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Archive for febrero 2022

La doncella guerrera

—Pero yo no deseo sanar —dijo ella—. Deseo partir a la guerra como mi hermano Eomer, o mejor aún como Théoden el Rey, porque él ha muerto y ha conquistado a la vez honores y paz.
—Es demasiado tarde, señora, para seguir a los Capitanes, aunque tuvieras las fuerzas necesarias —dijo Faramir—. Pero la muerte en la batalla aún puede alcanzarnos a todos, la deseemos o no. Y estarías más preparada para afrontarla como mejor te parezca, si mientras aún queda tiempo, hicieras lo que ordena el Mayoral. Tu y yo hemos de soportar con paciencia las horas de espera.
Eowyn no respondió, pero a Faramir le pareció que algo en ella se ablandaba, como si una escarcha dura comenzara a ceder al primer anuncio de la primavera. Una lágrima le resbaló por la mejilla como una gota de lluvia centelleante. La orgullosa cabeza se inclinó ligeramente. Luego dijo en voz muy queda, más como si hablara consigo misma que con él:
—Pero los Curadores pretenden que permanezca acostada siete días más —dijo—. Y mi ventana no mira al este.
La voz de Eowyn era ahora la de una muchacha joven y triste. Faramir sonrió, aunque compadecido.
—¿Tu ventana no mira al este? —dijo—. Eso tiene arreglo. Por cierto que daré órdenes al Mayoral. Si te quedas a nuestro cuidado en esta casa, señora, y descansas el tiempo necesario, podrás caminar al sol en este jardín como y cuando quieras; y mirarás al este, donde ahora están todas nuestras esperanzas. Y aquí me encontrarás a mí, que camino y espero, también mirando al este. Aliviarías mis penas si me hablaras, o si caminaras conmigo alguna vez.
Ella levantó entonces la cabeza y de nuevo lo miró a los ojos; y un ligero rubor le coloreó el rostro pálido.
—¿Cómo podría yo aliviar tus penas, señor? —dijo—. No deseo la compañía de los vivos.
—¿Quieres una respuesta sincera? —dijo él.
—La quiero.
Entonces, Eowyn de Rohan, te digo que eres hermosa. En los valles de nuestras colinas crecen flores bellas y brillantes, y muchachas aún más encantadoras; pero hasta ahora no había visto en Gondor ni una flor ni una dama tan hermosa, ni tan triste. Tal vez nos queden pocos días antes que la oscuridad se desplome sobre el mundo, y cuando llegue espero enfrentarla con entereza; pero si pudiera verte mientras el sol brilla aún, me aliviarías el corazón. Porque los dos hemos pasado bajo las alas de la Sombra, y la misma mano nos ha salvado.
—¡Ay, no a mí, señor! —dijo ella—. Sobre mí pesa todavía la Sombra. ¡No soy yo quien podría ayudarte a sanar! Soy una doncella guerrera y mi mano no es suave. Pero te agradezco que me permitas al menos no permanecer encerrada en mi estancia. Por la gracia del Senescal de la Ciudad podré caminar al aire libre.
Y con una reverencia dio media vuelta y regresó a la casa. Pero Faramir continuó caminando a solas por el jardín durante largo rato, y ahora volvía los ojos más a menudo a la casa que a los muros del este.

– J. R. R. Tolkien en El Retorno del Rey
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Been there, read that (CCXLIII)

Los jefes / Los cachorros

Aut. Mario Vargas Llosa

Pienso que todos tenemos recuerdos que no duran más que un par de segundos, de forma más específica, me refiero a recuerdos de nuestra vida temprana, de la infancia: una frase que en un momento determinado le escuchamos a una persona específica; una imagen estática que no recordamos en dónde vimos; el rostro de una amistad cuyo nombre nunca recordaremos; una escena de una película que jamás volvimos a ver. Pensando en este último ejemplo, tenía en la memoria la escena de una película antigua en la que un perro entraba a las duchas de una escuela y terminaba atacando a un niño que se duchaba. Era una escena que siempre recordé pero que nunca volví a ver (incluso hasta el día de hoy); sin embargo, sí tuve la oportunidad de conocer su origen cuando un amigo cinéfilo en la universidad, me confesó que sufrió un trauma con esa misma escena, sólo que él sí sabía de donde salió: una adaptación de 1973 del cuento «Los cachorros» de Mario Vargas Llosa.

Es de este modo que, cuando halle esta versión en un botadero de los que me gusta visitar, adquirí el libro para por fin acabar con una curiosidad con la que cargué durante más de la mitad de mi vida. Ahora que he terminado su lectura, mi mente se tranquiliza y sólo piensa en conseguir y mirar la adaptación para poder seguir adelante con la vida, no es que sea tan importante, pero sin duda es bueno resolver el misterio de uno de esos recuerdos que no sabemos de dónde salieron.

Junto con Los cachorros, la edición se hace acompañar de una antología titulada Los Jefes, publicada cuando Vargas Llosa tenía tan sólo 23 años, mientras que la otra obra fue publicada a sus 31. Seré sincero, aunque el nombre pueda sonar tanto, lo cierto es que jamás he leído obra alguna del premio Nobel y, sin embargo, me queda claro que éstas primeras obras son las que ponen los antecedentes de sus libros más famosos. Creo que hice bien en acercarme por este lado.

Los cachorros narra la historia del «pichula», un hombre que durante su infancia fue castrado por el ataque de un perro y de las consecuencias irreversibles que este acontecimiento tiene en el desarrollo de una vida breve y castigada, todo desde el punto de vista de sus mejores amigos que hace mucho que olvidaron el incidente y que no dan crédito a las locuras que realiza ni porqué no llega a sentar cabeza; claro, para el lector es más que evidente, pero sus amigos lo ignoran.

Por otro lado, la antología de Los jefes es un conjunto de historias que giran en torno a todas esas situaciones que hoy resultan irrelevantes pero que en algún momento de nuestras vidas parecían serlo todo: ser el líder de la palomilla, enfrentar a la autoridad escolar, salvar el honor aún a costa de la propia vida, hacer hasta lo imposible por un amor inocente y pasajero. Cualquier adulto desbloqueará cientos de recuerdos al adentrarse entre estas páginas.

Al final, entiendo el llamado boom latinoamericano, la lectura es tan interesante y los personajes cobran vida como el vecino con el que jugábamos en nuestra infancia y que hoy ha desaparecido de forma irremediable de nuestros horizontes. No creo que lea dentro de poco el resto de la obra del autor, sin embargo sé que he tomado un buen comienzo.

Been there, read that (CCXLII)

Discurso de José Revueltas a los perros del parque hundido

Aut. Enrique González Rojo Arthur / Ilus. Santiago Solís

Ahora sí, pequé de ingenuo. Me indigné cuando fui a una librería y al pedir que me enviaran el libro, el encargado me preguntó si ésta era una obra infantil; en mi mente, lógica fue la siguiente: vato, ¿trabajas en una librería y no sabes quién es José Revueltas? Porque si lo supieras sabrías que él no escribe obras para niños y menos un discurso que, en dado caso, estaría en la sección de ensayo y no en infantiles. Lo bueno es que no expresé este sentir en voz alta y sólo me limité a decirle que no, aún cuando me señaló que la editorial trabaja exclusivamente títulos para niños.

Y es que pequé de ingenuo porque el libro no es escrito por José Revueltas, su nombre está como parte del título mientras que el autor es otro. Una vez que lo tuve en las manos, después de un par de días de espera, me dí cuenta del error («quedé», como dijeran los chavos). Al final, sí tuve en las manos un ejemplar que definitivamente fue editado como libro para infantes aunque su contenido no aplica del todo para menores de 12 años.

El detalle está en lo siguiente, todos recuerdan a José Revueltas como un hombre que acostumbraba a soltar discursos y narraciones que entretenían a quienes lo escuchaban, no importaba si el público estuviese compuesto por humanos, por animales o por plantas, creo que todos reconocemos a ese tipo de personas que hablan en elaborados soliloquios. Ahora bien, se cuenta que por allá de 1960, después de unas copas de vino, el escritor se dirigió al Parque Hundido a comprarse unas tortas para saciar el hambre; mientras esperaba su preparación, un perrito callejero hambriento se acercó y su aspecto conmovió tanto al autor que éste no tuvo más remedio que darle su torta entera.

La indignación llegó al punto en el que el José tuvo que brindar este legendario discurso que añísimos después Enrique González Rojo Arthur (verdadero autor del presente libro) rescato en forma de poema con base en los rumores y leyendas de quienes estuvieron cerca.

En efecto, el poema viene acompañado de unas bellas y muy ad hoc ilustraciones que iluminan de bella manera el contenido. Pasta dura, papel bonito y palabras elaboradas que se ajustan al público original de las palabras: los perros. Por supuesto que es una obra que se lee en 15 minutos y, sin embargo, es de esas imprescindibles para los amantes de los chuchos como para los amantes de la literatura y la poesía. Si eres ambos, como un servidor, valió totalmente la pena.

Been there, read that (CCXLI)

5 febrero 2022 1 comentario

Morfina

Aut. Mijaíl Bulgákov

Mi mejor amigo estudió medicina en la zona metropolitana a nuestra ciudad de origen, yo estudié en la capital de otro estado que, aunque no está realmente lejos, me obligaba a ver a mi familia y amigos cada dos o tres semanas. Era precisamente cada dos o tres semanas que él y yo nos reuníamos para hacer lo que hacíamos desde finales de la secundaria: nada; es decir, hacer nada juntos.

Conforme avanzaron nuestros estudios, las conversaciones giraban en torno a lo que íbamos aprendiendo hasta que, por motivos de sus propios estudios médicos, él tuvo que comenzar sus residencias. Cuando llegaba a verlo durante ese período, no había nada más entretenido que escuchar sus aventuras y la variedad de casos que le tocaba atender. Entre dedos mochados, amputaciones, infecciones y machetazos, pues le tocó trabajar en una clínica rural, me imaginaba lo difícil y tétrico que podía ser el estar en un lugar olvidado por Dios atendiendo a personas de escasos recursos o con casi nulos conocimientos básicos de higiene o salud. Observando todo desde afuera, parecía entretenido y gracioso; por otro lado, aunque mi amigo nunca me mostró algún tipo de inseguridad, estoy seguro que la sufrió cuando una vida pudo haber estado en sus manos.

De esto trata Morfina, una serie de cuentos que narran los temores y desventuras de un médico recién graduado que es enviado a una clínica rural en medio de la nada, en tiempos de la revolución. Moscú y la escuela de medicina han quedado lejos y, tras un viaje de más de 12 horas en trineo, el protagonista se asienta en una pequeña clínica en la que se enfrentará a la pobreza, al frío inclemente y a sus propios temores y demonios, eso sí, acompañado por un asistente y dos matronas que pondrán su fe en él.

¿Qué hacer si alguien llega con una hernia estrangulada? ¿Cómo hacerle entender al campesino con sífilis que no sólo se le pueden recetar unas gotas para la molestia de garganta y que puede contagiar a toda su familia? ¿Cómo viajar en la noche en medio de una tormenta de nieve para atender a la mujer que en su noche de bodas se golpeado la cabeza al caer de un trineo en movimiento? ¿Cómo salvar de la adicción a la morfina a un colega desamparado? ¿Intentar salva la pierna destrozada de una niña sabiendo que en caso de una complicación recaerá en ti la culpa?

Tantas cuestiones y tantos temores me hicieron preguntarme si hubiera tenido el valor de ser ese neurocirujano que me hubiese gustado ser de no haber encontrado la actuaría. No sé qué tiene la literatura rusa que me hace sentir frío, no sé qué tiene Bulgákov que desde Corazón de perro no deja de divertirme tanto aún en sus tragedias.

Actualmente, ya no hablo casi con mi mejor amigo, cayó presa de los rumores de terceros y siguió adelante con su vida. Solía regalarle en su cumpleaños libros de medicina antiguos o curiosidades que encontraba en botaderos. Si un día rescatamos esa amistad, éste será el primer libro que le regalaré.