modo, si sabes quién es el diablo, puedes asesinarlo y, de esta manera, acabar con el pecado. Previo a realizar el acto, el héroe decide confesarse con el Padre Lantom. Lo que el religioso le contesta a Matt, creo es una belleza de reflexión:

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–Padre, sé que mi alma se condenará si acabo con su vida. Pero si me quedo sin hacer nada, si dejo que él consuma la ciudad, mucha gente sufrirá y morirá.

Hay un margen muy amplio entre no hacer nada y asesinar, Matthew. El mal de otro hombre no te hace a ti bueno. Los hombres han utilizado las atrocidades de sus enemigos para justificar las propias a lo largo de la historia. Así que la pregunta que debes hacerte es: ¿estás luchando con el hecho de que no deseas matar a este hombre pero tienes que hacerlo o más bien no tienes que matarlo pero quieres hacerlo? “Si el justo se doblega ante el perverso es como contaminar una fuente o enturbiar un manantial” Proverbios 25 o algo así, nunca me acuerdo. Significando con ello que el hombre recto tiene el deber de levantarse ante el mal. Esa es una interpretación. La otra es que, cuando el hombre recto sucumbe al pecado, es tan dañino como si se echase veneno a una fuente pública. Porque la oscuridad contenida en el acto de quitar una vida se expandirá a los amigos, los vecinos y la comunidad entera.

Creo que todos, tarde o temprano, recibimos lo justo por nuestras acciones. Al final, de una u otra manera, seremos juzgados. Es difícil convivir con esta idea cuando somos testigos de tanta injusticia; pero, precisamente, es esto lo que nos divide entre personas de bien y personas de mal.

El temor de un hombre enamorado

En alguna ocasión, platicaba con insecta sobre nuestros peores temores. Independientemente de aquello que nos contamos, pasaron muchos meses, tal vez más de un año hasta que el tema volvió a salir. Yo había olvidado la conversación original y ella me lo recordó. Para ponerla a prueba, le pregunté, ¿a qué es a lo que más le temo?, y respondió, «a perderme». Precisamente, hubo algún otro momento en el que una de mis mejores amigas me lo advirtió, que ella sepa cuánto la amo y lo mucho que tengo miedo de perderla, es la peor arma que se le puede dar a una mujer. Curiosamente, hace dos días, le increpé a insecta haberle dado la peor de las armas que podría darle. Altanera y orgullosa (sin intención de hacer referencia alguna), aseguró que yo no le dí el arma, sino que ella solita la obtuvo (y me fascina esa soberbia en ella).

No he podido evitar el preguntarme nuevamente sobre mis peores temores. Temo lo que, imagino, temen todos los hombres: a morir sin haber cumplido las metas propias de la vida; a las alturas extremas; a las serpientes; o qué se yo, a lo desconocido y demás palabrería poética sobre lo efímero de nuestro paso por este mundo. Y sin embargo, entre esta montaña rusa de emociones en la que me subí con insecta, puedo dilucidar un temor muy real que por momentos parece cumplirse y por momentos parece tan distante.

Creo firmemente que un hombre enamorado, no cualquier hombre enamorado, sino uno que de verdad ama lo suficiente como para anteponer al ser amado frente a todo, siempre tiene el mismo temor. No hablo del temor a no ser correspondido, eso es algo que tarde o temprano todos enfrentamos. Hablo de ese temor nacido de la incertidumbre suprema que provoca ese ser amado.

Uno ama, pero no puede estar con el ser amado. Existen siempre circunstancias que escapan al control de quien ama: diferencias socioeconómicas, diferencias religiosas, la presencia de un ‘otro’, dificultades profesionales, distancias físicas o emocionales, etc. A pesar de esto, el hombre enamorado está dispuesto a sortear las circunstancias. Se sabe a sí mismo capaz de enfrentar y de vencer a la adversidad. Carajo, uno se sabe capaz de ir al infierno y regresar de él por ella, por el ser amado.

Sin embargo, el temor más grande está ahí, implícito en esa actitud de enfrentar absolutamente lo que se le pare enfrente. Porque así como el hombre se sabe capaz de todo y se siente seguro de ser vencedor ante ese todo; es así como piensa que tras sortear todo tipo de dificultades, la recompensa aguarda: el amor de la persona amada.

Pero, ¿y si no sólo se trata de vencer a las circunstancias?, ¿qué pasa cuando el otro deja de existir pero ella sigue alejada? ¿Qué pasa cuando las dificultades se superan y las amenazas son derrotadas y a pesar de esto, no accedemos a ese amor de la persona amada?

Ese es el peor temor de un hombre enamorado, que no sean las circunstancias las que no le permitieron desde un principio estar a su lado; que siempre haya sido ella la que decidió no elegirlo para compartir su amor. Se decía justificado, se decía que cuando las circunstancias cambiaran, entonces obtendría todo eso que por tanto tiempo añoró; y finalmente, cuando las circunstancias cambiaron, se dio cuenta de que no eran éstas las que le impedían ser feliz al lado de su amor, simplemente no lo iba a ser.

 

Las opiniones externas

El problema de pedir una opinión externa a un conflicto, nace en la falta de información que el externo posee. Sí, podemos llenarle la cabeza de información y aún así faltarán piezas que nosotros mismos omitimos por conveniencia o porque simplemente no deseamos que se sepan ciertos detalles.

El externo procederá entonces a realizar un juicio que, por lo regular, tendrá una inclinación positiva hacia la persona que pide la opinión. Es raro encontrar casos en los que el externo sea conocedor de ambas partes y decida mantenerse neutral.

Una vez recibida la opinión, generalmente sesgada, el solicitante decide hacer suya la opinión o a rechazarla, con la consecuente aceptación momentánea para no herir la susceptibilidad del opinante y el posterior rechazo bajo los argumentos del poco conocimiento por parte del emisor o la falta de información otorgada por el receptor; lo último, el rechazo, se lleva a cabo dentro del interior de la psique de quien originalmente pidió la opinión.

Por último, pasamos a la etapa del arrepentimiento, de haber hecho parte a otra persona de nuestros problemas, de ser transparentes y provocar una situación en la que el externo llegue a detestar a la parte con la que tenemos el conflicto.

¿Y qué son los consejos? No son más que raciocinios externos nacidos de la información que atrevemos a contar y que, vamos, nunca está completa. Por eso, terminamos haciendo siempre lo que nos da la gana, porque sabemos en el fondo cuáles son los errores que no contamos y cuáles son los aciertos de la otra parte que tampoco narramos.

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